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inés Gallastegui
Martes, 15 de mayo 2018, 01:04
Sabrina Kouider y Ouissem Medouni están acusados de torturar y asesinar a su 'au pair' francesa, Sophie Lionnet, el pasado septiembre. En el juicio que se desarrolla estos días en el tribunal penal de Londres, el fiscal ha asegurado que la joven se hallaba en ... un régimen de semiesclavitud: cobraba 56 libras al mes y vivía encerrada. El trágico final de Sophie es una excepción en esta modalidad de inmersión lingüística –estancia en una familia a cambio de algunas tareas– al que miles de jóvenes se apuntan para aprender un idioma cuando no tienen dinero para pagarse los cursos, el alojamiento y la manutención en un país extranjero. Sin embargo, este caso extremo pone el dedo en la llaga sobre la indefensión en la que pueden encontrarse algunas chicas –ellas son más del 90% de los solicitantes– si la familia que les acoge no es lo que parecía cuando intercambiaron un par de emails o llamadas antes de lanzarse a convivir con ellas. «Irse sin una agencia intermediaria es una locura», advierte Aída Tosar, presidenta de la Asociación Española del Programa Au Pair (AEPA).
Varios estados suscribieron en 1969 el Acuerdo Europeo sobre la Colocación Au Pair, al que España se sumó en 1988. Reino Unido –el destino favorito para las españolas, junto a Irlanda– no lo ha hecho, aunque el código de conducta de la Asociación Británica de Agencias de Au Pair es extremadamente minucioso al establecer las condiciones de la estancia. Una directiva comunitaria de 2016 regula este programa, aunque el Gobierno español está poniendo pegas a su trasposición –con fecha límite este 23 de mayo–, según AEPA, formada por 16 agencias que gestionan tanto estancias de españolas en otros países como la ayuda a familias de aquí que demandan estudiantes extranjeras.
Su homóloga francesa, la UFAAP, emitió en abril un comunicado en el que critica la «confusión» entre la situación en la que Sophie Lionnet se marchó a Inglaterra –«sin contrato, sin una agencia a la que dirigirse» y con unas condiciones económicas no conformes a la regulación gala ni británica– y las «miles de estancias realizadas con éxito por agencias especializadas».
En los últimos años han proliferado las plataformas de internet que ponen en contacto a familias y 'au pairs', pero no supervisan la fiabilidad de los perfiles. Estas páginas recomiendan firmar un contrato privado, pero no hay forma de reclamar si surgen problemas. Las jóvenes lo hacen por ahorrarse la tarifa de la agencia, unos 300 euros, pero a veces les sale caro.
Tosar lo confirma. La semana pasada, una estudiante letona le pedía socorro: su familia de acogida en España, a la que conoció por internet, le ha puesto de patitas en la calle y no tiene dinero para regresar, ni los certificados médico y de penales que las agencias le piden para buscarle otro alojamiento. También recuerda el horror de otra chica que, al llegar al aeropuerto de destino, se encontró con que el hombre que la recibió no era el mismo con el que había contactado en la plataforma. «¿Me voy con él?», preguntaba.
Los motivos de conflicto más habituales son menos dinero de bolsillo o más horas de lo pactado y la obligación de hacer tareas propias de una empleada doméstica, no del 'miembro más de la familia' que en teoría es la 'au pair'. Y hay roces de convivencia. «En las agencias hacemos un cuestionario detallado para que el 'match' –el 'emparejamiento' entre ambas partes– sea exitoso», señala la agente. Especifica los gustos personales, las costumbres o el carácter. Apesar de todo, a veces no funciona.
Si las condiciones del contrato no se respetan, primero hay que hablar con la familia, después con la agencia de origen –o con sus socios en el país de destino– y, en último caso, recurrir a las autoridades locales de inmigración o trabajo o a la embajada de España.
Nazaret Prior, una joven extremeña licenciada en Periodismo, aterrizó en 2013 en Reino Unido, pero se encontró con que sus anfitriones no eran como esperaba. «Cuidaba de un niño de 9 años y una niña de 6. El niño llegó a pegarme. La mujer trabajaba en casa, pero no me hablaba. Y nunca había comida. No era por dinero –los críos iban al colegio del príncipe Guillermo–; todos comían fuera y, en las cenas, me daban las sobras. El trato era horrible», resume.
Al mes decidió marcharse y, a través de su agencia, buscó a otra familia. Las condiciones eran «muy generosas»: 115 euros a la semana, el curso de inglés y el vuelo pagados y ayuda para el transporte. Cocinaban muy bien –«Engordé diez kilos aquel año»–, la integraban en sus conversaciones –«Aún mantengo el contacto»– y le ayudaban con el idioma. Pero no dejaban de ser 35 horas semanales cuidando de un niño de 2 años por una compensación económica –no es un salario– muy alejado de lo que cobra una 'nanny' profesional, hasta 2.000 euros al mes. «Al final es un poco estresante: vives con tus jefes, no desconectas, tienes que poner buena cara a todo…». Nazaret, de 28 años, sigue en Londres. Hoy trabaja para el Festival de Creatividad Cannes Lions y, aunque cree que el sector debería regularse para evitar la explotación, no se arrepiente de aquella etapa: «Cumplí mis objetivos».
Viajar con la mediación de una agencia facilita el éxito de la empresa, pero tampoco garantiza una experiencia 100% satisfactoria. En primer lugar, advierte Tosar, hay que cumplir un par de requisitos básicos: cierto nivel del idioma que se aprende y soltura con los niños. Ella recomienda tener antes de ir un nivel A2 o B1 para sacar el máximo provecho de la estancia y haber trabajado con chavales: 'babysitting', prácticas en guarderías, monitor de tiempo libre...
En segundo lugar, se precisa un poco de «arrojo y mentalidad positiva». «El programa 'au pair' es maravilloso, pero no es para todo el mundo», previene. Ella misma desanima a ciertas chicas. «Algunas se quejan porque son universitarias y se ven 'trabajando de chachas', pero ser 'au pair' no es ser 'chacha' –matiza–. Tienes que cuidar a los niños, recoger los platos o planchar, lo mismo que harías si vivieras con tus padres. Los 'millennials' son muy blanditos».
En Reino Unido o Alemania, las empresas valoran muy positivamente que los aspirantes a un empleo tengan buenas referencias de una estancia como 'au pair' en el currículo. «Lo consideran una señal de valentía, compromiso, capacidad de adaptación y humildad», afirma la presidenta de AEPA.
El jurado comenzó ayer su deliberación en el juicio contra los presuntos asesinos de Sophie Lionnet. Sabrina Kouider y Ouissem Medouni, ambos también franceses, se acusan mutuamente de la muerte de la joven, ahogada en la bañera durante un interrogatorio que los acusados grabaron. En la sesión de torturas le rompieron la mandíbula, el esternón y varias costillas. La culpaban de haber ayudado a Mark Walton, un músico expareja de Sabrina, a drogar y abusar de miembros de la familia. Después trataron de quemar el cadáver en una hoguera en el jardín trasero de su casa, lo que alertó a los vecinos.
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