Torpezas y desmesuras
Análisis ·
En la crisis sanitaria que ha explotado en Gipuzkoa se entremezclan temas técnicos y organizativos que sólo se resuelven con diálogo interprofesionalAnálisis ·
En la crisis sanitaria que ha explotado en Gipuzkoa se entremezclan temas técnicos y organizativos que sólo se resuelven con diálogo interprofesionalEl sistema sanitario está tenso y estresado en el conjunto del país. Pero las costuras revientan por puntos distintos según los territorios. Por lo general, era la asistencia primaria, que se había visto ya desbordada y debilitada por la pandemia, la más descontenta y cansada. ... En Euskadi, y por sorpresa, ha sido el sistema hospitalario el que con mayor estruendo ha explotado y, por lo que se sabe, más por motivos organizativos que asistenciales, si bien ambos se habrán entremezclado y retroalimentado.
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Fue Álava el territorio en el que saltaron las primeras alarmas. La causa, el parcial desmantelamiento del Hospital Santiago en favor de Txagorritxu, que muchos juzgaron desacertado y que ha culminado, de momento, con el traslado a aquel último del servicio de Urgencias. Siguió luego Bizkaia, donde ilegítima, además de desacertada, se consideró la todavía 'sub iudice' decisión de suprimir el servicio de Cirugía Cardiaca del Hospital de Basurto y concentrarlo en su homónimo de Cruces. Y se suma ahora Gipuzkoa, con los ceses y dimisiones de cargos directivos de la OSI Donostialdea, respondidas por plantes y denuncias de, entre muchos otros, numerosos jefes de servicio del hospital de la capital. El descontento y la protesta han ido, pues, en aumento de territorio en territorio hasta adquirir en el guipuzcoano caracteres alarmantes.
Llueve sobre mojado. La pandemia ha dejado un lastre de cansancio en el ámbito sanitario. Además, la sensación de que Osakidetza viene sufriendo, en los últimos años, un notable deterioro se ha extendido en la sociedad. La crisis explota, para colmo, en un momento en que la proximidad de elecciones, junto con el enrarecido clima político que vive el país, hace que la vertiente sanitaria se contamine de política. Las partes lo saben. Tanto los protagonistas directos como los partidos tratarán de sacar provecho de ello. De otro lado, el ingrediente emocional y reputacional, que es en esta crisis más potente que en otras por sus directas repercusiones sociales, juega en claro favor de una de las partes en conflicto. Muy bien lo saben los que no han dudado en animar a todo el personal del sistema y a la sociedad entera a sumarse a la protesta y ponerse de su lado. Todo se conjura para que el arreglo se dilate y se complique su desenlace.
La crisis es compleja. A los aspectos estrictamente técnicos se les añaden otros, no menos importantes, de eficiencia económica y organizativa. Cada uno de ellos requiere habilidades y saberes específicos. Ninguna de las profesiones implicadas -políticos, gestores y médicos- es experta en todos. Ninguna puede arrogarse, pues, exclusividad de conocimientos para resolver el problema. Se imponen delicados y honrados procesos de debate interprofesional para una buena toma de decisiones. Sólo la escucha atenta y el abierto intercambio de opiniones puede llevar a que el órgano facultado -que no es otro que el político- adopte las más acertadas. No parece que así esté siendo. El denunciado ordeno y mando en la adopción de las medidas, la falta de transparencia en las razonas que las han motivado y, quizá, hasta el dudoso acierto en los nombramientos han provocado resistencias, legítimas, unas, desmedidas, otras, y entendibles, todas. Osakidetza es un entramado complejo y la reorganización de sus servicios requiere más tacto que torpeza, pero causa también inevitablemente el efecto de trastocar hábitos adquiridos e, incluso, abusivos, frustrar posibles expectativas profesionales, afectar a delicados equilibrios territoriales y demandar decisiones que merecen explicaciones convincentes y claras, ya que no gozan de evidencia científica. Es, por ello, difícil que tanto las medidas que se adoptan como las reacciones con que se responde no se vean condicionadas por motivos espurios que cada uno sublima a la categoría de razones irrefutables. Y, como lo último es lo que se recuerda, añadamos, para terminar, que la salud del ciudadano es el bien a preservar que no merece acabar traspapelado en el embrollo.
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Dicho esto, quizá sea el momento de señalar que el problema que hoy se ve forzada a enfrentar no es el más grave que tiene planteado la sanidad y que la tardanza en resolverlo distrae la atención del que más urge e importa, a saber, la asistencia primaria y familiar, que, pese a su menor prestigio y reconocimiento, constituye el muro de contención que permite que la especializada y hospitalaria no se vean colapsadas y puedan ejercer su cometido en las mejores condiciones. Cada cosa, pues, en su sitio y las quejas, en sus límites y comedidas, no sea que redunden en mayores perjuicios del sistema y frustraciones profesionales.
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