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XABIER GARMENDIA
Leioa
Miércoles, 20 de noviembre 2019, 14:28
¿En quién puede confiar un niño que haya sido víctima de abusos sexuales? Máxime cuando, en la mayoría de los casos, ese maltrato se produce en un entorno de confianza como la familia. ¿Tal vez en su profesor? Un estudio de la Universidad de ... Barcelona indica que el 84% de los docentes nunca ha recibido formación sobre victimización infantil y seis de cada diez desconoce si su escuela cuenta con un protocolo específico para abordar el problema. ¿Y el resto de la sociedad? Los expertos advierten un gran tabú porque, a diferencia del 'bullying' cometido entre los propios niños, los abusos sexuales interpelan directamente a los adultos, que tienden a proteger su imagen.
«Esto no es un problema privado, es de toda la sociedad», asegura Noemí Pereda, directora de un grupo de investigación sobre victimización infantil y adolescente, quien ha participado este miércoles en Leioa en unas jornadas organizadas por la Universidad del País Vasco y la asociación Gure Sarea. La especialista considera que existe el riesgo de perpetuar un mutismo que hace que solo uno de cada diez casos de abusos sexuales sean reportados durante la infancia: «El número de denuncias hace referencia solo a los casos que salen a la luz, pero la gran base la configuran los perpetrados en el silencio».
Esta realidad la conocen bien en la Fundación Vicki Bernadet, que lleva trabajando desde 1997 en la atención a más de 12.000 víctimas. «La mayoría de los casos corresponden a adultos que sufrieron abusos de pequeños, pero nadie los detectó ni ellos dijeron nada», explica Pilar Polo, psicóloga de la entidad. El principal obstáculo, por tanto, consiste en «hacer visible lo invisible». La experta lo achaca en parte a un problema de identificación: «Si el abuso se produce a edades tempranas en casa, los niños pensarán que todos los padres actúan así, que es una forma más de afectividad». Se convierte en una rutina.
Pero incluso habiendo identificado el abuso, el recorrido sigue siendo difícil. «¿Cómo puedo hacer frente a una persona de la que dependo física y emocionalmente? Se genera una confusión de sentimientos difícil de gestionar», analiza Pereda. Ambas ponentes coinciden en que los profesionales que trabajan con la infancia deben emprender una escucha activa. Para ello, estiman imprescindible una formación especializada: «No hay un patrón diferencial para detectar un caso, así que la única solución es formarse para estar alerta».
De la misma manera, insisten en la necesidad de formar también a los niños en el campo de la sexualidad como método de prevención. «El acceso a una educación sexual de calidad está relacionado con mejores indicadores de bienestar y el desarrollo de habilidades para identificar, protegerse y reaccionar ante el abuso», razona Polo. Solo así, concluye, se podrá hacer frente a una «pandemia» cuyas consecuencias se arrastran durante el resto de la vida. Quedarán cicatrices, aunque Pereda aporta un rayo de esperanza con la metáfora del 'kintsugi' japonés: «Cuando se rompe un objeto cerámico, vuelven a pegarlo y marcan las fisuras con oro para que tenga más valor. Debemos trabajar por eso».
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