«Tenemos bastante que aprender de aquellos pueblos que mantienen una armonía con el medio natural»

Julio Arrieta

Martes, 18 de marzo 2025, 00:00 | Actualizado 19:04h.

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Pocos paisajes hay en los que sea tan fácil comprobar los efectos del calentamiento global como los polares, parajes minimalistas hechos de llanura de hielo y cielo, en los que cualquier alteración salta a la vista. Como el monte con el que se encontró el explorador polar Ramón Larramendi donde años atrás solo había una planicie blanca que él había atravesado de un tirón con su trineo en una expedición anterior. La montaña no había surgido del hielo. Este se había fundido dejando al descubierto la roca que había debajo.

La imagen de la 'nueva' montaña, «que puede tener más de 100 metros y no salía en los mapas de los años setenta», fue una de las más llamativas de las que usó Larramendi durante su charla de la gala de los Premios SOStenibilidad que, por inconvenientes de última hora, impartió por videoconferencia desde Madrid, y no en persona como estaba previsto.

El currículo de Larramendi (Madrid, 1965) es complicado de resumir, pero el dato de que lleva recorridos más de 40.000 kilómetros por territorios polares da una idea de su historial de aventurero y explorador. «Me inicié justamente ahora hace 40 años», recordó este lunes. Aquel primer viaje fue una «expedición por el interior de Islandia. Éramos cuatro amigos de 19 años y cruzamos el interior de la isla con esquíes y arrastrando un trineo en un viaje iniciático».

El salto de Islandia a Groenlandia fue inevitable. «Tuve la oportunidad de liderar la primera expedición española en cruzar el casquete polar de Groenlandia y de conocer ya el Ártico». Sin tecnología punta, que no había aún, utilizando «el sextante para orientarnos en medio de la masa de hielo». Aquel viaje de 50 días fue su primer contacto «con el manejo del trineo de perros, con los cazadores, con el mar helado y la navegación en kayak entre bloques de hielo». Con los pueblos inuit. «Este viaje me abrió completamente un nuevo mundo».

Siguió la Expedición Circumpolar en el Ártico, 14.000 kilómetros con un trineo de perros y un kayak, y sobre todo la certeza cada vez más firme de las posibilidades tecnológicas y ecológicas del conocimiento tradicional de los inuit.«Tenemos bastante que aprender de aquellos pueblos que realmente mantienen una armonía con el medio natural», subrayó Larramendi.

¿Cómo se podría hacer un vehículo de exploración polar no contaminante?, se planteó el explorador. Quizá poniéndole una vela a uno. Así nació la idea del trineo eólico o de viento, «una plataforma articulada movida por una cometa de tracción, que lleva una tienda de campaña montada encima». Es un sistema modular que permite montar un convoy de trineos, un tren sobre patines, evitando las toneladas de combustible que requieren los vehículos de oruga. En el primer viaje con uno de estos trineos, Larramendi y sus compañeros recorrieron 4.500 kilómetros a vela a través de la Antártida «sin caminar ni un solo kilómetro en todo el viaje».

«La aplicación del trineo de viento para la investigación polar» puede competir con el «convoy investigación, uno de cuyos trineos es solo para llevar 2.500 kilos de combustible». Las ventajas económicas del trineo eólico son evidentes: «Es el sistema más económico, el tecnológicamente más sencillo y sobre todo el mejor desde el punto de vista sostenible. No solo es que sea cero emisiones, es que es el vehículo para llevar personas más sostenible posible».

«Hay bastante que aprender de estos pueblos indígenas», insistió Larramendi. Su capacidad para obtener tecnología sencilla de unos recursos naturales limitados sin esquilmarlos, «ser nosotros los que usamos la tecnología y no ser usados por la tecnología. Y usarla del modo más sabio posible». Afrontamos «unos desafíos ambientales absolutamente abrumadores y gigantescos. Yo no sé la solución, pero sí tengo claro que si la hay tiene que ser desarrollando la principal energía renovable que hay en el mundo, que es el talento y la creatividad humanas», concluyó.