Entre los años 1968 y 1979 ETA cometió un total de 86 crímenes que no fueron resueltos. Prescribieron sin que se conociera a sus autores o se aclararon sólo de forma parcial. Por cada una de aquellas víctimas, el Gobierno vasco ha preparado un cuaderno ... de la memoria, una suerte de dossier con imágenes, recortes de prensa y la información conocida sobre el caso.
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Artolazabal ha entregado este viernes, en un acto celebrado en la biblioteca de la Universidad de Deusto, los primeros cuadernos a una veintena de familiares y enviarán por correo postal los 66 restantes. Estas son tres de esas experiencias.
La otra tarde, Eulalia quedó con sus amigas en Barcelona, donde vive, y les contó que se marchaba a Bilbao. «Por primera vez en 41 años les dije lo que había pasado. Que mi marido había muerto en un atentado terrorista y que venía a un homenaje», relató. «Me daba miedo pero ahora sé que no tengo por qué esconderlo. Él era inocente, nosotros somos las víctimas, no los asesinos». Eulalia estaba embarazada de tres meses el 21 de julio de 1979, el día que ETA mató a su marido, Jesús María Colomo. «Tenía un bar y los fines de semana trabajaba en una discoteca». Allí le asesinaron.
«Desde el principio supimos que no había nada, indemnización ni nada. Ya no esperamos. Me habría gustado que se sepa quiénes son los que le mataron, que los encuentren y que se celebre un juicio, que paguen por lo que hicieron», explicó.
«Yo no puedo perdonar que mi hija no haya conocido a su padre», zanjó. Dio a luz «sola» pero ya no lo está. Ayer le acompañaba esa hija y su nieta y «muchos que han sufrido lo mismo y no han tenido justicia». Le ha costado venir desde Cataluña. «Volver aquí, a estos pueblos, es duro todavía».
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Argimiro García tenía 50 años y 7 hijos cuando ETA acabó con su vida. José María García era el mayor y el único que ya no vivía en casa. «Fue un palo terrible», reconoce. Era guardia civil en Arrasate y ETA le asesinó el 17 de diciembre de 1974. «Mi padre jugaba a las cartas con gente del pueblo en Azkoitia y en Mondragón. Ayudaba a todo el que podía. Yo tomaba vinos con algunos y un día entrabas al cuartel y te encontrabas a uno detenido». Siempre creyó que eran del pueblo quienes le señalaron.
«Todo aquello está prescrito. Eran tiempos difíciles. Se llevaban por delante a todo el que podían», recordó García. «Hay unas víctimas a las que les dan mucha publicidad y se mira bien. Y otras que se quedan en interrogaciones. Te sientes un cero a la izquierda», lamentó. «Yo sí puedo perdonar pero no olvidar. Eran chavales muy jóvenes».
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Tras la muerte de su padre, José María García se fue a vivir a Renteria. «No conté nada a nadie. Se enteraron porque tuve un aviso de bomba en casa», confesó. «Desde entonces, me han tratado como uno más y me quieren mucho en el pueblo», valoró.
Epifanio Vidal salía del taller donde era chapista en Durango cuando lo mataron. Aquel 25 de octubre de 1978 le pararon tres personas que simulaban arreglar un coche y resultaron ser miembros de ETA. «Les vio medio pueblo -Durango- salir en un coche a las tres personas pero nadie reconoció a ninguno. Nunca se detuvo a nadie, ni supimos nada. Yo creo que incluso la Policía tuvo miedo de investigar», contó ayer Rosa Vadillo, su viuda.
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El tiempo pasó y ella se refugió en el silencio. «Un día me decidí a dar una entrevista y se enteró la gente. Ya nadie me relacionaba con aquello. Muchos vinieron entonces a saludarme, a darme un abrazo. Eso te reconforta mucho», admitió.
Gestos, pasos, símbolos, cosas que lo cambian todo. «El 17 de diciembre de 2000 nos hicieron un homenaje por primera vez». Poco después llegó el jeltzale Juan José Ziarrusta a la alcaldía de Durango y «me felicitó la Navidad. Fue el primero en hacerlo. Ahí me sentí arropada». «Gracias por organizar esto», añadió ayer Rosa Vadillo. «Yo no perdono pero nunca he dejado que crezca en mi familia el odio ni el rencor», zanjó.
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