El astronauta de mi barrio
EL PISCOLABIS ·
Usted también conoció al hombre que quiso comprar la Lunajon uriarte
Sábado, 17 de julio 2021, 01:48
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EL PISCOLABIS ·
Usted también conoció al hombre que quiso comprar la Lunajon uriarte
Sábado, 17 de julio 2021, 01:48
No recuerdo su cara pero jamás olvidaré su nave. La trajeron dos hombres. Nunca había visto una igual. Cuando la encendió todos contuvimos el aliento. Un punto rojo, situado abajo a la derecha, dejaba claro que calentaba motores. Ahora tardan menos. Pero, comparado con lo ... que había hasta entonces, nos pareció un breve suspiro. Pasó de la absoluta oscuridad que reflejaba nuestras caras a un mundo envuelto en un arcoiris. La primera televisión en color. Su dueño tocaba los botones como si llevara una nave espacial. Nadie osaba acercarse. Al fin y al cabo era suya. La tele del rico. O el que más lo parecía. El Richard Branson de mi barrio. Todos conocimos alguno. Astronautas de talonario. Si lo piensan, siempre hubo alguien que se empeñó en ser el primero en llegar a la Luna. Porque podían. Si no me creen, sigan leyendo.
El astronauta de mi barrio tenía una tienda de muebles caros. Le iba muy bien. Decían que lo de comprar el televisor en color había sido cosa de su mujer. La que estrenó el abrigo de visón en la navidad más calurosa de nuestras vidas. 25 grados y tenía frío. O eso decía. Antes muerta que sencilla. Además era el primer abrigo de esas características que veían por aquí. Competía en eso y en donaire con el joyero y su señora. Habían hecho una fortuna que creció cuando ella se dedicó a comprar lonjas y alquilarlas a precios desorbitados. «Los del Haiga». Así les llamaban. El mote lo heredaron del padre del joyero, hijo del fundador del negocio, que compró a un señor americano un Buick más grande que un portaaviones. De esa forma hizo suya la frase «quiero el coche más grande que haiga». Si el impacto en el barrio fue grande, imaginen cuando llegó al pueblo originario de la familia. Se congregó tanta gente que tuvo que intervenir la Guardia Civil. Cosa que también pasó, hace unos años, en cierta localidad cuyo nombre no desvelaré. El rico pródigo que regresa al pueblo cada verano se había comprado un Hummer. Tener dinero no significa cargar neuronas y el muy tonto intentó entrar derrapando en la plaza del pueblo. Se cargó una fuente del siglo XVI y la furgoneta del panadero. Las risas todavía se escuchan en el valle. Menos la del panadero.
Hablemos ahora de la pareja que viajó al Caribe de viaje de novios cuando el resto iban a Alicante. Fueron 15 días pero, por lo que contaban, les habría dado tiempo a reconstruir las ruinas mayas. Un no parar. Cosa que sucedió realmente cuando decidieron hacer un crucero. Siempre los primeros. Fue ver «Vacaciones en el mar» y apuntarse. Los demás habitantes del barrio se limitaban a ver las fotografías. Más que nada porque las enseñaban a la mínima ocasión. Hasta el del Círculo de Lectores evitaba ir a su casa, porque suponía pasar tres horas viendo imágenes de ambos en bañador. Un ejercicio complicado, porque exigía mantener el tipo. Él era como el ex marido peluquero de Karina y ella como Falete con pelo teñido. De ahí que la gente se riera con disimulo. Es lo único que le queda al pobre. Admirar, reírse o criticar. Y a veces todo a la vez. Sucedía entonces y sucede ahora con Branson. Hoy es una nave en lugar de un coche y un viaje de 85 kilómetros en un puñado de minutos, pero el concepto es el mismo. Ser el primero en hacer algo. O tener el último juguete y mostrarlo al barrio. Ese que ahora se llama mundo globalizado. Y si de paso te adelantas al otro rico del pueblo, un tal Bezos, miel sobre hojuelas. Leo, veo y escucho mucha crítica hacia el asunto. Con la que está cayendo y el tipo este jugando a los cohetes. Suena indecente. Pero nos olvidamos que la cosa viene de lejos. Que siempre hubo un Branson.
Sabe el padre de Virgin que viajar al espacio, tarde o temprano, estará al alcance de mucha gente. Incluso llegar a la Luna, a Marte o al nuevo hotel que han abierto en Plutón. Como pasó con la televisión en color, los coches extranjeros o los viajes a destinos lejanos. No nos engañemos. Podremos llegar al infinito y más allá, pero seguiremos siendo el niño pobre y soñador que salió de casa para ver la televisión en colores de su rico vecino.
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