Juan Antonio Piris Carballo, el hermano pequeño de José María, el primer niño asesinado por ETA, y su amigo Fernando García López, herido grave en el mismo atentado en Azkoitia, se verán hoy por primera vez en un encuentro en Euskadi, 42 años después del ... fatídico 29 de marzo de 1980, el día que les estalló una bomba lapa que se había desprendido de los bajos del coche de un guardia civil. ETA truncó para siempre la vida de las dos familias. «De un día para otro tuvimos que dejar Azkoitia y hacer 800 kilómetros de viaje detrás de un ataúd», narra Juan Antonio desde San Vicente de Alcántara, en Badajoz, el pueblo al que regresaron los Piris Carballo y donde enterraron a José María. «Mi madre es la peregrina del cementerio. No ha fallado un día».
El esperado encuentro será esta tarde en una visita al Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria, justo la víspera del homenaje que el Gobierno vasco, el Ayuntamiento azkoitiarra y la Asociación extremeña de Víctimas del Terrorismo les tributará en el lugar donde ocurrió la explosión. El acto de reconocimiento se quiso hacer en 2020, pero la pandemia obligó a aplazarlo.
«De un día para otro mi familia tuvo que dejar Azkoitia y hacer 800 kilómetros de viaje detrás de un ataúd»
«Mi madre es la peregrina del cementerio. No ha faltado ni un día. Ahora como está delicada va cuando puede»
Juan Antonio Piris Carballo
Hermano de José María
«Cuando me dijeron que se iba a hacer el homenaje, lo primero que me vino a la cabeza fueron Carmen y Antonio, los padres de José Mari, la primera posibilidad de reencontrarnos y hablar con ellos. Finalmente no pueden venir, están mayores y delicados de salud», explica Fernando García mientras se deshace en elogios hacia su amigo. Confiesa que tiene «muchas ganas de conocer a Juan Antonio», un deseo mutuo por parte del menor de los Piris Carballo, que tan solo tenía dos años y medio cuando ETA asesinó a José Mari. Fernando espera que Juan Antonio se lleve «un buen recuerdo de aquí, que se lo traslade a sus padres y por lo menos que quede ese homenaje a José Mari».
Aquel sábado de primavera, los dos amigos regresaban a Azkoitia después de jugar su partido de fútbol semanal en Azpeitia. El padre de Fernando les traía en su coche junto a otro miembro del equipo Floreaga, Jesús María Vega. Antes de entrar al garaje, paró en la plaza de los Atanos para que se bajaran. «Al llegar nos llamó la atención un paquete con unos imanes abandonado en la calle. Yo bajé por la parte izquierda. Tuve que rodear el coche y eso me salvó. José Mari salió corriendo por la derecha, cogió el paquete y explotó», relata. El pequeño Piris, de 13 años, murió en el acto. Fernando, de 11, sufrió heridas graves que le mantuvieron 22 días en la UCI en Donostia. «No oí la explosión ni sentí nada, solamente una corriente muy fuerte. Me quedé ciego, no veía nada, solo recuerdo llamar a mi padre», rememora. Vega resultó ileso.
ETA había adosado la bomba a los bajos del vehículo de un guardia civil que aparcaba en aquella zona. El agente había puesto en marcha su coche y el artefacto cayó al suelo sin que explosionara y sin percatarse de que había quedado en la calzada. Ese día como tantos en aquella época llovía intensamente. «Veníamos embarrados completamente del partido de fútbol», repasa Fernando García mientras hace su propia composición de los hechos: «Lo que seguramente ocurrió fue que los bajos del coche estarían húmedos, aquello no imantaría bien y cayó al suelo.
El guardia civil debió salir poco antes de que nosotros llegáramos, creo que hasta nos cruzamos con el coche...». Hoy, 42 años después, tanto Juan Antonio como Fernando siguen preguntando qué llevó a los etarras Agirre Agiriano, Urizar Murgoitio, Francisco Fernando Martín y Jesús María Zabarte, 'el carnicero de Mondragón' -todos en libertad tras cumplir sus penas- «a cometer semejante atrocidad. Si solo eran unos niños». «Por mucho que lo he intentado, no termino de entender cómo se puede segar la vida de un niño y a dos familias... ¿Por qué? Además, vieron desde una ventana cómo íbamos nosotros hacia la bomba. No acabo de entender que no nos llamasen la atención, que no nos gritaran: ¡Fuera de ahí! o algo... No acabo de entenderlo», lamenta.
«Los etarras vieron cómo íbamos hacia la bomba. Y todavía hoy no acabo de entender que no gritaran ¡Fuera de ahí! o algo...»
«La madre de José Mari pedía a la mía verme. Creo que me llevó una vez, pero se echaba a llorar enseguida. Era muy duro»
Fernando García López
Amigo de Piris, herido grave
- ¿Pudo estar con los padres de Piris cuando se recuperó?
- Estuve 22 días en la UCI y cuando salí del hospital iba casi a la calle. Andaba con gafas oscuras para proteger mis ojos y no podía ni ver la televisión. La madre de José Mari le pedía a la mía poder verme. Alguna vez creo que me llevó, pero se echaba a llorar enseguida... Era muy duro. Creo que fue una única vez porque enseguida se fueron a Extremadura. Ya nunca volvieron.
Fernando pasó a ser «'el niño de la bomba', el mono de feria de la escuela», relata, aquejado aún de las secuelas. Siempre ha visto muy mal del ojo derecho, «pero para remate me quedé ciego de ese ojo por una negligencia médica en 2011». Perdió su empleo y desde hace años trabaja en un taller de minusvalía.
«Los olvidados»
«Quizás por ser los primeros niños hemos sido los más olvidados. Se nos dejó ahí en el limbo, luego sí ha habido más sensibilidad por parte de la sociedad, pero a nosotros se nos dejó olvidados», remarca el amigo de Piris. Él y Juan Antonio llevan algún tiempo comunicándose por teléfono después de que encontrara a Juan Antonio y a sus hermanas, Soledad y Juana, a través de facebook.
Ambos creen que el reconocimiento «tenía que haber sido hace mucho tiempo». «Como dice el refrán, 'más vale tarde que nunca'», expresa agradecido, pese a todo y con «el deseo de hacer extensible el homenaje a los padres de José Mari y a los míos, que en paz descansen, porque ellos son los que más han sufrido». Hermano y amigo de Piris se fundirán hoy en un abrazo. «Lo que hubiera dado por estrechar mis brazos con José Mari...», imagina su amigo que también recuerda con pesar a su ama, María del Carmen: «Murió con 54 años. Nunca superó el bache».
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