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Alina Budim conoce Gipuzkoa desde que era «bien pequeña». La primera vez que llegó tenía 8 años. Ahora tiene 30. De la mano de la asociación Chernobil Elkartea, recaló en una familia irundarra que «siempre» le hizo sentir «una más». Desde entonces, ha estado muy ... unida a su ama de acogida, Amadeli -que falleció hace un año-, su aita y sus hermanos. Pero nunca se hubiera imaginado que iba a recalar en Irún huyendo de la invasión rusa a Ucrania. Ella es de un pequeño pueblo cerca de Kiev, «a unos 2 o 3 kilómetros». Ya las semanas previas al 24 de febrero, recibió un mensaje de su hermana de acogida Deire, con la que tiene «muy buena relación. Me preguntó qué iba a hacer si estallaba la guerra. Ni me lo había planteado», admite, mientras se aclara la garganta. Han pasado ya siete meses desde que dejó su casa y a su marido y llegó a Gipuzkoa con sus dos hijos pequeños, que ahora tienen 1 y 4 años, y su madre. En Irún le esperaba su familia de acogida, concretamente Esther Díaz, hermana de Amadeli.
Las primeras semanas, quizá meses, Alina sufrió de una fuerte ansiedad, que ya ha «mejorado mucho» gracias a la ayuda de Ana Isabel Iglesias, psicóloga del programa Berritze del Departamento vasco de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales, que se enmarca en el Fondo Isuri de iniciativas de acogida de personas y familias ucranianas con estatuto de protección temporal. Sentía mareos, vértigos... «Lo pasé muy mal. En Ucrania, cuando huimos hacia Polonia, pasé mucho miedo. Ahora estoy mejor, pero todavía vivo momentos difíciles pensando en que mi marido está en la guerra», a la que ha ido de forma «voluntaria», reflexiona Alina mientras Ana Isabel asiente. Se conocen desde julio. Fue entonces cuando Alina, acompañada de Esther, empezó a ir a terapia. Van una hora y media la semana y su situación ha cambiado radicalmente desde entonces.
La llegada a Gipuzkoa «no fue sencilla» aunque Esther, el marido de Amadeli y su cuñado 'Lalo' le pusieron a Alina las cosas «muy fáciles», dice. «Primero ya habían ayudado a mi hermano, que se encontraba con su novia en Portugal cuando estalló la guerra. Mi padre acogedor les puso una casa vacía en Alicante y por ahora se han quedado a vivir ahí», explica. A ella, cuando llegó con sus pequeños y su madre le esperaba un piso en Irún que su familia guipuzcoana le había alquilado. «Se han hecho cargo de los gastos básicos y les estoy superagradecida. Sin ellos no estaría aquí. Si vine a Gipuzkoa en vez de quedarme en Polonia fue por ellos», admite mientras se funde en un gran abrazo con Esther.
Su hijo mayor ya va al 'cole' en Irún, incluso está aprendiendo castellano y algo de euskera. Ella, Alina, habla español perfectamente. A pesar de que con toda la ayuda recibida se han adaptado sin problemas, sigue queriendo volver a su casa, a su país, a Ucrania. «Tenía previsto ir ahora, pero la situación ha empeorado y me he quedado un poco más. Quiero el bienestar para mis hijos pero también deseo regresar, trabajar y ayudar a levantar mi país».
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