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Enrique Echeburúa (San Sebastián, 1951) es una eminencia en su campo. Catedrático de Psicología Clínica de la UPV, autor prolífico de libros de referencia y publicaciones internacionales, ganó el premio Euskadi en 2017. Con 24 denuncias presentadas por exalumnos contra un antiguo profesor del colegio Salesianos de Deusto ... , conviene escuchar una voz experta en abusos sexuales a menores.
- ¿Qué pronóstico, desde un punto de vista psicológico, tienen los niños que han sufrido abusos? ¿Empeora si no pueden contarlo en años?
- Hay dos claves. La primera es evitar la revictimización. Lo que predice un peor resultado en la terapia es que el abuso se mantenga en el tiempo. Si se mantiene oculto, sin destaparse, los abusos se repetirán y la gravedad de los síntomas será mayor. Los padres con una sospecha razonable deben cortar de inmediato la relación del menor con el abusador. Lamentablemente, es muy habitual que los abusos se mantengan en el tiempo.
- ¿Por qué?
- Normalmente, los agresores sexuales de personas adultas se limitan a un solo acto. Incluso en un caso como el de 'La Manada', con todas las connotaciones de brutalidad y de una violación grupal, el hecho sucede una sola vez. Y eso es muy importante para el tratamiento. Sin embargo, la gran mayoría de los abusadores de menores, siete de cada diez, están en la proximidad afectiva del niño y por tanto hay una gran probabilidad de repetición. Primero con ese menor y luego con otros menores. Un padrastro, un monitor, un tío o un entrenador no se limitan a un sólo acto. Rota la inhibición para esa conducta abyecta y degradante, lo intentan repetidas veces.
- ¿Cuál es la otra clave?
- Tienen peor pronóstico los casos en que ha habido penetración. No es lo más habitual en niños entre seis y nueve años, la franja habitual. Lo que encontramos normalmente son tocamientos, felaciones y exhibición de pornografía no deseada. Si se lleva a cabo la penetración, aparte del hecho físico y traumático, el impacto psicológico a largo plazo es mucho mayor. Hay un tercer aspecto clave y es la reacción del entorno cuando el menor revela lo ocurrido.
- ¿Cómo suelen contarlo?
- Depende mucho de la edad. Los niños de menos de cuatro años no son conscientes del alcance, aunque pueden intuir que sucede algo raro. Pero los que sí se dan cuenta tienen a comentarlo porque sufren, porque están pasando un dolor. Podrán hacerlo siempre que tengan la edad suficiente y no se sientan culpables. Porque muchas veces el agresor se habrá ocupado de hacer sentir culpable al menor, diciéndole que es un seductor, enmarañando los abusos como muestras de cariño. Esos agresores, que suelen tener una baja autoestima y algunos han sido víctimas de abusos en su infancia, pueden tener una vertiente carismática o 'comprar' al menor con regalos o con un trato preferente.
- ¿A quién recurren para decirlo?
- A su madre, a sus hermanos, a un profesor, a una persona de su confianza. La credibilidad que se dé a su testimonio es fundamental para la recuperación del menor. Si se atribuye a fantasías, exageraciones o a una especie de venganza contra el mayor, es mucho más difícil la recuperación porque el pequeño percibe que está sufriendo y que, además, le están llamando mentiroso.
- ¿Qué lleva a una víctima, desde un punto de vista psicológico, a denunciarlo muchos años después?
- La gente tiende a no entender por qué alguien presenta una denuncia con 40 años sobre unos hechos que ocurrieron cuando tenía seis. Pero es que los tiempos psicológicos no coinciden con los tiempos judiciales. Puede darse el caso de que esa persona lea otro caso en el periódico, o que comience a experimentar síntomas mayores. Por ejemplo, una chica de 20 años que en sus primeras relaciones sexuales ve cómo aflora una autoestima negativa o tiene la fijación de sentirse sucia respecto de su novio. O dificultades en la propia relación sexual. Y también problemas para la expresión de sentimientos de intimidad y de ternura. Es entonces cuando pueden presentar una denuncia o simplemente acudir a terapia. Mi opinión es que una persona debe buscar ayuda lo antes posible.
- Por eso para la prescripción de un abuso sexual el tiempo empieza a correr a los 18 años de la víctima.
- Sí, en los casos más graves prescribe a los 15 años desde la mayoría de edad de la víctima. Un menor de seis años no tiene una comprensión directa de lo que le ha ocurrido. Pueden darse cuenta cuando es mayor y reelabora su pasado. Ahí descubre que aquellas muestras de cariño, o de hacerle sentir el preferido, eran conductas de abuso sexual.
- ¿Hay algunos síntomas a los que los padres deberían prestar especial atención?
- Hay que saber leer entre líneas. Si un menor, de repente, quiere dejar de ir al colegio cuando iba contento hasta ahora. No quiere quedarse a solas con el padre en su casa, o que le cuenten un cuento a la noche, o no quiere que le ayuden a bañarse siendo muy pequeño. Si eso sucede de forma brusca son maneras indirectas con las que el niño relata que algo raro ha sucedido y, cuando se indaga en ello, puede haber una connotación sexual. Los síntomas pueden ser muy variables. Hay que estar alerta a modificaciones bruscas de conducta: de extrovertido a tímido o repentinamente agresivo. Y cambios en el aspecto sexual: conocimientos y expresiones sexuales precoces, un interés exagerado por el sexo de los adultos o justo lo contrario, un gran sentido del pudor ante cualquier muestra de afecto, como un beso en una película.
- ¿Es cierta esa imagen algo cinematográfica de que el abuso aflora en dibujos que hacen los niños?
- Los dibujos tienen poco interés salvo cuando la capacidad verbal del menor es reducida, por edad o por discapacidad. Ahí pueden ser un buen complemento, pero siempre junto a otros indicadores.
- ¿Y lo de que algunas víctimas pueden haber olvidado estos capítulos por el trauma durante años?
- Pueden reprimir esos recuerdos. Si en terapia se le empieza a preguntar por sus compañeros de colegio, sus nombres o sus juegos, se puede lograr que vayan recordando.
- ¿Es similar el rastro psicológico tras un abuso físico y uno sexual? ¿Son equiparables las heridas?
- Depende de la gravedad y de la duración de las conductas. Pero, a largo plazo, pueden tener efectos similares, como una baja autoestima. En los casos graves entre hombres puede conducir a autolesionarse y entre mujeres a la depresión y el aislamiento social. Pero en el caso del abuso hay alteraciones específicas, como las dificultades para disfrutar del sexo.
El catedrático admite que es «difícil» tratar a los agresores, aunque aboga por «la recuperación, que pasa por ser consciente del daño causado».
- La mayoría de las últimas víctimas conocidas, las de esta semana y casos anteriores, son varones.
- Sí, pero en global suelen ser más víctimas las niñas, aproximadamente un 65%. Los abusadores son, en casi todos los casos, varones, y mayoritariamente heterosexuales. Los casos que tienen que ver con el clero pueden tener otras connotaciones, vinculadas al celibato y a un mundo masculino. Hay que aclarar que no es habitual que los abusos los cometan sacerdotes, pero precisamente por el carácter ejemplar que debe tener un guía espiritual, estos casos generan un rechazo social todavía mayor. Lo importante es denunciar y apartar a esa persona al momento. Ahí la responsabilidad de la organización, ya sea la Iglesia o un equipo de fútbol, es muy importante.
- No siempre se actúa así.
- Si los superiores de esas personas conocieron el caso porque los padres se lo comunicaron, tenían la obligación de denunciarlo inmediatamente para no cometer un encubrimiento y para evitar cualquier nuevo contacto posterior. Por evitar una mala fama no se puede dejar de actuar o cambiarles de diócesis o mandarles a misiones, como se hacía antes. En eso la Santa Sede ha cambiado de actitud y empieza a abogar acertadamente por denunciar.
- Es un experto en violencia machista y ha tratado a maltratadores. ¿Ha recibido también a abusadores? ¿Pueden dejar de serlo?
- He tratado a algunos abusadores no graves en el entorno familiar. Los otros ni lo cuentan ni acuden a terapia, salvo en la cárcel. ¿Tienen recuperación? Tiendo a ser optimista y creo en las segundas oportunidades. Pero, para ello, deben ser consciente de lo que han hecho y del daño causado. Tienen peor pronóstico los pedófilos en sentido estricto, los que sólo se excitan con niños. Quien abusa de forma 'sustitutiva' tiene mejor pronóstico. Pero son casos difíciles.
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