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Ignacio Goitia y Alejandro Muguerza forman una de las parejas más 'cool' y cosmopolitas del mundo artístico y empresarial del País Vasco. Solo hay que echar un vistazo al espectacular book de fotos para constatar su fascinación por los retratos de época. «Al final, ... una de las cosas que quedan de nuestras vidas son las fotos, por eso procuro que sean bonitas», reflexiona Goitia. Él exhibe sus cuadros, de tamaño descomunal, en algunas de las mejores salas europeas y Alejando pasa la mayor parte del año al otro lado del Atlántico, en Miami. Es el presidente y director creativo de Le Basque, una exitosa empresa especializada en catering y planificación de eventos desde 1992. Su cartera de clientes incluye a numerosas casas reales, la alta sociedad internacional y a personalidades como los expresidentes de Estados Unidos Barack Obama y Bill Clinton o el Dalai Lama.
Justo antes de estallar la pandemia, Goitia, que ha hecho de las jirafas gigantes uno de sus leivmotiv, iba a presentar en el Instituto Cervantes de Roma la retrospectiva que exhibió en la sala Rekalde de Bilbao con motivo del 30 aniversario de su carrera artística. La exposición debía inaugurarse el pasado 11 de marzo, pero la pandemia obligó a posponerla y a Goitia a coger, a toda prisa, 24 horas antes, el último avión que salía de la capital italiana con destino a Madrid. Fue una fuga a la carrera. «Despegué y el mundo se hundió», relata. Mientras, su pareja volaba con urgencia desde Estados Unidos a Bilbao para pasar el confinamiento junto a su madre en Markina.
Cuenta que no se ven «desde hace un montón» y que nunca habían estado tanto tiempo separados desde que se conocieron hace 12 años. Solo hicieron un breve alto hace dos semanas, cuando el artista se acercó al domicilio de la madre de Alejandro para arreglarle el jardín. Apenas se cruzaron unas miradas. Por precaución, evitaron todo contacto para descartar cualquier riesgo de contagio. «Parecíamos Romeo y Julieta. Yo, abajo, en el césped con las tijeras, y él, saludándome desde la ventana. Mientras podaba, él me miraba. Nos vimos solo un poco y la verdad es que se hace muy duro», confiesa.
En este tiempo, Ignacio ha tenido que afrontar la muerte «fulminante» de su madre, víctima de coronavirus a finales de marzo. «Desde niño confió y apoyó mi decisión de dedicarme al difícil mundo del arte», agradece. «Fue muy duro no poder ir a verla al hospital y tampoco enterrarla. Una sensación muy extraña», lamenta. Justo un mes después, el 27 de abril, celebraba el cumpleaños (52) más triste de su vida. Solo. Sin nadie a su alrededor. «Y sin ningún regalo», ironiza. «Todo se me ha juntado», reconoce.
Se acordó mucho de su madre y también de Alejandro. Su historia de amor se remonta a un encuentro en Bilbao. Les presentó un amigo común, Patxi Ortún, cuando dirigía el Public Lounge. Otra noche cenando en el por entonces restaurante de moda de Bilbao, Alejandro se interesó por un cuadro colocado en una mesa 'vip'. Le pareció «maravilloso» y, casualmente, era de Goitia, un artista que mezcla «realidad y fantasías personales». Luego coincidieron bastantes veces en Miami.
Lo suyo no fue un flechazo, maduraron bastante su relación, hasta pasar a una «siguiente fase. Transcurrieron como dos años de amistad. Ambos estábamos encantados con nuestras relaciones personales y nuestras vidas, pero poco a poco fue surgiendo el amor. La ruptura con nuestras anteriores parejas representó un momento duro y muy delicado. Afortunadamente, ahora todos nos llevamos muy bien», detalla.
Pero amarse a distancia en tiempos de coronavirus es otra cosa, «nada sencilla». Quizá por eso les ayuda mucho a ambos centrarse en sus respectivos trabajos. «Nos echamos mucho de menos y lo resolvemos a través de videollamadas. Es lo que hay, aunque es difícil, por mucho que esté acostumbrado a trabajar solo», describe Goitia, un artista que hace lo que le gusta y al que no le interesan las etiquetas. «Alejandro es un genio en su trabajo. Es muy buena persona y muy creativo. Es un hombre culto e interesante y con mucho mundo», describe.
El mismo que les separa ahora, aunque solo sean los poco más de 50 kilómetros que distan de Bilbao a Markina. «Es el hombre de mi vida y seguimos muy enamorados. Cuento los días para volver a vernos. Tengo tantas ganas...», desea.
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