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Doce balazos. Francisco Ruiz Sánchez salvó su vida de milagro aquel 9 de febrero de 1976. Ese día vencía el ultimátum que había lanzado ETA ... para que todos los alcaldes dimitieran de sus cargos. Policía local de Galdakao, Francisco acompañaba, junto a otro agente, al entonces regidor del municipio vizcaíno, Víctor Legorburu, hasta su garaje, situado a escasos metros de su casa. Eran las ocho de la mañana. Cuatro miembros de ETA les dispararon varias ráfagas de metralleta. Legorburu falleció y los dos policías resultaron heridos. La vida de Francisco Ruiz, que tenía solo 28 años, quedó unida a una silla de ruedas y a unas muletas durante un lustro. Pero fueron «el rechazo y la indiferencia» las que le hicieron marcharse de Euskadi. Su historia se recoge en el libro 'Doce balas en el alma', cuya autora, Rosa Peñasco, firmará mañana ejemplares en la Feria del Libro de Bilbao.
– ¿De dónde surge la idea de plasmar por escrito su testimonio?
– Hace treinta meses me dio un infarto y me detectaron una enfermedad rara del corazón. Mi reacción fue meterme debajo de la almohada. Fueron mi mujer y mis hijas quienes dijeron que tenía que cambiar el chip y me animaron a dar forma a mis memorias.
Escribió «un montón de folios», que envió la escritora y amiga Rosa Peñasco. «Ella es la que ha dado vida al libro», agradece. Los primeros ejemplares fueron de consumo interno. La autora quiso darle una sorpresa y con motivo de la celebración de las bodas de oro de Francisco y su mujer, Marisa, en diciembre de 2017 entregó a cada invitado un volumen. Así empezó a gestarse 'Doce balas en el alma', por el que ahora ha apostado la editorial Círculo Rojo.
«Doce balas, una por cada etapa de mi vida», apunta Francisco. Natural de Valdepeñas (Ciudad Real), llegó siendo un niño con su familia a Bilbao en los años cincuenta en busca de un futuro mejor. «Tenía unos siete años y el primer sitio en el que vivimos fue un barracón en Galdakao en el que estábamos metidas cuarenta familias», rememora en conversación con este periódico. Cuando su padre empezó a trabajar en 'la dinamita' (Explosivos Río Tinto) se hicieron con un piso en el municipio. «Para nosotros era como un palacio», evoca. Pero un accidente en la fábrica en 1974 provocó la muerte de una veintena de trabajadores. Y su padre fue uno de los heridos graves.
Desde entonces se convirtió en el cartero del pueblo. Francisco le acompañó desde bien pequeño. «No había ascensores, así que cuando había algún paquete para un cuarto piso, subía yo», ríe. Ayudante de cartero, fontanero... Francisco trabajó en lo que pudo para ayudar a la familia. Fue a su vuelta del servicio militar, ya casado, cuando optó a una de las nueve plazas de policía local que salieron en Galdakao. «Tenía 24 años y la necesidad de mantener a cuatro hijas –después tendría otra–. Solo pensaba en sacarlas adelante y ETA por entonces no había matado a mucha gente», expresa. En su tercer mes como policía vio como la banda asesinaba a su compañero Eloy García.
Cuando los terroristas fueron a por el alcalde Víctor Legorburu, Francisco llevaba cuatro años vistiendo el uniforme. «Nos ocupábamos de las cosas habituales del pueblo, pero a raíz de la amenaza de ETA le acompañábamos cuando iba a coger su coche para ir a trabajar –tenía un puesto en la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao–. «Nos acribillaron», resume. «Legorburu murió en el acto. A mí me alcanzaron cuatro o cinco disparos y no sé cómo, conseguí meterme entre dos coches. Pero vinieron a rematarme con otra ráfaga», comparte. En total, doce balazos. «Durante dos minutos no perdí el conocimiento –prosigue–, recuerdo que le pedí a la Virgen que me conservara vivo para cuidar a mis cuatro hijas».
Eran las ocho de la mañana en pleno corazón de Galdakao y «nadie me recogió», lamenta. Estuvo seis meses ingresado en el hospital de Basurto, «con el miedo de que los terroristas fueran también allí». Salió en silla de ruedas. Pero todo no acabó ahí. «Me dolió más el rechazo que los tiros. Las pocas veces que me sacaba mi mujer a dar una vuelta por el pueblo –vivían en un segundo sin ascensor–, notaba las miradas. La gente se apartaba, incluso conocidos de toda la vida dejaron de hablarnos», relata. Francisco, que ahora tiene 71 años, no guarda rencor. Sabe, dice, que «no lo hacían de mala fe». «Había mucho miedo a que te vieran hablar con una víctima del terrorismo», reconoce. Pero no ha olvidado lo mal que lo pasó su mujer. «Iba a la carnicería y volvía nerviosa. Decía que la gente sacaba conversaciones a propósito sobre el atentado. Me contaba que habían dicho que al fascista del alcalde le tenían que haber matado antes y que yo, que me jodiera por acompañarle», comparte. Llegaron a ponerle flores en el parabrisas del coche. «Pensé que me había salido una admiradora. Pero el mensaje era que las próximas serían en el cementerio», revela.
Acabaron por abandonar Euskadi rumbo a La Rioja y después a su Valdepeñas natal. «Saqué a mis hijas del colegio y nos marchamos. Sin la ayuda de ningún gobierno ni de la sociedad. Y eso es muy duro», reprocha. «En silla de ruedas tuvo que ir a Cáritas a pedir que les dejaran un piso», rememora. Cinco años después del atentado, pudo deshacerse de las muletas y rehacer su vida. Hasta los noventa no cobró ninguna indemnización por parte del Estado y hace una década que fue reconocido oficialmente como víctima del terrorismo.
Francisco Ruiz nunca supo de sumarios ni sentencias judiciales. «Nunca me dijeron nada», afirma. No condenaron a los autores y con la Ley de Amnistía su caso quedó archivado. «Otros presos de ETA volvieron entonces a Galdakao y se bailó un aurresku en su honor en el lugar en el que fue el atentado».
'Doce balas en el alma'. (Editorial Círculo Rojo). Su autora, Rosa Peñasco, firma mañana ejemplares en la Feria del Libro de Bilbao.
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