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«Los años y la experiencia me han enseñado algo muy valioso. Puede parecer un contrasentido, pero no lo es. En esta vida hay veces que aunque pueda parecer que pierdes, ganas. Porque ganas siempre cuando eres una buena persona. Ganas siempre cuando procuras no ... hacer daño a nadie. Ganas cuando defiendes la vida y la libertad. Ganas siempre cuando defiendes tus ideas con la palabra, razonablemente, sin descalificar. Ganas siempre cuando respetas a los que respetan. Y ganas cuando confías, aunque a veces te equivoques».
Estas palabras forman parte de un texto manuscrito que se recoge en la biografía de Ana María Vidal-Abarca, fundadora de la primera asociación de apoyo a las víctimas del terrorismo y viuda del jefe de Miñones Jesús Velasco, asesinado por ETA. El libro 'Ana María Vidal-Abarca. El coraje frente al terror', editado por la Fundación Víctimas del Terrorismo en colaboración con la editorial Catarata, acaba de ver la luz. Lo hace a título póstumo, ya que Vidal-Abarca falleció en 2015 a los 77 años. «Supone asomarse al balcón de los inicios del activismo contra ETA, que en muchos momentos de su andadura lo han liderado casi en exclusiva mujeres», resume su autora, la periodista María Jiménez.
Ana María Vidal-Abarca y Jesús Velasco se conocían no solo porque pertenecían a los mismos círculos vitorianos y compartían cuadrilla, sino porque él había tenido un escarceo amoroso de juventud con una amiga de ella. Ana María y Jesús, ella de familia monárquica y él, de una carlista, se casarían y fruto del matrimonio nacieron cuatro hijas: Ana -escribe el prólogo del libro-, Begoña, Inés y Paloma.
Fue en el verano de 1967 cuando se asentaron definitivamente en la capital alavesa. La profesión de Velasco, comandante del Ejército, les había llevado por distintos puntos del mapa. Entre ellos El Aiún. El Cuerpo de Miñones fue el único destino que solicitó, y acabó por liderarlo desde 1974. El Estatuto de Gernika, aprobado cinco años después, contemplaba la formación de lo que vino a ser la Ertzaintza, obligando a reorganizar los cuerpos policiales existentes.
Ahí los Miñones jugaban un papel importante, y también la figura de Velasco. «Era la única institución policial propia y en funcionamiento, pero despertaba los recelos del nacionalismo, que contemplaba diluirla bajo el control de la nueva Ertzaintza y no quería militares en sus filas», relata Jiménez en el libro. ETA no tardaría en colocarle en la diana. El 25 de diciembre de 1979, un terrorista llamó por teléfono a casa de la familia. «Que sepan que es la última Navidad que pasan juntos», les espetó. La banda asesinó a Jesús Velasco la mañana del 10 de enero -24 horas antes de la entrada en vigor del Estatuto-, en presencia de dos de sus hijas, que se dirigían al colegio.
defensa del colectivo
«Lo sabía, lo sabía, lo sabía», masculló Ana María, que entonces tenía 41 años, al enterarse de que acababan de matar a su marido. Su vida cambió para siempre. «Tuvo claras dos cosas: que se marchaba a Madrid para que sus hijas no crecieran en un ambiente cada vez más enrarecido y que tenía que 'hacer algo'», relata la autora de su biografía. Ese 'algo' fue rebelarse «no solo contra el terrorismo y la falta de libertades, sino sobre todo contra la insolidaridad, la falta de comprensión a las víctimas, en especial a mujeres viudas que quedaban desamparadas y con menores a su cargo», prosigue María Jiménez.
Con esa convicción, fundó junto a Sonsoles Álvarez de Toledo e Isabel O'Shea la Hermandad de Víctimas del Terrorismo -posteriormente AVT-. Ignoraron a quienes las tachaban de «chifladas» y «locas extremosas», e hicieron «algo tan sencillo como abrir un apartado de correos y poner un anuncio en un periódico pidiéndoles a las víctimas que contactaran con ellas. Habían solicitado sus nombres al Ministerio del Interior, pero no los tenían», revela la periodista. En cuestión de semanas empezaron a recibir cartas y «sin ser muy conscientes de ello, pusieron los mimbres de la resistencia cívica contra el terrorismo».
Vidal-Abarca, primera presidenta del colectivo, consiguió durante su mandato, además del reconocimiento moral de la sociedad hacia las víctimas del terrorismo, más de 400 millones de las antiguas pesetas de ayudas directas, la personación de la asociación en centenares de causas judiciales, un protocolo de asistencia psicológica y más de mil becas de ayuda al estudio. Nació también la revista trimestral del colectivo para informar a las víctimas. Cada vez que había un atentado «dejaban pasar ocho o diez días» y contactaban con las familias. En 1992 contaban ya con más de ochocientos socios. A día de hoy la AVT tiene más de 4.000.
La «intuición para moverse con habilidad en círculos de poder» de Ana María -hizo sus pinitos en la política de la mano de Alianza Popular-, explica la autora del libro, «la llevó a defender una serie de derechos que, poco a poco, se irían convirtiendo en normativas que amparan hoy a las víctimas del terrorismo». Entre ellas, la Ley de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas del Terrorismo que el Congreso aprobó en 1999 y la creación de la oficina de atención a este colectivo del Ministerio del Interior.
Vidal-Abarca fue también vicepresidenta y luego presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT), cuando en 2001 el Gobierno de José María Aznar decidió poner en marcha este organismo, dependiente de Interior. Cuatro años después presentaría su dimisión por «razones personales graves». Cuentan sus hijas que la vida de Ana María Vidal-Abarca no cambió demasiado tras abandonar sus responsabilidades institucionales. «Seguía atenta a todo lo que ocurría y cuando le pedían que opinara, lo hacía». Recibió numerosos homenajes y distinciones que reconocían su trayectoria. Una sala del Memorial por las Víctimas del Terrorismo, con sede en Vitoria, llevará su nombre.
En 2014 le detectaron un cáncer de pulmón. Era un jueves y le anunciaron que la operarían al lunes siguiente. Decidió pasar el fin de semana en casa y jugar un campeonato de mus. Antes de entrar en el quirófano el médico le preguntó:
- ¿Fuma usted?
- No.
- ¿Desde cuándo?
- El viernes.
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