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La relación entre el PNV y el PP tiene algo de 'ni contigo ni sin ti', de rivalidad permanente sin dejar de mirarse de reojo ... porque, en el fondo, se necesitan. En Euskadi porque un PP en vías de extinción siempre haría más sencillo un eventual acuerdo de las izquierdas que dejara fuera de juego a los jeltzales. En Madrid, porque mientras perdure la alternancia bipartidista Sabin Etxea no puede permitirse cortar del todo los lazos y porque, además, ve al PP como un dique de contención frente a Vox y un pilar fundamental para la estabilidad del «sistema», un valor sacrosanto para los jeltzales como partido de orden que admiten ser, horrorizado por el avance de los populismos frente a las siglas tradicionales.
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En esa clave hay que leer el suspiro de alivio con que el PNV ha recibido la entronización de Alberto Núñez Feijóo, un político sólido, previsible y a la vieja usanza, como líder virtual del PP poscasadista: no solo ven al presidente de la Xunta como un dirigente más moderado y más proclive a entender las demandas de la España periférica sino también más sagaz para frenar a la extrema derecha y ocupar el centro. «¡Mucho va a tener que cambiar el PP para poder pactar con ellos!», avisó este mismo martes Andoni Ortuzar, que, sin embargo, acababa de aplaudir unos minutos antes el desembarco de Feijóo frente a otras opciones «hipercentralistas» que ponen los pelos de punta en Sabin Etxea. Una alusión indirecta, aunque muy clara, a Isabel Díaz Ayuso, a quien los jeltzales no dan, ni mucho menos, por apaciguada.
Se abre, pues, una nueva vía para recomponer los puentes que volaron por los aires en 2018 con el apoyo del PNV a la moción de censura de Pedro Sánchez apenas una semana después de haber aprobado los Presupuestos de Rajoy, una ventana de oportunidad -como se dice ahora- en la que será clave la especial conexión entre el futuro líder del PP y todavía presidente de la Xunta y el lehendakari Iñigo Urkullu. Ambos comparten una relación cercana y una sintonía personal y política que forjaron hace ya casi una década, en 2013, cuando la UE asestó un duro varapalo al 'tax lease', el sistema de ayudas al sector naval que había estado vigente en España durante la década anterior para sacar a flote el sector.
Urkullu y Feijóo, junto al entonces presidente de Asturias, el socialista Javier Fernández, el ministro de Industria de la época, José Manuel Soria, y los principales sindicatos hicieron frente común en Bruselas para tratar de frenar las multas que amenazaban con hundir a los astilleros. Aquellas maratonianas jornadas en el despacho del excomisario europeo Joaquín Almunia acercaron a dos mandatarios de perfil muy parecido: nada amigos de la política espectáculo que ya entonces empezaba a estar en boga, discretos y con un fuerte respaldo electoral en sus comunidades.
Desde entonces, la relación se ha consolidado y ha cristalizado en una colaboración entre el Gobierno vasco y la Xunta, de la que existen abundantes muestras. Por ejemplo, para garantizar el suministro de los proveedores de la fábrica de Citroën en Vigo. Ha sido notoria también la coordinación para hacer coincidir las elecciones autonómicas gallegas con las vascas, que se han celebrado el mismo día en 2009, 2012, 2016 y en plena pandemia, en 2020, cuando ambos las habían situado el 5 de abril y ambos se pusieron de acuerdo, también, para posponer la cita al 12 de julio. El presidente gallego, con cuatro mayorías absolutas a sus espaldas, ha intentado con ello diluir la trascendencia nacional de sus comicios y jugar la partida en el terreno en el que más cómodo se siente y del que ahora se verá obligado a salir, Galicia.
La travesía del desierto de la pandemia, con conferencias de presidentes telemáticas cada semana, reforzó el vínculo. Todavía hoy, Urkullu y Feijóo cruzan mensajes de texto para intercambiar impresiones sobre las demandas más urgentes que plantear al Gobierno central, por ejemplo respecto a la gestión autonómica de los fondos europeos, una demanda compartida por ambos. Todavía esta misma semana han estado en contacto telefónico para preparar la cumbre autonómica de La Palma, finalmente suspendida por la guerra en Ucrania.
Urkullu ve con buenos ojos el nuevo liderazgo de Feijóo en el PP, si logra pacificar el partido y mantener a raya a Ayuso, con quien, en cambio, los choques han sido constantes por el 'dumping' fiscal o por la decisión de la presidenta de recurrir el reparto de 9 millones de los fondos europeos con destino, entre otras comunidades, a Euskadi. En Sabin Etxea no le conocen tanto y admiten que la relación está por construir pero dejan la puerta abierta, cómo no, a engrasar las relaciones por si en algún caso al PP le dieran los números en el Congreso sin Vox. A fin de cuentas, Feijóo es de la escuela de Rajoy, con quien el PNV alcanzó acuerdos trascendentales como la renovación del Cupo.
El PP baraja que Sevilla sea la ciudad que acoja el XX congreso extraordinario que tendrá lugar los días 2 y 3 de abril. La junta directiva nacional del próximo martes será la encargada de aprobar formalmente los pormenores del cónclave.
Los populares buscarán una foto de unidad y un partido fortalecido con el nuevo liderazgo que podría ostentar Alberto Núñez Feijóo, y en la que el trasfondo de la capital andaluza puede ser una plataforma de precampaña para el presidente de Andalucía, Juanma Moreno, que mantiene el calendario de convocar los comicios en otoño.
En esa junta directiva nacional, que estará presidida por Casado, se aprobará también el comité organizador del congreso extraordinario, que presidirá el eurodiputado valenciano Esteban González Pons. Este órgano estará compuesto por al menos un miembro designado por cada organización territorial. Además, darán luz verde al nombramiento de Cuca Gamarra, actual portavoz parlamentaria, como coordinadora general del partido.
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