«Nosotros también estuvimos secuestrados todo ese tiempo»

25 años de la liberación de Ortega Lara ·

En el 25 aniversario de su liberación, funcionarios de la cárcel de Logroño relatan cómo vivieron los 532 días de cautiverio de su compañero, objetivo de ETA

carmen nevot

Viernes, 1 de julio 2022, 08:29

Era la madrugada del 1 de julio de 1997. Tras ocho meses de investigación, agentes del GAR, con sede en Logroño, rescataron a José Antonio Ortega Lara de su escondite, un zulo en una nave de Mondragón. Habían pasado 532 días desde que ETA, para ... forzar el acercamiento de presos de la banda terrorista al País Vasco, le había capturado en el garaje de su casa, en Burgos, de regreso de la cárcel de Logroño donde trabajaba. El funcionario de prisiones encarnó ese primero de julio el símbolo de libertad que tanto ansiaba el país. Lo que entonces aún no se sabía es que la organización terrorista se tomaría la revancha tan solo nueve días después con el secuestro y asesinato del concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco.

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Ha pasado un cuarto de siglo desde aquel 1 de julio y los compañeros de Ortega Lara en el penal de Logroño aún recuerdan sus casi dos años de cautiverio. A José Manuel Garrote, la noticia del secuestro le pilló disfrutando unos días libres con sus amigos en Andorra. Era el 17 de enero de 1996 y las primeras informaciones eran algo confusas. «Había dudas de que podía ser un secuestro, pero cuando volvimos nos lo confirmaron», relata a este diario. Aunque se sabían objetivo de ETA, lo cierto es que no se lo esperaba. El secuestro, en su caso, fue un baño de realidad: «Le había ocurrido a él, pero nos podía haber pasado a cualquiera. Por lo visto, había mucha más gente en la lista, aunque nunca nos dijeron quiénes estaban».

Fueron días de auténtica «angustia y bastante psicosis». «Parecía que nos perseguían y cualquier cosa nos ponía en alerta», recuerda. Si hasta entonces ya tomaban muchas medidas, a raíz de aquello las extremaron. «Mirábamos siempre los bajos de los coches por si nos habían colocado una bomba. Muchas veces dejábamos caer una llave o una moneda al suelo y luego nos agachábamos disimuladamente para no levantar sospechas en la calle», cuenta Garrote. Cambió todos los hábitos y pocas veces repetía rutinas. «Cuando íbamos a una cafetería –rememora– siempre nos poníamos hacia el fondo, intentando no darle la espalda a la puerta para ver quién podía entrar». Les ofrecieron la posibilidad de llevar un arma, pero la mayoría la rechazó.

Cada miércoles, durante el tiempo de secuestro, se convocaba una concentración a las puertas del centro penitenciario de Logroño para pedir la liberación de Ortega Lara, pero ademas, durante esos 532 días, en el interior de la prisión hubo un encierro continuo en una sala que hoy es el comedor. «Siempre había gente, mañana, tarde y noche, en vacaciones, Navidad y Semana Santa. Siempre hubo un funcionario pendiente del teléfono por si llamaban, por si ocurría algo. No recuerdo otra cosa igual nunca», detalla.

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Felicitación de Navidad

El día del rescate, José Manuel estaba en casa con sus padres. Dormía. «Me despertaron y me dijeron: José, José, que han liberado a Ortega Lara. Fui a la sala de la televisión, la puse y cuando lo dijeron me derrumbé y me eché a llorar». Ese instante, para él, fue una liberación. «Para Ortega Lara el que más, pero también para nosotros porque estuvimos secuestrados con él todo ese tiempo».

Se reencontró con él más adelante, cuando, ya jubilado, regresó de visita al centro y a día de hoy sigue enviando a la cárcel logroñesa una felicitación cada Navidad.

Los lazos que reclaman la libertad del funcionario.

Jorge Cabezas, otro funcionario, llevaba trabajando en la cárcel de Logroño desde su inauguración en 1985. Conocía a Ortega Lara, del que dice que era «un tipo más bien introvertido». El 17 de enero de 1996 estaba en casa cuando le llamaron para darle la noticia. Todo apuntaba a que su compañero había sido secuestrado. De inmediato se desplazó a la prisión y allí se lo confirmaron.

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A partir de ahí hubo una movilización sin precedentes. Al igual que Garrote, Jorge no esperaba que en Logroño la banda encontrase a su próxima víctima. Entonces pocos o nadie estaban libres de la garra del terrorismo, pero «siempre se pensaba en las prisiones del País Vasco, que son las que más presión han sufrido con el tema de ETA».

Aquello fue el detonante para adoptar más medidas de prevención, como no ir siempre por el mismo camino al trabajo, cambiar las rutas tanto al salir como al entrar, variar las horas, vigilar los bajos del coche y «controlar algún vehículo que coincidiera mucho tiempo en tu recorrido. Eran medidas que tenías interiorizadas», explica. Precisamente, cree que los hábitos tan metódicos y repetitivos de Ortega Lara fueron su perdición. Se convirtió en una víctima de fácil seguimiento.

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Recuerda que en una de las ventanas del centro penitenciario riojano cada día se actualizaba el número de días de secuestro. El último fue el 532. Una cifra que escenificaba el fin del cautiverio más largo en la historia de ETA. Las concentraciones de los miércoles, el encierro permanente en la cárcel y la marcha de medio centenar de funcionarios de Logroño a Burgos infundieron ánimos a una plantilla que la banda no logró doblegar.

Estudiantes de Secundaria organizaron una marcha hasta la cárcel en apoyo al secuestrado.

El día de la liberación, Jorge Cabezas estaba trabajando. «Se empezó a rumorear que había una operación de la Guardia Civil. Entonces eran todo nervios. No se sabía si era verdad o rumor hasta que dieron la noticia en los informativos. Nos enteramos de que habían encontrado el zulo y lo habían liberado».

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Fueron momentos «muy emotivos» porque llevaban 532 días encerrados en su centro penitenciario como medida de apoyo a su compañero. «La situación que esa persona vivió durante ese tiempo no se la puede imaginar nadie más que él. Vivió una muerte en vida durante casi dos años. Entonces, sentías una sensación de alegría y alivio». Ese 1 de julio, de forma espontánea, arrancó una concentración a las puertas de la prisión. «Todo el mundo aplaudió, los compañeros se abrazaron, vino gente de otros centros hasta aquí y vivimos un momento de inmensa alegría».

Ceniceros, el objetivo

El expresidente del Gobierno riojano José Ignacio Ceniceros vivió muy de cerca el secuestro. Pocos saben que, al igual que Ortega Lara, era funcionario del penal logroñés. Durante años trabajaron juntos, pero también les unía su afiliación al PP.

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Cuando se llevaron a José Antonio, Ceniceros era senador y había pedido una excedencia voluntaria. En 1994, como le confirmaron después, ETA había estado siguiendo sus pasos. Era uno de sus objetivos principales, pero «al cambiar de vida y de costumbres libré», narra. El día del secuestro le llamó el comisario de Burgos para decirle que había desaparecido. Poco después apareció su coche y junto a él, las gafas en el suelo. «Entonces pensé: blanco y en botella, le han secuestrado. En aquellos momentos todos estábamos preocupados porque los funcionarios éramos un objetivo».

Imagen de una de las concentraciones que se celebraban cada miércoles para pedir la liberación de Ortega Lara.

A su juicio, la banda quería presionar al futuro Gobierno porque «ya se veía en el 96 que iban a cambiar las tornas». Entonces, un funcionario de prisiones y encima del PP era muy goloso para los terroristas y «tanto él como yo reuníamos todas las condiciones».

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Ceniceros recopiló toda la información que salía de su secuestro en la prensa regional y la iba encuadernando para entregársela una vez que le rescataran. Así lo hizo en otoño de 1997.

El día de la liberación le llamaron entre las 7 y las 7.10 horas de la mañana para darle la noticia. «Pegué un grito y mi mujer se asustó. Me vestí rápido y fui al centro penitenciario con los compañeros». Allí estuvo un par de horas hasta que le llamó el entonces ministro Jaime Mayor Oreja. Acto seguido, fue a la Delegación del Gobierno, entonces estaba Tomás López San Miguel al frente, y «a partir de ahí me dieron información y me pusieron escolta».

Con el tiempo, José Antonio le contó los detalles. Le facilitaban prensa manipulada, recortada y cuando había algún atentado de ETA, «enseguida se la pasaban». Al final, le daban algún libro pero como había perdido las gafas, hasta que no le proporcionaron unas de farmacia no pudo leer.

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Durante todo el tiempo, afirma Ceniceros, «mantuvo a raya a sus secuestradores. Si querían jugar al mus, él se negaba y cada vez que se negaba le castigaban, a veces pasaba días y días sin comer. Si a eso añadimos que el zulo estaba sobre un río, sobre el Deba, desde el primer día le salieron hongos por la humedad». Hace no mucho, cuenta, estuvo con él, y pese a lo que podría parecer, «lo encontré bien, fuerte».

En diciembre de 2020, Instituciones Penitenciarias abortó el traslado de José Javier Arizkuren, alias 'Kantauri' a la cárcel de Logroño, donde trabajaba Ortega Lara, a quien él había ordenado secuestrar. El Gobierno dio marcha atrás por el malestar generado entre sus compañeros.

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