«Mi aita nos decía: nada de venganzas, esta es vuestra tierra»
Juan Priede ·
Ana, la hija del concejal del PSE de Orio asesinado hace 20 años por ETA, recuerda que su padre pedía «defender la libertad hasta las últimas consecuencias»Secciones
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Juan Priede ·
Ana, la hija del concejal del PSE de Orio asesinado hace 20 años por ETA, recuerda que su padre pedía «defender la libertad hasta las últimas consecuencias»A. gonzález egaña
Domingo, 20 de marzo 2022, 08:51
Ana Priede recibe a este periódico en su despacho de concejal del PSE en Orio, en el mismo Ayuntamiento donde su padre, Juan Priede, dedicó largas horas a tratar de mejorar la vida de los oriotarras. Su puerta siempre estuvo abierta para escuchar a todo ... el mundo. Decía que cuando uno entra en el Ayuntamiento se tiene que olvidar de quién le cae bien o mal, de sus amigos y de sus enemigos, incluso, a veces, hasta de las siglas de su partido. Esa máxima la puso en práctica cada día de su trayectoria como edil hasta que ETA decidió acabar con su vida, el 21 de marzo de 2002. Juan Priede tenía 69 años, era viudo, padre de tres hijos y fue asesinado por dos terroristas en el bar Gure Txoko, muy próximo a su casa, mientras se tomaba un café en la barra.
Eran las dos y veinte de la tarde y como todos los días, después de comer, bajó dispuesto a permitirse «diez minutos de libertad» sin sus escoltas para echar un café en el bar de siempre. Charlaba acodado en la barra cuando dos etarras, Unai Bilbao e Iñaki Bilbao, entraron al establecimiento con paso decidido y le descerrajaron tres tiros en la cabeza, el tercero de ellos cuando ya había caído en el suelo sin un hilo de vida. «Creo que se confió», relata Ana Priede pro primera vez.
Su padre nunca se imaginó que el comando de ETA que planeaba asesinarle tenía un confidente que era vecino de Orio, el etarra Gregorio Escudero. «Yo tampoco llegué a calcular que se iban a atrever a meterse al mediodía en un bar con gente a pegar tiros. Pero le siguieron, le controlaron y le mataron», rememora su hija. Le hicieron «unos seguimientos muy exhaustivos, no fue que los etarras tuvieran un día de buena suerte...». A Juan Priede ya le habían intentado asesinar en agosto de 2000, pero las fuerzas de Seguridad detuvieron al 'comando Bakartxo' que planeaba el atentado.
El día del asesinato, además, Juan Priede no tenía que haber estado allí. Ana y su hija de dos años comían siempre en su casa. «Era muy niñero y ese era el momento en que podía estar con ella, solo, sin los escoltas. Según terminábamos de comer, mi padre bajaba con nosotras para acompañarnos al coche y teníamos la rutina de pararnos a tomar un cafecito rápido en el Gure Txoko». Ese día la niña había pasado mala noche y Ana llamó a su aita y le dijo que no iban a ir. «Me dijo: 'Si no vienes, igual me voy a Donosti, a Prim, porque tengo que hacer algunas cosas para el congreso extraordinario' -ese fin de semana, el PSE eligió a Patxi López secretario general de Euskadi, un ramo de rosas presidió la silla de Priede en un Kursaal, roto de rabia y dolor-. Pero, por lo que sea, decidió no ir, o igual pensó ir más tarde... Entonces hizo lo que hacia todos los días y fue cuando le asesinaron».
A Juan Priede primero le pusieron un escolta y después dos, pero ante su familia siempre trataba de disimular la gravedad de una amenaza que ya se había materializado en el caso de su compañero socialista Froilán Elespe, al que ETA asesinó en el bar Sasoeta de Lasarte, el 20 de marzo de 2001. Ana repasa esos horrores y recuerda las decenas de veces que le pidió que lo dejara. «Mi aita creía que merecía la pena defender sus ideas y la libertad hasta el final y con todas las consecuencias, a pesar de que tenía muy claro que era cuestión de tiempo y oportunidad que le mataran, lo tenía clarísimo», explica.
- ¿Y pese a todo bajaba al bar sin los escoltas?
- Yo trataba de convencerle para que lo dejara... Le decía: 'Es que no merece la pena'. Y él replicaba: 'Que sí, Ana, que sí merece la pena. Lo entenderás con el tiempo, entenderás lo que significa defender la libertad hasta las últimas consecuencias. Y es cierto... Era muy cabezón, como buen asturiano. Hay que entender que una persona que ha vivido toda su vida disfrutando de la libertad por la que luchó, entrando y saliendo sin ataduras, que de repente se vea con dos escoltas, con su vida totalmente limitada... Le quedaban pocos huecos para él. Y el Gure era el bar de los amigos, teníamos mucha relación. Y es que eran diez minutos, no eran más que diez minutos...»
Para entender quién era Juan Priede Pérez hay que remontarse a su nacimiento en Valle del Moro, en el concejo asturiano de Ponga. Era el mayor de cinco hermanos en una familia de izquierdas de toda la vida. «Mi abuelo se pasaba más tiempo en la cárcel que en casa y mi padre se crió viendo cómo, día sí y día también, se lo llevaban preso y su madre tenía que sacar adelante a la familia con mucho ingenio, echando mano incluso del estraperlo», rememora.
Juan Priede llegó de Asturias con veintipocos años a buscarse la vida en Euskadi, donde conoció a su mujer, una joven extremeña, Angelines Merchán, que se instaló en Oiartzun donde había encontrado trabajo. Se casaron en San Sebastián y tuvieron tres hijos donostiarras, Carlos, Ana y Javier. A Priede le salió trabajo en el almacén de explosivos Riotinto en Orio, se trasladó con su familia y allí empezó como guarda encargado de la entrada y salida de material.
En julio de 1980, un atentado de ETA, en el que murieron dos guardias civiles, y varios intentos de robo de explosivos posteriores llevaron al cierre del polvorín porque no se podía garantizar su seguridad en un momento en que en Euskadi el terrorismo no daba tregua. Le enviaron a la fábrica de Galdakao y se instalaron a vivir en Abanto donde falleció su esposa Angelines. Cuando se jubiló regresó a Orio. «Le encantaba el pueblo, estaba muy a gusto, adoraba esta tierra y pensó que era el mejor lugar para vivir su jubilación».
A Ana se le iluminan sus expresivos ojos verdes, como los de su aita, cuando explica cómo les inculcó «la importancia del respeto» y le describe como un hombre «de sonrisa fácil, afable y con mucho sentido del humor». Los Priede Merchán han tenido que aprender a vivir con el peso de esta trágica ausencia y no olvidan cuando les decía: «Es una decisión mía, si me pasa algo, vosotros tenéis que seguir adelante y ya está. Nada de venganzas y recordad que esta es vuestra tierra, vuestra casa y defended todo en lo que realmente creáis».
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