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Inés Gallastegui
Miércoles, 20 de junio 2018
Los hosteleros lo llaman 'ruina', pero su nombre científico es 'erosión costera'. Cada primavera se vierten en el litoral español millones de toneladas de arena y cada invierno, con los temporales, el mar vuelve a destrozar las playas a zarpazos. El problema se ve agravado ... por la urbanización salvaje a escasos metros de las olas, la reducción del transporte de sedimentos de los ríos a causa del control de las cuencas y la construcción de diques que resuelven la escasez de un arenal pero agravan la situación del vecino. Y el futuro pinta peor a causa del cambio climático. A día de hoy, el primero del verano, varias playas del sur peninsular siguen luciendo las heridas causadas por el oleaje. «La arena es un bien escaso. No hay una solución mágica», advierte el geólogo del CSIC Jorge Guillén.
Con fondos de la Dirección General de Costas, decenas de ayuntamientos de toda España se han apresurado en las últimas semanas a reparar los estragos ocasionados por los temporales de comienzos de año. Algunos ya lo hicieron de cara a la Semana Santa, solo para ver su trabajo desbaratado por la siguiente tormenta de este invierno inusualmente largo y desapacible. Hoy se sigue moviendo arena en algunas playas de Cádiz capital, Conil, Vejer, San Fernando y Chiclana, las malagueñas de Ferrara en Torrox y La Carihuela en Torremolinos o la valenciana de El Saler. En Huelva, la enorme tubería que repartirá casi un millón de metros cúbicos de arena dragada del fondo por 12 kilómetros de costa reposa como un gigantesco gusano negro en La Antilla (Lepe). En las granadinas de Castell de Ferro, Carchuna-Calahonda y Castillo de Baños ni siquiera hay obras: están igual que las dejaron las olas de marzo porque no tienen capacidad para adelantar la inversión estatal paralizada con el cambio de Gobierno.
«Lo que pedimos es que no se tire más dinero al mar», resume Francisco Trujillo, presidente de la Asociación de Chiringuitos de la Costa Tropical, que representa a 65 empresas con una media de 15 trabajadores cada una en temporada alta. Las playas de Granada llevan varios años seguidos sufriendo bocados y el último les ha dado la puntilla. «Hace falta un estudio serio. Hemos pedido a los gobiernos central y autonómico y a los ayuntamientos que construyan barreras semisumergidas para proteger las zonas más vulnerables», subraya Trujillo, que calcula en hasta un 70% las pérdidas ocasionadas por los daños del temporal y las obras de regeneración posteriores. «Cuando está la maquinaria pesada transportando arena, es como si la playa estuviera cerrada», recuerda.
En Málaga no han cuantificado los daños económicos del retraso en los trabajos, pero Luis Callejón, presidente de la Asociación de Empresarios Hoteleros de la Costa del Sol, que representa a 350 establecimientos, no oculta su enfado. «Si un turista se tumba en la hamaca y a su lado hay un camión echando polvo y humo, no vuelve», lamenta, en alusión a los perjuicios que esta situación causa a bares, restaurantes, alojamientos y comercios.
El problema es que llueve sobre mojado. «Llevamos desde 1990 reclamando soluciones definitivas, que existen, de todas clases: fijas y temporales, sostenibles y no sostenibles... No hace falta que inventemos nada; solo tenemos que mirar el planeta y copiar lo que han hecho con éxito otros países, como Holanda o Japón, para proteger sus costas», subraya. Por ejemplo, arrecifes artificiales que atraen fauna y flora y hacen que las olas rompan más lejos de tierra. «Pero la administración prefiere lo fácil: rellenar con arena y salir en la foto todos los años. Si computáramos todo el dinero que se ha gastado estos años en mover arena, nos llegaría para pagar las islas artificiales que tienen en Dubái», exagera.
La arena de la playa es el resultado de procesos erosivos de millones de años sobre rocas de distintos tipos y conchas de animales. Sus granos tienen una medida de entre 0,063 y 2 milímetros. Si son más pequeños, forman limo y si son más grandes, grava. La mayor parte de las veces la arena destinada a la regeneración de playas afectadas por temporales se extrae de otros arenales o de dragas que la sacan del fondo del mar, a cierta distancia de la costa, y la conducen a través de grandes tuberías. Pero en algunas ocasiones la escasez de este material lleva a las administraciones a comprar arena de cantera con ese fin. «Es una aberración», opina el investigador Jorge Guillén. Los ecologistas están de acuerdo. La fauna y la flora marinos, recuerda Ramón Ferré, de Gepec, están adaptados a la arena del mar, que es más fina y ya ha sido filtrada por la naturaleza, por lo que no provoca en el agua una turbidez que puede ser fatal para la vida. Su organización se enfrentó hace dos años a la reposición de las playas de Tarragona por este procedimiento y la Demarcación Provincial de Costas se defendió. «A medida que la arenisca se desplaza y erosiona, adquiere las características de las arenas naturales», justificaron los técnicos de la administración.
Y eso que en Málaga las olas no se tragaron los chiringuitos, como hizo a primeros de marzo el temporal 'Emma' en la costa atlántica andaluza. Decenas de bares de chancla, 'pescaíto' y copas quedaron arrasados por la violencia de las mareas y en muchas playas las máquinas aún siguen trabajando. «Es un desastre total. Están llenas de piedras y la gente se hace daño», denuncia Josefa Díaz, presidenta de la Asociación de Empresas Turísticas de Cádiz.
Las excavadoras siguen ahí, entre los bañistas. Aunque los empresarios se han endeudado hasta las cejas, la burocracia ha impedido tener los arenales listos para la temporada, que empezó hace semanas. Además, se queja, la legislación impide reconstruir los chiringuitos con la altura y los materiales que requerirían en la costa atlántica, donde las olas y vientos fuertes son la norma. «El mar se lleva lo que es suyo, lo vuelve a traer y lo acumula en las dunas», recuerda. «Los chiringuitos son una necesidad que la gente demanda y existen en todo el mundo. Y en países donde sufren continuamente huracanes y lluvias torrenciales están preparados para ello», resalta Díaz.
«La playa es un sistema vivo, móvil, dinámico», afirma Jorge Guillén. No es solo lo que se ve, el lugar donde plantamos la sombrilla y la toalla, sino la zona sumergida, donde el oleaje puede ir creando barras o bancos que protegen la masa emergida, y las dunas del interior, que son una reserva de arena que las olas, las mareas y el viento modifican con el tiempo. Hay un continuo intercambio entre la tierra y el mar y, dentro del agua, en sentido longitudinal.
«La erosión es un fenómeno natural que afecta al 70% de las costas en todo el mundo. Una playa en equilibrio es aquella en la que la arena que se va y la que llega tienen un volumen parecido. Son la excepción; normalmente tienden a crecer o a desaparecer», afirma el investigador del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona. Sabe de lo que habla, porque lidera un equipo de geólogos, ingenieros, físicos y biólogos del CSIC y la Universidad Politécnica de Cataluña que desde 2010 'espía' las variaciones morfológicas del arenal de Castelldefels. Cinco cámaras desde una torre y sensores y correntímetros submarinos miden las corrientes y el oleaje y vigilan el movimiento de la arena y el comportamiento de los sedimentos de un kilómetro de litoral.
El fenómeno lleva ocurriendo millones de años, pero a nadie le había importado gran cosa hasta que se masificó el turismo y el pan de miles de familias empezó a depender del buen estado de estos parajes. Además, es natural, pero la mano del hombre lo ha agravado. En primer lugar, la cantidad de sedimento que llega al mar es mucho más pequeña ahora a causa de la construcción de embalses que alteran el curso de los ríos. En segundo lugar, los mazacotes de cemento construidos en las zonas costeras se han cargado todo el sistema de dunas y marismas que constituía el 'alimento' de las playas en su ciclo natural. «Ahora somos conscientes de que las dunas son ecológicamente importantes y un sistema de protección de la costa, pero hace cuarenta años molestaban para construir. ¡Y encima se mueven! Si construyes una carretera al lado, la duna pasa por encima», ironiza.
Atlántico y Mediterráneo Los temporales afectan más a las playas mediterráneas porque estas son mucho más estrechas y tienen un volumen de arena mucho menor. «Las mareas mediterráneas son de 20 centímetros en vertical, mientras que en elCantábrico o en la costa atlántica andaluza o gallega son de varios metros», explica el geólogo Jorge Guillén.
150.000 toneladas de arena puede contener una playa mediterránea con una cota de 4 metros desde la orilla, 100 metros de anchura y 1.000 metros de longitud.
2 metros puede alcanzar una ola en un temporal en el Mediterráneo, una medida «ridícula» comparada con las marejadas del Cantábrico, donde pueden llegar a los 8 metros.
Antes fue el norte El Plan Litoral 2014, el último del que ha publicado balance oficial el hasta ahora Ministerio de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente –acaba de dividirse en dos–, dedicó sus 35 millones de euros de presupuesto a 315 actuaciones en País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia para paliar los desperfectos causados por los temporales en 113 municipios. Reparaciones en paseos marítimos, construcción de diques y elementos de protección de la costa, reposición de arena y reperfilado de las playas y mejora de infraestructuras de acceso centraron la mayor parte de las obras.
10 millones de euros gastó el Estado en 2016 en verter arena en playas afectadas por temporales, según el Gobierno del PP. Este año se invertirán solo en Cádiz 7,1 millones. La factura para todo el país será enorme.
Una playa efímera «Las playas tienen sus propias reglas y echarles arena esperando que se comporten como nosotros queremos no es realista. Hay que enfocar el tema con humildad», reflexiona el ecologista Ramón Ferré, que compara este afán con el mito de Sísifo. La playa almeriense de Costacabana es un ejemplo: en 2012 la arena vertida de cara a la temporada de verano desapareció en menos de un mes. Tras varios años seguidos tirando el dinero al agua, en noviembre de 2015 se terminaron de construir cinco espigones. Tres meses después, un temporal se llevó la arena. Terminó devolviéndola.
En tercer lugar, la construcción de puertos, diques y espigones -que es la solución 'estable' preferida por la administración estatal- modifica la capacidad de transporte de los sedimentos: lo que se acumula en estas defensas puede beneficiar a una determinada playa y perjudicar a la contigua. En ese sentido, Guillén cree que cualquier elemento de contención debería planificarse «con una perspectiva regional, no local».
Aún hay un cuarto factor humano: la vegetación marina, igual que la terrestre, previene la erosión. La destrucción masiva de las praderas de posidonia en el Mediterráneo a partir de los años setenta a causa de los vertidos incontrolados de agua de alcantarilla dejó el fondo marino sin la tupida red de raíces de cientos de metros de estas plantas que contribuían a sujetar el suelo, explica Ramón Ferré, miembro del Grupo de Estudio y Protección de los Ecosistemas Catalanes (Gepec).
Además, las plantas marinas siguen ayudando a la conservación de las playas una vez muertas: cuando sus largas hojas son arrastradas por la corriente a la orilla, tienden a acumular arena a su alrededor, haciendo más difícil que el agua se la lleve al primer embate. Gepec inició en 2012 en colaboración con el Ayuntamiento de Torredembarra (Tarragona) un proyecto experimental en la playa de La Paella para evaluar la capacidad regenerativa de la 'Cymodocea nodosa' -otra fanerógama marina- y descubrieron que distribuir los restos de esta planta en la parte alta del arenal era un excelente modo de regenerar las dunas: en solo un año aumentó el volumen de arena y crecieron más de 2.000 plantas de cuatro especies endémicas de este ecosistema. En la parcela vecina, donde habían trasplantado estas especies sin las hojas marinas, el crecimiento fue mucho más lento, explica Ferré.
Para Guillén, es imprescindible realizar cierta labor pedagógica frente al empeño de los ayuntamientos costeros que, para evitar el mal olor de las algas y las plantas marinas, se apresuran a eliminar con medios mecánicos unos restos que son «una excelente protección» frente a la erosión. En algunos puntos del Mediterráneo, recuerda, ya se están llevando a cabo proyectos innovadores para conservar estos residuos orgánicos durante el invierno.
En todo caso, el geólogo no es optimista: no se puede poner puertas al océano. Y menos con las oscuras previsiones sobre las consecuencias del cambio climático: «Se espera que a finales de este siglo el nivel del mar habrá subido un metro. Muchas playas del Mediterráneo van a desaparecer».
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