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- ¿Qué ha sucedido para que hoy Europa sólo pueda mirar al futuro con angustia?
- La agresión invasiva de Rusia sobre Ucrania, el ... caos que está creando Trump, las incertidumbres sobre la OTAN... Hemos vivido en una complacencia alargada, sosegada, y de repente nos encontramos con que nos falta algo: seguridad, defensa, rearme, pasar del llamado 'soft power' al poder duro.
- ¿Los eslóganes del 'no a la guerra' o el antimilitarismo clásico, de larga tradición en Euskadi, se han quedado obsoletos?
- Es un poco hipócrita. Si tú dices 'rearme' en Lituania, Letonia, Estonia o Polonia, les suena bien. Pero la lejanía de los puntos conflictivos hace que esa palabra nos parezca escandalosa. Probablemente se ha pronunciado un poco brutalmente, de sopetón, pero no se pueden usar eufemismos en una situación que realmente está comenzando a ser peligrosa. No debería ser escandaloso, es algo preventivo, disuasorio.
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- ¿Qué le evoca el llamamiento de las instituciones comunitarias a aprovisionarnos con un kit de supervivencia cerca de la puerta?
- La gente se ha quedado asustada. Es una buena idea, también para catástrofes del estilo de la dana en Valencia, terremotos... No se trata de tener un fusil en el cuarto de estar.
- ¿Por qué triunfan hoy los proyectos de corte autocrático, como, singularmente, el de Donald Trump?
- Al final, la democracia es una creación de Occidente y ha entrado en contacto con una globalización total. Yo diría que afronta un cansancio de materiales, en el sentido de que está confrontada. Es un sistema de combustión lenta y, por la globalización y las nuevas tecnologías, se enfrenta a un mundo en aceleración total. La democracia es lenta porque tiene en cuenta factores distintos a la mera fuerza, que busca ganar rápido. Y hay gente que no está satisfecha y prefiere el autoritarismo. Es la lucha de la libertad contra la eficacia inmediata.
- ¿A qué atribuye la pujanza de los Orban, Meloni o Abascal, del nacionalismo más reaccionario?
- Hay una especie de ataque de celos y de envidia sobre Europa. Se han hartado de esta forma de vivir y han pensado que las lecciones las vamos a dar nosotros. El problema europeo es que hay gente que se lo ha creído, en concreto todos los movimientos de ultraderecha. Mucha gente considera que la democracia ya ha dado de sí todo lo que podía, se ha cansado de un entramado con un equilibrio muy débil de poderes independientes que se respetaban entre sí, pero que a la vez frenaban la rapidez de las resoluciones. Entonces dicen 'vamos a dejarnos de todo esto' y va Trump y los expulsa a todos o los manda a las cárceles de Bukele.
- En Europa, el debate migratorio también es controvertido. ¿Hay un cambio en los valores?
- Lo que sucede es que tenemos miedo. Tenemos miedo a todo: a la guerra, a los emigrantes, a lo distinto, al que no habla nuestra lengua. Antes vivíamos rodeados de vecinos y ahora vivimos rodeados de amenazas. Todo lo que es distinto, que antes no existía porque éramos muy homogéneos, nos empieza a dar temblor. La gran enfermedad de Occidente es que vivimos con miedo. Europa está siendo una vieja, una antigualla en un mundo que no entiende.
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