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Un control descontrolado. Con los papeles cambiados entre el Gobierno, que es quien debería responder a las preguntas parlamentarias, y la oposición, que se ve ... constantemente interpelada por Moncloa. Así van degenerando las sesiones de un Congreso paulatinamente vaciado de sus funciones legislativas. Un deterioro sin remisión mientras el Ejecutivo siga huyendo de su responsabilidad de responder a los requerimientos. La sesión de ayer se convirtió en un constante cruce de dardos en el que se exhibieron estilos de la más baja estofa parlamentaria. Todos a una contra el pacto (el de Mazón con Vox) en Valencia. Pero todos a una desde el Gobierno de Sánchez contra el «pacto vergonzoso». Esa era la respuesta constante de los interpelados que se dedicaron a dar una vuelta de tuerca a su costumbre de preguntar ellos a la oposición. Desde el PP y Vox, devolviendo el aguijón al otro acuerdo, al de Sánchez con Junts, de reparto de menores inmigrantes no acompañados. Todo muy ejemplar. Tanto que ni la pluma afinada del gran cronista parlamentario Luis Carandell habría encontrado un asidero de ironía o retranca, humor distinguido o combate dialéctico con juego limpio al que aferrarse por la sencilla razón de que, por obra y gracia de los socios de Sánchez, no queda ni las ascuas de lo que fue el parlamentarismo de la Transición. La mayoría desprecian los consensos, repudian la Constitución y conspiran para chantajear al Estado del que quieren separarse. El muro de este presidente lo aguanta todo. Lo levantó para, de su lado, pactar con la derecha nacionalista y xenófoba catalana y, enfrente, luchar contra la derecha española.
Pero como esta guerra no va de ideología sino de poder, ayer Feijóo le preguntaba al presidente por los intentos de su entorno de utilizar a Telefónica para hacerse con el control del grupo Prisa y Sánchez le respondió con el comodín de la mañana: Mazón.
Todos los dardos de La Moncloa fueron hacia el mismo centro de la diana. Pero, al final, recorrían el sentido inverso como un bumerán, para acabar en el tablero del Gobierno. ¿Quién puede acusar al adversario de ser un «hombre de paja» al servicio de intereses externos sin haberse mirado previamente en el espejo? Le ocurrió al ministro Félix Bolaños, que al decir que Mazón es un mandado al servicio de Vox, se encontró con la portavoz Pepa Millán: «¿Está usted orgulloso de ser un hombre de paja de un prófugo de la Justicia, de Koldo, de Ábalos y de un presidente con su familia imputada?». El pulso parlamentario se libró en torno a una disyuntiva maquiavélica: ¿qué pacto es más xenófobo: el del Gobierno con Puigdemont o el de Mazón con Vox? Y se enredaron en el bucle de los bandos.
El reparto tan desigual y arbitrario de los menores inmigrantes, negociado entre Sánchez y Junts y que seguirá provocando un 'efecto llamada', necesita muchas explicaciones. Pero quien dio con la tecla ayer no fue la oposición, sino el presidente de Castilla-La Mancha, García Page. No admite que le den lecciones de solidaridad quienes han pactado «con un supremacista identitario como Puigdemont». O sea, Pedro Sánchez. Él se niega a ser otro hombre de paja.
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