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david guadilla
Bilbao
Lunes, 10 de febrero 2020, 15:39
La legislatura a la que Iñigo Urkullu ha dado carpetazo arrancó a finales de 2016 y en lo que se refiere a la relación con Madrid ha sido como una montaña rusa. Por aquel entonces Mariano Rajoy estaba en La Moncloa, el 'procés' aún ... no había estallado con toda su intensidad y Pedro Sánchez había sido expulsado de la dirección del PSOE. Ese era el escenario en el que se movían el Gobierno vasco y el central. Pero durante estos casi cuatro años el Ejecutivo de Vitoria se ha visto obligado a jugar en diferentes campos debido, en gran medida, a las diferentes estrategias que ha puesto en marcha el PNV.
Hubo dos puntos de inflexión. El primero se produjo solo unos meses después de ser investido lehendakari. En mayo de 2017 Pedro Azpiazu y Cristóbal Montoro firmaban un acuerdo histórico por el que se lograba la 'paz fiscal', se actualizaban el Cupo y el Concierto y se acordaba un importante paquete de inversiones. Se ponía punto y final a la guerra abierta que el PNV y el PP habían mantenido desde finales de los noventa, cuando se rompió el breve idilio entre Xabier Arzalluz y José María Aznar.
El nuevo noviazgo se prolongó un año y tuvo otro capítulo destacado un año después. El 'feeling' entre ambas administraciones era evidente. También entre Sabin Etxea y Génova. A finales de 2017, la situación en Cataluña implosionó y el Gobierno de Rajoy aplicó el 155. A pesar de ello el PNV no tuvo problemas en aprobar los Presupuestos del Ejecutivo central en mayo de 2018. Aunque seguía habiendo nubarrones –conflictos judiciales, transferencias pendientes...–, Urkullu oteaba un horizonte tranquilo: inversiones, competencias... Y de rebote, que el PP apoyase sus Cuentas en el Parlamento vasco, donde el lehendakari ha tenido que funcionar en minoría.
Solo unas semanas después de que los diputados jeltzales avalasen el proyecto de Rajoy llegaba el segundo punto de inflexión y uno de los giros más radicales que se han dado en la política española en los últimos tiempos. Saltaba la sentencia del 'caso Gürtel', Sánchez impulsaba la moción de censura y el PNV la apoyaba. Se abría un escenario totalmente diferente.
¿Ha sido una apuesta beneficiosa? A finales de 2018, el Gobierno vasco empezaba a obtener los primeros réditos. Josu Erkoreka y Meritxell Batet, en ese momento ministra de Administraciones públicas, firmaban un acuerdo de transferencias en el que por primera vez se cerraba un calendario de transferencias para culminar el Estatuto. Pero no todo ha sido color de rosa.
El PP vasco retiró su apoyo a Urkullu y el Ejecutivo vasco se vio obligado a prorrogar sus Presupuestos y buscar un nuevo socio: Elkarrekin Podemos. Además, el pacto para traer una treintena de competencias a Euskadi acabó convertido en papel mojado. Sánchez convocó elecciones en febrero de 2019 y la situación de interinidad en la que ha estado el Gobierno central ha hecho que no se haya realizado ningún traspaso significativo, una situación que, en principio, se revertirá en los próximos meses. Tampoco el paquete inversor ha sido el esperado y las obras de la 'Y' se han frenado por la inestabilidad en la que se ha movido la política española. En pocas ocasiones como en esta el Gobierno vasco ha mirado tanto a Madrid.
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