Que ETA hizo estallar el 6 de febrero un coche bomba en la plaza de la Cruz Verde de Madrid, que mató a cinco militares, que hirió a una docena de viandantes. Que ocurrió a las ocho y media de la mañana frente a la ... Capitanía General, que los etarras estacionaron el coche sobre la acera para que la furgoneta militar maniobrara y pasara cerca, que la bomba fue activada a distancia, que los daños materiales fueron cuantiosos. Que entre los fallecidos había tres capitanes -artillería, caballería e infantería-, un soldado conductor y un telegrafista. Que el domingo se cumplieron 30 años de aquel atentado. Todos esos son hechos conocidos y que han sido contados alguna vez. Por eso, esta es una historia más pequeña. La de Javier, el único hijo de Emilio Tejedor, uno de aquellos militares.
«Aquella mañana, mi padre cogió 'la ruta' para ir al trabajo porque yo estudiaba Farmacia y jugaba al balonmano. Tenía entrenamiento y necesitaba el coche. Otras veces, él iba en coche. No le vi salir de casa pero le recogieron en la puerta, como siempre». Javier tenía entonces 23 años y soñaba con seguir los pasos de su padre, Emilio Tejedor, capitán de Infantería en el Ejército de Tierra. Él iba para Farmacia Militar, pero aquella mañana cargada de rutina estaba empeñada en cambiarlo todo.
Javier encendió la tele y puso Telemadrid. Echaban un programa que iba informando del tráfico, dando imágenes de diferentes puntos de la capital de España. «Entonces vi la cortina de humo en la tele. Conocía la zona. Era Capitanía. Empecé a pensar en un atentado. Puede ser mi padre, o no. Lleva allí treinta años, o le ha tocado a él o a algún amigo». Recuerda con rapidez lo que pensó y los detalles regresan a su memoria. «Llamé a Capitanía y no me cogían. Al final, logré hablar con una secretaria y me dijo que había mucho jaleo, pero que creía haber visto a mi padre».
A esas horas, un amigo de la familia, también militar y que vivía cerca, llamó por teléfono y comentó que no sabía nada todavía pero que iba para su casa. Javier no esperó a que llegara. «Sentí que necesitaba bajar al cuartel y cogí el coche. Quería ver a mi padre y, si estaba bien, ayudarle a pasar el trago. Bajaba por la nacional 5 en un estado de nervios que iba a peor. Allí tuve la corazonada de que le habían matado. Seguí conduciendo, llorando en el coche, y escuchando las noticias. Vi un furgón policial y pensé en pedirles que me llevaran porque no podía seguir. Al final dejé tirado el coche a cuatro kilómetros».
Cuando llegó a la Capitanía, la zona estaba acordonada y un policía con malos modales le negó el paso, aunque explicó que era familiar de una posible víctima. Había estado allí muchas veces y encontró un paso hacia el parking sin precintar. En el aparcamiento había un soldado, y un coronel que, al verle de lejos dio orden de dejarle pasar. Cuando Javier llegó a su altura, le hizo un ademán con la cabeza para que entrara en el edificio. Aquel gesto bastó. «Entendí que mi padre había muerto. Entré, vi una pared a mano derecha y empecé a golpearla con los puños. El coronel se apartó y me dejó hacerlo. Cuando paré, me dijo: 'Ya lo sabes, Javi'».
Pidió subir al despacho de su padre. Y esperó allí. Más tarde le llevaron a casa en un vehículo militar mientras alguien acudía a recoger a su coche. Al llegar al domicilio, su madre ya estaba al corriente de todo. Aquel amigo de la familia que fue a su casa «tenía hilo directo con Capitanía».
«Muy doloroso» recibimiento
De algún modo, la identidad de los militares muertos en el atentado llegó a la cárcel antes de que las radios y las televisiones dijeran sus nombres. «Tengo un primo que es funcionario de Prisiones en Alcalá Meco. Antes de que se supieran los nombres, los presos por terrorismo empezaron a reírse de él. «¿Ha caído tu tío?», le preguntó uno. Poco después, los jefes de ese funcionario le llamaron para que abandonara su puesto y se fuera a casa.
Emilio, al que sus amigos llamaban 'Emilito', tenía familia en Euskadi. «Eran de Zamora pero sus tres hermanas se casaron con vascos y vivían en Getxo, Algorta y Markina», detalla Javier, que nunca fue militar. «Empecé a ver el politiqueo, cómo se mueven las altas esferas. A nosotros nos dejaron de lado», confiesa. Reclamaron el seguro de ocupantes de vehículo militar en alerta roja -estaba activada- y no se lo reconocieron.
La pasada Navidad se desconsoló al ver al etarra 'Mortadelo', uno de los autores del atentado, recibido entre aplausos en Pamplona. «Yo sin padre, y él así. Es muy doloroso». Escribió entonces la carta que hoy reproduce este diario. «Siempre he estado en la AVT, y agradezco su ayuda, pero en segundo plano. He hablado alguna vez sobre las condenas, pero nunca había contado mi historia». La de Javier, el hijo de Emilio.
«Querido padre»
Carta de Javier Tejedor. «Querido padre, hoy es uno de los días más tristes porque el Gobierno autoriza la puesta en libertad de aquel malnacido, infame y cobarde que te asesinó a ti y a tus compañeros. (...) No hay día que no me acuerde de ti y tu ilusión por darme la mejor educación y por enseñarme valores. (...) 'Emilito', como te llamaban tus amigos, los de verdad, no se han olvidado de ti, no puedo decir lo mismo de tus jefes y compañeros de institución. Salvo una placa y algunos actos castrenses poco se han preocupado de nosotros. (...) Me revuelvo de rabia porque no sé cómo contar a tus nietas, que nunca pudieron disfrutar de ti, que quienes nos gobiernan giran la cara para otro lado ante los homenajes a etarras. (...) Papá, defenderé tu dignidad y que se haga justicia, que quede claro que eran asesinos y que cumplan íntegramente las condenas. Te prometo que voy a seguir luchando por preservar tu memoria. (...) Te quiero mucho. Echo de menos tus consejos. Tu muerte no es el final, tu legado perdura y perdurará en tu gente».
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