Huegun, el taxista de San Sebastián al que asesinó ETA
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40 aniversario ·
Nacido en un baserri de Aya, trabajaba en la capital guipuzcoana y su muerte, de cinco tiros en la espalda, llevó al gremio a una huelga. Su asesinato sigue sin respuestaLa hija mayor de Antonio Huegun, de 21 años, caminaba por el paseo de la playa donostiarra de la Zurriola cuando vio pasar el taxi de su padre. Era tarde, las once y media de la noche, y ella venía de un curso de formación. ... Él apuraba su jornada al volante por San Sebastián. Era una de esas familias donde todo el mundo exprime las horas, quizá porque no queda otra. Aquella noche del 13 de mayo de 1982 conversaron un rato y luego siguieron con sus quehaceres. Fueron apenas unos minutos de charla, una suerte de guiño del destino. Nunca se volvieron a ver.
La pista de Huegun se pierde poco después, cuando telefoneó a casa al borde de la medianoche y comentó que le había salido una carrera hasta Eibar, que llegaría algo tarde. Fue asesinado al final de aquel viaje. Hacia las siete de la mañana del día 14 -hoy hace 40 años-, dos baserritarras eibarreses encontraron su cadáver al borde de un camino de Arrate. Le habían dado cinco tiros por la espalda. Cerca del cuerpo, la Policía halló varios casquillos del calibre habitual en ETA. La autoría fue negada por la banda en 'Egin'. Los investigadores nunca dudaron de que era obra suya. Las armas y el 'modus operandi' coincidían.
Antonio Huegun Aguirre había nacido en un baserri de Aya, un pequeño municipio guipuzcoano situado cerca del parque natural de Pagoeta. Cuando le mataron, llevaba dos décadas viviendo en Lasarte. Estaba casado y, a sus 42 años, tenía ya dos hijos mayores, una chica de 21 y un varón de 16. Sus allegados han permanecido en silencio todos estos años. Quieren mantenerse lejos de los focos y así seguirán.
Nada más conocerse la noticia del crimen, los taxistas de San Sebastián se reunieron en Anoeta en una asamblea improvisada y convocaron una huelga de 24 horas. Las paradas de la capital guipuzcoana se vaciaron de inmediato. Muchos compañeros del gremio se sumarían al multitudinario funeral celebrado en Lasarte al día siguiente. El miedo calaba en el sector. Antonio Huegun no era el primer taxista que moría a manos de ETA. Era el duodécimo. Dos asesinatos más cerrarían la macabra lista.
Hay 35 kilómetros desde el bilbaíno mercado de la Ribera hasta el acceso a San Juan de Gaztelugatxe. Esa ruta dibuja el acoso de ETA a los taxistas, que dejó un rastro sangriento de 14 asesinatos entre 1969 y 1985. Todo comenzó frente al mercado de abastos, cuando el etarra Miguel Echevarría, 'Mecagüen', subió en plena huida al taxi de Fermín Monasterio. Y terminó 16 años después, cuando tres terroristas dispararon en la cabeza a su compañero de gremio Juan José Uriarte en el camino de acceso al icónico islote bermeano.
La banda justificó muchos de aquellos crímenes con un pretexto habitual, acusó a algunos de ellos de haber colaborado con la Policía. Muchos familiares lo negaron. El último de los taxistas asesinados por ETA fue Juan José Uriarte. Tras el crimen, un comunicante en nombre de ETA llamó dos veces a la DYA para indicar dónde estaba el cadáver y y dijo literalmente: «Hemos dejado tieso a un chivato». Aquel taxista era primo del obispo auxiliar de Bilbao en aquella época, Juan María Uriarte, que negó rotundamente aquella acusación y dijo en su funeral que «no es lícito erigirse en juez ni vengador». En su homilía no utilizó la palabra «terrorismo» ni «ETA».
El documental 'Bajada de bandera', creado por la Fundación Miguel Ángel Blanco, retrata la persecución de la banda a los taxistas. «ETA retiró las armas y la munición al comando que había asesinado a Uriarte para que no se les pudiera relacionar con el crimen cuando fueran detenidos, como sucedió un año después», explica en el documental Florencio Domínguez, experto en materia antiterrorista y director del Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria.
Después de Fermín Monasterio, que fue además el primer civil asesinado, ETA mató a los taxistas Francisco Expósito y Germán Aguirre en 1975, Manuel Albizu en 1976, Martín Merquelán, Amancio Barreiro, Elías Elexpe y Lisardo Sampil en 1978 y Sixto Holgado en 1979. Los familiares de Albizu viajaron a Francia para pedir a la cúpula de ETA explicaciones, un encuentro del que da cuenta el etarra 'Pertur' en una de sus últimas cartas.
Albizu vivía cerca de una casa cuartel y, a veces, los guardias y sus familiares le encargaban carreras. En la cúpula dijeron a los allegados que el atentado fue un error. Pero, a la vuelta de Francia, recibieron todavía alguna amenaza más en su domicilio. El funeral de Albizu en Zumaia se celebró íntegramente en euskera y fue multitudinario.
En febrero de 1980, la víctima sería Ignacio Arocena, un taxista de Oiartzun al que condujeron hasta el castillo del inglés, donde ya habían asesinado años antes a Merquelán. Fue una prueba más de que el primer atentado mortal era obra de ETA, ya que en esta época era habitual que hubiera varias reivindicaciones y el Batallón Vasco Español se había atribuido su muerte. Años después, ETA lo incluyó en un listado de sus atentados.
Pocos meses después, en septiembre de 1978, apareció el cadáver de Benito Morales en el maletero del coche con el que se ganaba la vida. Antonio Huegun fue el siguiente, en 1982. Tras él murieron los taxistas Pablo Garraza (1983) y Juan José Uriarte (1985). Al primero, que vivía en Renteria, los terroristas le sometieron a un interrogatorio antes de matarle.
Nunca hicieron falta pruebas, muchas acusaciones se levantaron sobre «meros chismorreos sobre personas que actuaban de un modo diferente», según Florencio Domínguez. «ETA llegó a manejar listados con decenas de presuntos confidentes en localidades muy pequeñas. Ya le habría gustado a la Policía tener dos o tres en esos lugares», señala en el documental. Muchos de estos crímenes no fueron resueltos. Cuatro de los catorce entraron en la ley de amnistía. Otros seis están sin resolver. Sólo hay cuatro homicidios que fueron aclarados y juzgados, uno de ellos de forma parcial.
Los 14 taxistas asesinados por ETA dejaron cuatro decenas de huérfanos.
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