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Carmen Hernández dio forma a un cuento para compartir con sus nietos lo que le sucedió a su aitite. «Estuve escribiendo durante mucho tiempo pensando que ese día llegaría», reconoce. Y llegó. El argumento era «sencillo»: «Había gente que hacía daño a quien pensaba ... diferente», resume. Lo entendieron. «Saben que a su aitite le mataron, que aquello estuvo mal y saben también que hay que respetar a todas las personas».
Carmen es la viuda de Jesús Mari Pedrosa Urquiza. Hace veinte años, un pistolero de ETA le disparó en la cabeza cerca de su casa de Durango. La víctima, afiliada al sindicato ELA, era desde 1987 concejal por el PP en el Ayuntamiento del municipio vizcaíno. Con su muerte, eran ya ocho los ediles de dicho partido a los que la banda terrorista había asesinado en el último lustro.
Jesús Mari tenía 57 años y era padre de dos hijas, Ainhoa y Estíbaliz. Carmen y él se conocieron de chavales en una romería de San Antonio -fiestas de San Fausto-. «Entonces salíamos en cuadrilla. Íbamos al cine y las chicas nos sentábamos delante y los chicos detrás», rememora. Jesús Mari estudió en Jesuitas y luego cursó la carrera de Ingeniería Técnica, primero en Sevilla y luego en Bilbao. «Se sacó los estudios con becas», relata Carmen. Su media era de ocho. «Era muy inteligente». A la vuelta de la mili -la hizo en Melilla-, se casaron con lo que tenían «ahorrado» y tejieron una vida juntos. Hasta que ETA se la arrebató.
Jesús Mari Pedrosa trabajaba como director de control de calidad en una empresa cuando un amigo le «insistió» en que se metiera en política. «A mí no me hizo gracia porque en mi casa se sufrió mucho durante la guerra y no se hablaba nada de esos temas. Pero lo respeté», reconoce. «Entonces la gente votaba más a la persona que a los partidos». Y Jesús Mari estuvo trece años como concejal del PP en Durango, municipio al que su familia se trasladó a vivir cuando él solo tenía cuatro años. Nació en Ordizia. Su aita era de San Sebastián y su ama, de Usansolo. «Era cien por cien de la Real Sociedad y el resto, del Athletic», sonríe Carmen.
En su etapa en el Ayuntamiento Pedrosa destacó por «su carácter abierto y dialogante». «Más allá de las diferencias ideológicas, su interés era trabajar por el pueblo», expresa Carmen. Presidió la comisión de Hacienda, llegando a aprobarse los Presupuestos con el voto unánime de los 21 ediles. Poco después del atentado, un concejal socialista se acercó a su viuda y le dijo: «Después de las comisiones todos solíamos ir a tomarnos un vino juntos. Cuando le mataron, eso se acabó».
ETA acabó con la vida de Jesús Mari Pedrosa el 4 de junio de 2000, pero su martirio empezó tres años antes. «Lo que nos hicieron fue muy duro», se sincera Carmen. De tirarle piedras cuando se concentraba silenciosamente junto al resto de miembros de Gesto por la Paz, pasaron al acoso personal. «Nos colocaban esquelas con la foto de Jesús Mari en el portal y en toda la escalera hasta nuestra puerta, colgaban pancartas con una diana y la frase 'serás el próximo', colocaban velas encendidas debajo de la ventana de casa, nos mandaban por mensajero botellas vacías diciendo que eso era lo que tenían los presos en las cárceles...», enumera Carmen. «Y el día de los Santos Inocentes, empapelaban todo con muñecos de papel enormes en los que podía leerse 'tú no eres inocente'». «Aquello era día sí y día también. Fue tan injusto», afirma. Las manifestaciones acababan en su domicilio, «gente con quienes habíamos crecido», relata. Pero ella tenía claro que no iba a decir a su marido que dejara la política. Nunca lo hizo.
En 1997 -el mismo año en el que asesinaron a Miguel Ángel Blanco-, Jesús Mari empezó a llevar escolta. Pero a los dos años, con la tregua del 99, se la retiraron. Cuando ETA retomó las armas, declinó volver a llevar protección. «No soy importante», decía. «Y de un tiro, te cambian la vida», expresa Carmen.
El funeral por Jesús María Pedrosa se celebró en la iglesia de Santa María de Durango y la capilla ardiente se instaló en el salón de plenos del Ayuntamiento. Miles de personas rindieron homenaje póstumo al concejal asesinado. Multitudinaria fue también la concentración que el 6 de junio se celebró en el municipio, encabezada por su viuda y sus dos hijas, de 20 y 27 años. Ainhoa, la mayor, se casaba en mes y medio. «No quisimos anularla porque eso era lo que hubiese querido su aita», revela Carmen. Jesús Mari se había puesto a régimen para ejercer de padrino en la ceremonia. Tras el atentado, su «vecina de abajo» le dijo a la viuda de Pedrosa: «Le han matado, pero hasta ahora no le han dejado vivir».
«Cada vez que me iba a la cama me repetía: 'Ha pasado'», comparte Carmen, que, con ayuda, sacó fuerzas de donde no las había para «tirar hacia adelante» por sus hijas. «Durango ahora es más grande, pero entonces... Te cruzabas con la gente que te había estado amenazando, aquellos que te habían dejado de saludar... Durante un tiempo iba en coche al centro del pueblo para evitar encontrarme con nadie», revela.
El 7 de agosto de 2000 cuatro etarras murieron en Bilbao al estallar los explosivos que transportaban en su coche cuando se dirigían a cometer un atentado. Una de las pistolas que llevaban los terroristas aquel día fue la utilizada para asesinar a Jesús María Pedrosa.
Con el paso de los años, Carmen ha participado en numerosas iniciativas en favor de la paz y la convivencia. Ha mantenido encuentros con presos de ETA que han hecho un recorrido de autocrítica -«todos merecemos una segunda oportunidad», defiende-, se ha unido a damnificados por diferentes violencias para reclamar un reconocimiento a todos y cada uno de ellos, y fue de las primeras víctimas del terrorismo que empezó a llevar su testimonio a las aulas en Euskadi. «Cuando supe que vendrías a clase pensé: 'ya viene esa facha a darnos un mitin'. Pero me has desmontado», le dijo un alumno. «Ellos son el futuro de este país y tienen que conocer la historia. Ponernos cara porque no somos números», sostiene.
Carmen no entiende que se lleven a cabo 'ongi etorris' en las calles. «Me parece bien que sus familias les reciban, pero no la banda del pueblo. La algarada no es concebible porque no son gudaris que vienen de la guerra», remarca. También es muy crítica con los ataques a las sedes de partidos de los últimos días. «Uno puede reivindicar lo que quiera, pero sin violencia», considera.
Cuando asesinaron a su marido, un concejal de HB le espetó: «ETA se ha equivocado con Jesús Mari». Ella no tardó un segundo en reaccionar. «¿Acaso otra persona sí merecía morir? Eso no me vale, ni él ni nadie», replicó. Carmen echa en falta que la izquierda abertzale sea más clara. «Tampoco es tan difícil decir que matar estuvo, está y estará siempre mal. Es una pena que no lo hagan, porque cambiarían muchas cosas».
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