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Cuando Chus Montes tenía seis meses de embarazo, eligió con su pareja, Máximo Peña, el nombre de la hija que vendría. En ese momento de ... consenso el padre pronunció los apellidos: Peña Montes. Entonces Chus lo corrigió. No, Montes Peña. «En ese momento me chirrió, no me lo esperaba», reconoce ahora él. «Pero no vi un motivo para que no fuera así, y detecté que era uno de los privilegios que los hombres perdíamos cuando se habla de igualdad, el que por defecto nuestro apellido pase a los hijos». «Estas ideas van calando como las gotas en las grutas», explica Montes. «En mi embarazo inicié un acercamiento al feminismo; una puerta de entrada a pensamientos que yo hasta entonces tenía de forma muy vaga. En el proceso sentí que no había mejor apellido para mi hija que el mío». Para la pareja ha sido «aparentemente un gesto pequeño, pero muy significativo, relacionado con otros como la forma de crianza».
Para entonces todavía no se había aprobado la ley de 2017 que reglamenta la inversión tradicional de los apellidos de un recién nacido, pero sí podía hacerse desde el año 2000. «Que el padre y la madre decidieran de común acuerdo el orden de transmisión de los apellidos antes de la inscripción se permite desde hace 25 años, cuando entró en vigor la modificación del artículo 109 del Código Civil», explica Ramón Quintano, vocal de la Asociación Española de Abogados de Familia. «Pero mucha gente no ejercía esa opción y prevalecía el apellido paterno primero, incluso si había discusión. Hasta que en junio de 2017 entró en vigor otra ley que eliminaba esa prevalencia. En caso de desacuerdo entre progenitores por más de tres días, el personal del registro civil decide el orden teniendo en cuenta el interés superior del menor».
Pero sí había extrañeza en el registro. «Recuerdo que la funcionaria nos preguntó muchas veces si estábamos seguros, y me miraba a mí», rememora Peña, autor del ensayo 'Paternidad aquí y ahora', sobre la nueva masculinidad. «Nos advirtió: 'sabéis que si luego tenéis otro hijo vais a tener que repetir el mismo orden?'. Nos lo dijo varias veces, estaba un poco desconcertada, pero al final lo gestionó bien», ratifica Montes.
Desde que entró en vigor la ley hasta ahora no hay datos unificados de los registros civiles que indiquen qué porcentaje se ha acogido a esta posibilidad para sus hijos. Consultados por este periódico, el Instituto Nacional de Estadística (INE) aseguró que carecen de datos. Tampoco están en las publicaciones del Ministerio de Justicia. «Es cosa del Registro y me temo que no tiene esas estadísticas», dice una fuente.
«El hecho de que algo no esté documentado ni tenga seguimiento implica que no tiene importancia para el Estado ni la sociedad. Si importara se haría un rastreo de esta política de igualdad, para saber qué efectos produce», opina Peña. «Poner el apellido de la madre primero es muy importante porque es simbólico».
Los cambios sociológicos vividos por España en los últimos años se reflejan en leyes y medidas de igualdad, algunas invisibles como la de colocar primero el apellido de la madre, si así lo decide la familia. «Se hizo con el fin de avanzar en la igualdad de género», afirma Quintano. «Se prescindió de la histórica prevalencia del apellido paterno. Con esto no hubo una crítica social y hasta ahora no ha generado ninguna problemática», a diferencia de otras luchas, como el derecho al divorcio, «cuando hubo una revuelta por la oposición de sectores conservadores. Tampoco hay un estigma hacia los niños que tienen de primer apellido el de la madre, como sí pasaba con los hijos de divorciados».
La familia Montes Peña tuvo, sí, una advertencia, casi anecdótica: «En la Policía nos dijeron que en el DNI de la niña aparecemos en el orden inverso», cuenta Montes. Al estar mi apellido primero, debería aparecer mi nombre de pila así en el reverso, donde dice 'hijo/a de'». Pero aparece el del padre primero. «Eso viene de la partida de nacimiento y al final sí hubo un error en el registro», dicen, sin darle importancia. Los apellidos siguen como lo decidieron aquel sexto mes de embarazo.
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