Mejor un 'nunca debiera haberse producido' que un 'ongi etorri', una comparecencia de encapuchados para darse de baja que para reivindicar otra tropelía. La paz era esto. ETA estaba amortizada desde el minuto siguiente a su último asesinato, a su última amenaza. A partir de ... ahí, todo es escenografía. La de Aiete, se nos ha olvidado, fue la que necesitaban, pidieron y se les dio a quienes se rendían. No más. La presencia de los profesionales de la paz formaba parte del espectáculo. Diez años después no podían salir los de las capuchas otra vez y han salido los de paisano para decir lo debido. Así que menos sobreactuación desde todas las partes. Menos olvido y menos caretas. Aquí todos nos conocemos y sabemos qué hacía cada cual a cada instante.
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Los aniversarios interrumpen el tedio de las redacciones, pero el ciudadano común vive en otro mundo. El 20 de octubre de 2011 no corrió el champán por las calles; ahora menos aún. La declaración abertzale de esta semana no es histórica, porque apela a la misma ajenidad de siempre. Es la misma retórica 'climatológica' de cada atentado durante cincuenta años: las cosas se producían solas, por el peso de las circunstancias. Otegi afirma hoy que 'nunca debiera haberse producido' como si no tuviera ninguna responsabilidad en que algún día se produjera. Y así todo. No hay más.
Bueno, sí. Hay una continuidad en una tendencia que todavía no se aprecia bien. La confrontación del tiempo del terrorismo es, lógicamente, historia. Los argumentos que lo sostuvieron no lo son, porque ahora se defienden en paz. Los argumentos en contra sí que son pasado. No me refiero al 'derecho a la vida', sino al que descubrimos de poder vivir en sociedades no uniformes, en Estados de derecho. Esto último cobró importancia entonces, pero el final de la amenaza nos ha devuelto al pensamiento simple de que todo se puede echar a votos, que las sociedades no se ponen en peligro ellas solas o que la acción cívica es innecesaria.
La confrontación terrorista es hoy otra partidaria, que toscamente se podría identificar como de izquierdismo frente a derechismo. En ese nuevo marco, el leve arrepentimiento del viejo mundo de ETA cobra un significado distinto. Su presencia institucional debe ser normalizada o demonizada según de qué lado caiga. Al no hacerse así hasta sus últimos extremos, la política vasca está bloqueada, con motivo; al hacerse así, la política española está empatada en sus extremos, porque sus votos cuentan, lógicamente. No es algo inmoral; simplemente es que los tiempos están cambiando. No porque algo histórico haya ocurrido, sino simplemente porque el tiempo pasa, con arreglo a esa continuidad irresponsable que tanto gusta a Otegi, porque es así. De ahí los aspavientos contradictorios, la sobreactuación política y mediática.
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Si se dilapidan en el combate partidario de cada día las causas profundas, las políticas, las democráticas, que se defendieron en la reacción contra el terrorismo -algo que desde muchas partes se pretende con fruición-, a medio plazo veremos un reacomodo y otro tipo de relación entre las formaciones de hoy, de todas y entre todas. Es pronto aún para que esa persistente realidad dé sus frutos y el aniversario de estos días ni quita ni pone: es solo espectáculo. Pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Imperceptiblemente, irresponsablemente, como le gusta a Otegi que pensemos.
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