Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Hay profesiones en las que el Día Internacional de la Mujer Trabajadora cobra un valor especial. Por el camino que queda por recorrer para reducir la brecha de género, por las batallas ganadas o las perdidas. O por su protagonismo, como ocurre en la sanidad. ... Las mujeres han consolidado su mayoría en la enfermería y agrandan año tras año las distancias con los médicos. Y esta conquista del ámbito de la salud es fruto de vocación, méritos académicos y esfuerzo. Pero hace falta aún dar muchos pasos hacia la igualdad.
Los últimos datos de febrero de 2021 muestran que hay casi un 66% de médicas en Osakidetza. Los colegios oficiales, que recogen cifras de sanidad pública y privada, dibujan una profesión cada vez más feminizada. En Bizkaia seis de cada diez colegiados en activo son mujeres y por debajo de los 35 años son el 70%: 1.171 frente a 516. En Álava, el numero de médicas ha crecido diez puntos en quince años y en Gipuzkoa hay 2.230 en activo, casi mil más que hombres.
«Se va jubilando una generación principalmente masculina para dar paso a una generación mayoritariamente femenina. En las facultades, con notas de acceso muy altas, más de un 75% son chicas», destaca el Sindicato Médico de Euskadi.
La presencia de las mujeres en la enfermería ha fortalecido su mayoría. Son casi nueve de cada diez en la sanidad pública vasca. Entre fijas, interinas, eventuales... suman más de 11.700, frente apenas 1.400 hombres. Entre las auxiliares de enfermería el porcentaje ha superado ya el 93%: 6.800 mujeres y solo 460 varones.
Pero esa mayoría no se refleja en su peso en los cargos directivos. El 80% de las plantillas de Osakidetza estan compuestas por mujeres y, sin embargo, apenas un 4% de ellas ocupa puestos de mando frente al 12% de los hombres. «Esta situación tiene mucho que ver con los mandatos de género. El coste de ser madre para las mujeres es altísimo. ¿Quién quiere llevar una jefatura cuando tiene hijos pequeños?, pues los que no soportan su carga o lo hacen en menor medida», dicen las portavoces de la central. «Para muchas mujeres el desarrollo de la carrera profesional está en segundo plano porque así lo tienen interiorizado», añaden. «En el caso de las enfermeras se les veta el acceso a determinados puestos directivos, que sí pueden ocupar titulados de otros grados universitarios», resalta el sindicato de enfermería Satse.
La eventualidad afecta más a las trabajadoras sanitarias. El 38% de las mujeres que desarrolla su labor en Osakidetza tiene contrato temporal, diez puntos más que los varones. «Los hombres logran las plazas fijas antes porque el tiempo trabajado en contratos puntúa en las OPE y ellos disponen de más tiempo para preparar oposiciones porque la mujer se ocupa en mayor medida del ámbito familiar», destacan desde UGT.
Casi el 89% de trabajadores con contratos a tiempo parcial o medidas de conciliación en Osakidetza son mujeres. Y seis de cada diez renuncian a su carrera profesional por ser madres acogiéndose a excedencias mesuales, trimestrales, anuales... frente al 6% de hombres. Satse apunta que esa dedicación mayor a los cuidados en el espacio familiar ha provocado una brecha salarial «del 24% desfavorable a las mujeres».
Portavoces del sindicato médico ponen un ejemplo del camino que queda por recorrer. «Estamos trabajando el control de la imagen utilizada en comunicación. Los médicos se siguen representando con figuras masculinas y la enfermería con femeninas. Esto es tan anacrónico como cierto».
Incluso en cuestiones como la ropa de trabajo hay luchas pendientes. Una de las acciones que estudia el plan de igualdad de Osakidetza es un cambio en los uniformes «ya que, pese a la mayoría de mujeres, tienen formato masculino y resultan muy incómodos para trabajar», explican responsables de UGT.
Cuando Mercedes Fraca empezaba su carrera como ginecóloga era habitual que al informar a los familiares de los pacientes le preguntaran: «¿y cuándo viene el médico?», recuerda la jefa de Obstetricia del Hospital de Basurto y la primera mujer que ocupa el cargo de vicepresidenta del Colegio Oficial de Médicos de Bizkaia. Ahora, casi treinta años después, la situación ha cambiado porque hay una presencia mayoritaria de médicas en la sanidad, son ya el 60% de los profesionales en activo en Bizkaia.
La especialista bilbaína destaca la importancia de que se hayan dado muchos pasos hacia la igualdad, principalmente con las medidas de conciliación laboral. «Es fundamental que hombres y mujeres accedan a los permisos de paternidad y maternidad en las mismas condiciones porque de esa forma se deja de penalizar a las madres», y «facilita el desarrollo de la carrera profesional» entre las médicas.
La vicepresidenta del colegio vizcaíno destaca que la batalla se libra ahora en romper los techos de cristal que se ponen las propias mujeres. «Muchas rechazan puestos directivos porque culturalmente tenemos interiorizado que somos menos ambiciosas y damos más importancia al ámbito familiar», apunta. Cree que es necesario evolucionar. «Debemos asumir el liderazgo y lograr que en un futuro no muy lejano los cargos de responsabilidad estén también ocupados por mujeres», anima. Valora que la sanidad «funciona muy bien» en manos de las mujeres, que han introducido «cambios» en la profesión médica. «Somos más empáticas y cercanas con el paciente», dice.
La jefa de sección de Neumología en la OSI Araba y presidenta de la Sociedad Vasco Navarra de Patología Respiratoria recuerda que cuando empezó su residencia en los años 90 casi todos los neumólogos eran hombres. «Íbamos a los congresos nacionales y nos trataban con condescendencia, como si fuéramos un adorno o las azafatas del compañero», explica. Las tornas han cambiado y ahora ellas representan más del 50% de esta especialidad. Se ha avanzado mucho y la sociedad «cada vez está más preparada para que la mujer ocupe puestos de relevancia», pero Tomás considera que en el colectivo médico sigue penalizándose a las mujeres que demuestran tener ambición para acceder a cargos directivos.
«Tenemos que demostrar que estamos ahí porque valemos cuando al hombre se le presupone», subraya la doctora, quien detecta en sus compañeras una menor voluntad de asumir una jefatura. «Creo que muchas no se plantean hacer algo más allá de cuidar de los pacientes, porque tienen vocación para ello, y que ellos están más dispuestos a postularse a los puestos de gestión. Y cuando una mujer llega con esa aspiración, se ve como algo negativo y se suceden los comentarios. Que si tiene mala leche, que si mira cómo es, que si ya se la veía dictatorial cuando era residente...», lamenta.
La desigualdad que perciben las doctoras también se traslada al trato que les dispensan los pacientes, que a veces demuestran 'lagunas' al dirigirse a ellas. «En el fondo lo hacen con cariño, pero 'oye bonita' o 'gracias maja' no se lo dicen a un compañero», apunta.
La directora de Enfermería del Hospital de San Juan de Dios de Santurtzi, Karmele Araujo, está orgullosa de que «las profesiones sanitarias» hoy en día «las mantienen y sustentan en gran parte las mujeres». Han demostrado, destaca. que ofrecen una atención «de calidad» tanto «en lo profesional como en la parte humana». En ese centro sanitario, el 82% de todos los puestos, desde medicina y enfermería a la administración, están ocupados por mujeres.
Araujo considera que la profesión de enfermería, como la de medicina, está feminizada porque tiene un componente muy importante de atención a los demás. «El papel que se ha asignado a la mujer siempre es el de los cuidados. Este trabajo es muy vocacional y necesita mucha entrega personal y mucha empatía con los pacientes», comenta. A la vocación se le ha sumado otro gancho en la actualidad para que sea una de las carreras más demandas y con las notas de acceso más altas: tiene «muy buenas» posibilidades de empleo y ofrece «estabilidad» laboral, apunta. Por ello, atrae a muchas jóvenes brillantes. Resalta, además, que se ha avanzado en medidas de conciliación laboral y en el acceso a los puestos de dirección.
Durante la pandemia el trabajo de las enfermeras se ha hecho más «visible» ante la sociedad, aunque considera que aún hay que dar «muchos pasos» para que «se promocione y reconozca» su estatus laboral. Araujo subraya que la enfermería es una «profesión autónoma y con competencias propias», que «trabaja de manera coordinada con el resto de profesionales del equipo de salud».
Los Colegios de Enfermería vascos tienen presidentas, pero Hosanna Parra confiesa que le resulta irónico que en el Consejo General de Enfermería la mayoría de presidentes sean hombres. «La nuestra es una profesión eminentemente femenina. Nuestros compañeros se sienten orgullosos de ser 'enfermeras' y se refieren así a sí mismos en las asambleas», señala la presidenta del Colegio de Enfermería de Álava. Lo que Parra reclama es que las instituciones reconozcan la formación de estas profesionales como se merecen.
«Estudiamos un grado de cuatro años y dos de especialidad, más que otras profesiones como psicólogo y, sin embargo, estamos en la categoría A2 y no en la A1», denuncia. Tampoco comprende que haya quienes siguen refiriéndose al colectivo como ayudantes técnicos sanitarios. «Enfermería es una carrera universitaria», subraya. A su parecer, muchos siguen imaginando a las enfermeras con una falda, unos tirantes y una cofia, como en la posguerra.
«La relación con el resto de compañeros ha mejorado mucho, pero antes parecía que estábamos para servir al médico», sentencia Parra, a quien le alegra comprobar la buena valoración que reciben las enfermeras en las encuestas del CIS desde antes de la pandemia. «La enfermera es quien está en el hospital las 24 horas, los 365 días del año», resume poniendo como ejemplo la carta que el fallecido cantante Pau Donés les dedicó. «A veces, quienes tienen la mala suerte de vivir un proceso complicado como el suyo son quienes más nos valoran», afirma.
«El envejecimiento de la población ha multiplicado nuestra carga de trabajo», advierte Emilia Hernando, técnica en cuidados auxiliares de enfermería en Santa Marina. Este colectivo es una pieza fundamental en el engranaje de un centro sanitario, ya que llevan el peso de la atención directa al paciente. «Hay cada vez más personas mayores y dependientes, que precisan muchos más cuidados y más específicos», subraya. En la planta en la que trabaja la media de edad de los pacientes es de 90 años, y sufren «muchas patologías físicas, psicológicas y problemas sociales», describe. «En los momentos duros de la pandemia el ritmo de trabajo fue tremendo, con un gran desgaste entre nuestro colectivo», recuerda.
Más del 90% de estos puestos los ocupan mujeres en centros sanitarios vascos. «Y cada vez asumimos una mayor responsabilidad», añade. Reivindica que es necesario dar más «visibilidad» al trabajo que desarrollan. «Una parte la sociedad y de los responsables sanitarios no conoce bien nuestra función», se lamenta. Destaca que su profesión es una titulación de FP que debe tener «un mayor reconocimiento» profesional en el ámbito sanitario. «Hay que reducir la precariedad laboral que soportamos y ofrecer más formación al colectivo», pide.
Advierte que queda mucho camino por recorrer en el reparto de tareas en la sociedad para avanzar en la igualdad. «Los cuidados en la familia todavía son asumidos de forma mayoritaria por las mujeres. De ese modo al trabajo duro del hospital se le suma la atención a hijos y personas mayores», subraya.
A esta técnica de cuidados de enfermería en la residencia Sallurtegi de Agurain, dependiente del Instituto Foral de Bienestar Social, le parece que los hombres siguen llegando «con cuentagotas» al cuidado de las personas mayores. «Hay más en el ámbito hospitalario, pero los cuidados, en especial en geriatría, parecen algo que se nos sigue atribuyendo a nosotras», plantea, al tiempo que anima a impulsar que ellos también se incorporen a ciertas profesiones feminizadas.
Imaz se declara preocupada por las condiciones laborales de otras compañeras que no trabajan en el sector público. «En la calle solemos ver a mujeres cuidando de personas mayores. No sé si sus familias consideran que un perfil femenino está más capacitado para cuidar de alguien frágil, pero tenemos compañeros que son grandes profesionales», señala. Aunque todavía hay quienes no reconocen la importancia de la labor de estos técnicos -«parece que se da un tratamiento despectivo a algo tan vital como buena higiene o la alimentación», dice-, los auxiliares desarrollan un trabajo físico muy intenso.
«Es una labor dura mental y físicamente. Atendemos a personas con demencias y muchas trabajadoras llegan a la jubilación con lesiones en los hombros y las muñecas que ya no se solucionan con intervenciones. No deberíamos asumirlas como algo normal porque al final terminamos con la incapacidad permanente y la pensión reducida, lo que prolonga la desigualdad en el final de nuestras vidas», plantea esta mujer con veinte años de experiencia.
El trabajo de celador es uno de los pocos en centros sanitarios que no están ocupados de forma mayoritaria por mujeres. Se asocia a tareas más físicas, lo que durante tiempo ha podido frenar su incorporación a esos puestos. Pero las celadoras van ganando terreno. Son ya algo más de un millar en Osakidetza, el 47% del total del colectivo. Elena Llanera es una de ellas, trabaja en el Hospital de Galdakao y se confiesa «feliz» con su labor. «No tenemos limitaciones. Hacemos el mismo trabajo que los hombres, nos vemos tan capacitadas como ellos y nada nos echa para atrás. Movemos a los pacientes, y ahora hay muchos mayores y dependientes lo que lo hace más difícil; movemos camas de 250 kilos... y si hay que correr, corremos como cualquiera», cuenta esta celadora vocacional.
Le gusta hablar con los pacientes cuando los traslada a hacer pruebas. «A veces me ven y me dicen: ¿ya vas a poder conmigo maja? Yyo les digo: no tengas miedo, que además soy mejor conductora de camillas que los chicos», cuenta divertida.
Ha trabajado en diferentes puestos en Osakidetza desde 1989, en limpieza, cocina, y ahora de celadora, y ha pasado por varios hospitales. Ha sido testigo del cambio. «Ahora hay muchas médicas y se ven hombres en enfermería. Antes no había chicos en la limpieza y ahora hay muchos. Y también hay más celadoras y hasta operarias en mantenimiento», resalta. «Todos tenemos derecho a trabajar, hombres y mujeres, en igualdad de condiciones. Si reclamamos algo para nosotras también lo queremos para ellos», defiende.
Nunca se imaginó trabajando de celadora hasta que se quedó sin empleo. «Me preparaba para ser técnico de administración y finanzas cuando surgió la oportunidad y me lancé», explica la vecina de la capital alavesa Mar Corrales. Con experiencia previa a sus espaldas, es celadora en los quirófanos del hospital Vithas San José desde hace un mes. ¿Por qué no hay más compañeras en su profesión? «Lo desconozco, pero es cierto que cuando empecé tenía cierto recelo. No sabía si podría afrontar este puesto físico que requiere tanta fuerza, pero podemos hacerlo y los compañeros nos ayudamos mutuamente», afirma.
Corrales considera que su profesión está infrarrepresentada, lo que no contribuye a que más mujeres se vean desempeñando este puesto. «Los quirófanos no se preparan solos. Hay que colocar las mesas de tracción, trasladar cuerpos de unas camillas a otras... tenerlo todo dispuesto para las cirugías y atender a las preferencias de cada cirujano», resume. Esta celadora sostiene que la vocación de cuidado al paciente es algo que encuentra en todos sus compañeros con independencia de su profesión o sexo. «Algo que me atrajo mucho de este trabajo es que somos la primera persona que recibe al paciente antes de una cirugía. Les recibimos, les acompañamos al encuentro con el cirujano y apaciguamos sus nervios», confiesa Corrales, quien nunca se ha sentido discriminada en el trabajo. «Somos la base que hace funcionar los hospitales y espero que cada vez más mujeres se animen a formar parte de ella», concluye.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.