No siempre hay un vecino al que echar el lazo para que te preste el taladro. Es una herramienta tan desaprovechada que se calcula que apenas se utiliza trece minutos a lo largo de toda su vida útil. Eso no sucede en la Biblioteca de las Cosas, ... donde es el objeto más demandado, la pieza 'estrella'. Sus taladros acumulan horas y horas de funcionamiento, y de eso se trata, de que en lugar de que haya doscientos de esos berbiquíes eléctricos en otros tantos domicilios, uno solo pueda ser utilizado por doscientas familias.
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Además de sacarle provecho, supone un ahorro en términos económicos y en sostenibilidad. Esa cultura de la economía circular y el consumo colaborativo impulsó a un grupo de vecinos del populoso distrito barcelonés de Sant Martí, con 220.000 habitantes, a abrir hace justo tres años la primera Biblioteca de las Cosas de España, un espacio donde, en vez de libros, toman prestado otro tipo de productos que pueden necesitar en ocasiones puntuales.
El proyecto arrancó con apenas medio centenar de piezas, de esas que no merece la pena tener en casa por el escaso uso que se les da, y porque ocupan sitio en pisos que no andan sobrados de metros cuadrados. Hoy acumulan 400 objetos, pero «no es un almacén de trastos sino un lugar que ofrece cosas útiles», recuerda María Oller, de 34 años, encargada de la gestión de la Biblioteca de las Cosas, que lleva en el Adn esa idea tan humanista de compartir.
Cualquier elemento que se usa menos de una vez al mes es candidato a cruzar el mostrador de la Biblioteca de las Cosas y engrosar sus estanterías. Los vecinos las donan altruistamente, y por una módica cantidad, que va de uno a tres euros a la semana, se alquilan a terceros. «La idea es garantizar la accesibilidad a cualquier persona, sea cual sea su capacidad económica».
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Solo un objeto se sale de ese precio, un altavoz de música para fiestas. «Nos lo pedían tanto que acabamos por comprarlo nosotros. Sale a diez euros», explica María. Por cierto, no se puede pagar ni con tarjeta ni por bizum; a tocateja «que es mucho más humano», ilustra la gestora, que cuenta con la ayuda de dos voluntarios. «Nos repartimos el trabajo que es mucho, porque cada pieza hay que catalogarla y anotar los datos de quien la toma prestada. Además hay veces que viene gente pidiendo algún tipo de herramienta tan raro que yo ni lo conozco».
La biblioteca tiene catalogados los materiales en cinco áreas: ocio y aventura (tiendas de campaña, sacos de dormir, trajes de neopreno, aletas de submarinismo, tablas de esquí o bicicletas); limpieza y hogar (aspiradoras, máquinas de coser, panificadoras, ollas, 'fondue' o vajillas); oficina (equipos de música, altavoces portátiles o una webcam); crianza y salud (sillas de ruedas, muletas, calzado ortopédico o cunas y sillitas infantiles de viaje); y bricolaje (el exitoso taladro, caladoras y cajas de herramientas).
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Lo más raro que le han pedido a María fue un jamonero estas pasadas Navidades, y las máquinas de coser no dejan de ganar 'clientes' por los talleres de costura que se organizan en el barrio. Las planchas a vapor y los secadores de pelo tienen peor salida.
En la Biblioteca, además, colaboran con Restarter, un movimiento de profesionales del ámbito de la reparación de pequeños electrodomésticos y organizan talleres para que si alguien tiene algo estropeado en su casa lo lleve y le enseñan a arreglarlo. También montan jornadas comunitarias para que todos los interesados conozcan el proyecto, visiten el almacén, (que se les está quedando pequeño), y si se animan se apunten como voluntarios para atender a los clientes (abren los martes y jueves por las tardes) o en tareas de catalogación. «Es un punto de encuentro, viene gente de todas las edades y es muy bonito», dice María, que cada semana atiende una media de veinte peticiones. «Hay una parte humana, que tiene mucho de proximidad. A quien viene le explicas el proyecto y le preguntas si quieren ayudar».
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La oferta de la 'objetoteca' ha crecido tanto que sus gestores se han propuesto filtrar más las donaciones, de manera que lo que entre no solo esté en buen estado, sino que sea realmente algo que vaya a tener salida. No quieren acumular cosas que luego no se usen, justo el propósito contrario al espíritu de la Biblioteca de las Cosas.
Y frente a lo que se pudiera pensar (ocurre en las bibliotecas reales) no hay morosos o retrasos en las devoluciones. «La gente es responsable. Y se porta muy bien. Nadie se ha quedado con lo que ha tomado prestado. Existe el compromiso de que todo es de todos y cada uno es responsable», apunta María, que cuenta que alguna vez, cuando se ha devuelto un objeto y al revisarlo se aprecia que falta algo, enseguida le piden mil disculpas. «Ay perdón, perdón... si hay que pagar algo lo pago», le dicen. «La gente es muy agradecida», resume.
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