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DAVID GUADILLA | A.G.
BARCELONA
Martes, 15 de octubre 2019, 01:15
El soberanismo buscaba una imagen icónica que lanzar al mundo. La fotografía de una marea humana indignada por la sentencia contra los líderes del 'procés' que sirviese de nuevo como postal al mundo. Y la obtuvieron, primero en El Prat y después, ya ... por la noche, en el centro de Barcelona con cargas policiales incluidas. Incidentes que se saldaron finalmente con 78 personas heridas y un ambiente de máxima tensión en las calles de la Ciudad Condal.
El aeropuerto se convirtió en un caos a primera hora de la mañana, una especie de ratonera de la que difícilmente se podía salir y donde turistas, visitantes y recién llegados intentaban esquivar unas protestas que acabaron saldándose con 78 heridos. La Policía se tuvo que emplear a fondo para evitar que hubiese un colapso total de la infraestructura.
Quizás lo que mejor define lo ocurrido ayer en El Prat era ver la carretera que une las dos terminales. Por ahí discurre habitualmente un autobús gratuito que conecta el servicio de ferrocarril que llega a la Terminal 2 desde la T1. Pero ayer la vía se convirtió en una trampa. Los grupos de manifestantes cortaron el tráfico rodado. Ni autobuses ni taxis. Nada. Así que la única solución era andar. El problema era que muchos no sabían hacia dónde.
Miles de personas caminaban en ambas direcciones. Lo que les diferenciaba no era si llegaban o si salían. Sino cómo lo hacían. Los soberanistas, satisfechos por haber logrado su objetivo o dispuestos a sumarse a la protesta. Los viajeros, intentando sobrevivir a una protesta que a muchos cogió por sorpresa. Así que por plena autovía se veía a gente arrastrar sus enseres mientras suspiraba, corría o miraba el reloj ante la amenaza de perder el vuelo. Daba igual raza, color, procedencia o estatus social. El órdago soberanista sumergió a todos en un escenario rocambolesco.
Que El Prat se había convertido en uno de los principales objetivos de los secesionistas se sabía desde hacía días. Su objetivo era emular a Hong Kong, donde miles de personas se manifiestan desde hace meses para reclamar más democracia a China. Para evitarlo se estableció un importante despliegue policial. A mediodía, horas después de conocerse la sentencia, una treintena de furgonetas ya custodiaban la entrada a la T1. Se trataba de frenar el 'tsunami democrático', ese movimiento sin líderes conocidos y manejado a golpe de red social que dicta dónde tienen que ser las intervenciones de los activistas.
Los agentes aguantaron el primer impacto. Se establecieron controles en algunos accesos al aeropuerto por carretera. A las zonas principales sólo se podía acceder con tarjeta de embarque. Incluso llegar al propio edificio resultaba complicado. Las retenciones eran enormes y el acceso por tren y metro fue cortado en diferentes ocasiones. Algunos optaron por realizar el último tramo a pie. «No es normal que después de lo que pasó el 1-O les haya vuelto a pillar con el pie cambiado. Cortan los accesos y nadie hace nada», se lamentaba Marta, una joven valenciana que tenía que ir a Madrid.
En la terminal, grupos de protesta se encaraban con los Mossos y la Policía Nacional. Pero la situación no iba a mayores. Por momentos, incluso, tornaba festiva. Gritos a favor de la independencia y de la «dignidad». El caos, sin embargo, se iba extendiendo. Hubo las primeras cargas y algunos vuelos se iban cancelando. Al final de la jornada, según el Ministerio de Fomento, se habían suspendido 110 vuelos de los 1.066 previstos para todo el día. Un 10%. En muchos casos, porque las tripulaciones no pudieron llegar al aeropuerto. «Si lo sé no vengo. Si quieres que te diga la verdad, la imagen de España queda por los suelos», comentaba Carlos, un empresario mexicano. «Y no digo que los 'otros' no tengan la culpa, pero es que esta locura...», apuntaba mientras empujaba la maleta por el asfalto.
Quien llegaba ayer al Prat de repente se veía convertido en Viktor Navorski, aquel personaje interpretado por Tom Hanks atrapado en una terminal. No había forma de volver a Barcelona. Las máquinas de vending, ante las que se formaban colas, agotaron sus productos. Neus Gómez, de Ripollet, acababa de aterrizar desde Madrid y veía desolada el horizonte. «Mamá, estoy atrapada. Pero ni se te ocurra venir a buscarme. Esto es el caos».
Muchos mostradores de facturación permanecían cerrados. La tensión iba en aumento. A un equipo de televisión se le recibió al grito de «prensa española manipuladora». Para las 15.30 horas, la explanada de entrada a la T1 estaba colapsada. El tsunami no había llegado, pero se acercaba. Los agentes estaban en alerta, pero muchos de ellos todavía no se habían colocado el material antidisturbios.
La gran ola apareció alrededor de las 16.00 horas. La multitud creció. Riadas de jóvenes, algunos lejos de cumplir la mayoría edad, empezaron a llegar de todas partes. Las entradas quedaron bloqueadas. Los gritos arreciaron. También las provocaciones por parte de los manifestantes. Se empezaron a ver encapuchados.
Mientras la olla a presión estaba a punto de reventar, alrededor de 200 personas seguían en fila de a uno esperando que llegase un taxi que jamás iba a aparecer. La mayoría eran turistas que observaban un espectáculo. La cola aguantó hasta las 17.00 horas. Al verse acorralados, los agentes del Cuerpo Nacional de Policía realizaron varias cargas, con lanzamiento de material antidisturbios incluido. Carreras, gritos y niños recién llegados a Barcelona llorando en medio de la multitud. El 'tsunami democrático' había dejado de ser pacífico. La aparición de una docena de furgonetas de los Mossos ayudó a contener a los manifestantes. A diferencia de lo ocurrido el 1-O de 2017, cuando la Policía autonómica dejó en gran parte vendidos a los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, ayer el dispositivo parecía más cohesionado.
Alrededor de las 18.30 comenzó a llover con fuerza. Resguardadas en los bajos del párking, Ana y su marido Lev estaban desencajados. «¿Es una revolución?», acertaban a preguntar en un castellano limitado. A su lado, Enrique, de Tarragona, les explicaba. «No, pero casi». Su caso era paradigmático. Es soberanista y apoyaba las protestas, pero no estaba en el aeropuerto por ellas, sino en viaje de negocios. «La verdad es que la república y el 'procés' me importa bastante poco. Lo único que quiero es salir de aquí», ironizaba.
Los que lo hacían enfilaban hacia la estación de metro de Mas Blau, la más cercana y que acabó colapsada. Allí estaban sentados Pep, Oscar y Lucía, tres estudiantes que rondaban los 20 años y que lucían esteladas, lazos amarillos y demás símbolos independentistas. «¿Periodista? Solo contáis lo que os interesa. Pondréis que no ha pasado nada cuando ha sido la leche. Y esto solo es el principio. Estamos supercoordinados», afirmaban mientras enseñaban los mensajes que les iban llegando del 'tsunami democrático' a través de las redes sociales para preparar nuevas acciones.
El epicentro de la protesta contra la sentencia del Supremo se desplazó por la noche desde el aeropuerto de El Prat hasta el centro de Barcelona, que acogió una de las manifestaciones registradas en distintas ciudades catalanas y en la que se produjeron diversos incidentes y enfrentamientros entre los manifestantes y la Policía. La plaza de Sant Jaume, donde se encuentran el Ayuntamiento y la Generalitat, acogió una concentración con miles de participantes, entre ellos los presidentes del Ejecutivo catalán y del Parlament, Quim Torra y Roger Torrent, respectivamente, así como otros miembros del Govern y diputados de JxCat y ERC.
Los asistentes –alrededor de 6.000, según la Guardia Urbana– respondieron a la convocatoria de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), Òmnium Cultural, los Comités de Defensa de la República (CDR) y otras entidades soberanistas. Entonaron proclamas como «independencia», «no estáis solos», «no nos dais miedo», «las calles serán siempre nuestras» o «fuera la bandera española», además de cantar el himno catalán. Asimismo, exhibieron 'esteladas' y alguna urna del referéndum ilegal del 1-O. El líder de ERC en Barcelona, Ernest Maragall, y la portavoz del grupo municipal, Elisenda Alamany, colgaron una pancarta en la fachada del Consistorio en la que se puede leer el lema 'Llibertat presos polítics'.
Entre quienes confluyeron en Sant Jaume a la hora acordada se hallaban cientos de personas movilizadas por los CDR que se habían manifestado durante la tarde por el centro de Barcelona formando diferentes columnas, lo que obligó a cortar de forma intermitente algunas vías principales. Al paso de una de esas manifestaciones ante la Jefatura Superior de Policía de la Vía Laietana, efectivos de la Policía Nacional lanzaron sobre las ocho de la tarde una carga breve después de que un pequeño grupo tirara algunas de las vallas que protegen el edificio y arrojaran objetos contra los agentes.
Parte de los manifestantes se detuvieron en ese punto porque el volumen de personas les impedía avanzar. Algunas de las personas que se quedaron frente a la Jefatura increparon a los agentes que protegen las instalaciones y hubo momentos de tensión, con gritos como «fuera las fuerzas de ocupación» o «este edificio será una biblioteca».
Los policías blindaron la sede con más furgones y efectuaron una segunda carga a las diez de la noche, cuando salieron del área vallada donde estaban apostados y recorrieron un buen tramo de la Vía Laietana con la intención de hacer retroceder a los manifestantes. Finalmente, colocaron un nuevo cordón policial en el centro de la avenida que dividió la manifestación en dos mientras persistía la tensión y ocasionalmente se reproducían las carreras y las cargas.
Junto a la concentración de Barcelona, se desarrollaron otras similares en la Plaza 1 de octubre de Girona, con unos 25.000 asistentes, según los Mossos; en la Plaza de la Font de Tarragona, a la que asistieron unas 6.000 personas; y en Lleida, donde hubo carreras al lanzar los manifestantes objetos contra los antidisturbios de los Mossos.
Cientos de personas protagonizaron ayer concentraciones «ruidosas» ante los ayuntamientos de las tres capitales vascas para expresar su repulsa a la sentencia. Con caceroladas y pitidos, los participantes en las movilizaciones reivindicaron que «el referéndum no es delito» y reclamaron la puesta en libertad de los condenados. Las protestas, convocadas por la plataforma por el derecho a decidir Gure Esku Dago, se desarrollaron entre las siete y las ocho de la tarde, y a ellas asistieron, entre otros, el presidente del GBB del PNV, Joseba Egibar, el diputado de EH Bildu Oskar Matute y el líder de Sortu, Arkaitz Rodríguez. En las pancartas se podía leer en euskera, catalán y castellano: 'El referéndum no es delito', 'Libertad', 'Defendamos nuestro derecho a decidir' y 'Justicia y libertad, os queremos en casa'.
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