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Si no hay Casera, nos vamos, decía un anuncio que recordarán los ya entrados en años. Ayer no hubo ni burbujas ni Caseros sobrevenidos en auxilio del Gobierno, pese a que el miércoles el inefable Gabriel Rufián sugería a Sánchez pedir el teléfono al exfontanero ... de Génova que arregló solito a Moncloa el entuerto de la reforma laboral. No llegó a tal punto el suspense aunque la cancelación del viaje presidencial a Moldavia y Polonia hacía presagiar otra mañana de sudores fríos en San Jerónimo.
Bildu se encargó de reventarlo a primera hora al autoungirse de catártico salvador no ya de Pedro Sánchez sino «de la gente» -con permiso, habrá que suponer, de Pablo Iglesias y su copyright- y en general de todos aquellos que cruzaban los dedos para que no les subieran de nuevo la gasolina o el alquiler. Sonroja un tanto leer los tuits de algunos diputados socialistas -es cierto que pocos y más bien ignotos- elogiando el «sentido de Estado» de los de Mertxe Aizpurua, en lo que pretendía ser un zasca en toda regla a Núñez Feijóo. En plan, ya es triste que estos señores vascos tengan que dar lecciones de responsabilidad al primer partido de la oposición. Una tesis a la que se apuntó, por cierto, la órbita de Iglesias, el mismo que siendo vicepresidente ubicó a EH Bildu y ERC en la «dirección de Estado».
Descabalgados los republicanos catalanes por su enfado como espiados -recordemos que en los papeles de Ronan Farrow aparecían también Otegi y Jon Iñarritu-, es de suponer que la izquierda abertzale se queda sola al timón y blanquea su hoja de servicios al Estado, en la que, si echamos la vista atrás en el tiempo, lo menos lesivo ha sido ausentarse del Congreso para no hacer el juego a los «opresores». Son otros tiempos, pero va a ser que no cuela. Para empezar, fueron 17 de los 18 diputados vascos en el Congreso los que respaldaron el plan anticrisis -todos excepto la popular Bea Fanjul- y no solo los de EH Bildu. Pero, además, dejando a un lado lo de entrar en la comisión de secretos -donde ya decía en su momento Anasagasti que pocos secretos se contaban-, solo hay que rascar un poco para atisbar los motivos de EH Bildu.
Es evidente que, con las elecciones municipales y forales en lontananza, hay interés en azuzar la competición con el PNV por ver quién es más sistémico. No en vano, en Euskadi Bildu ha entrado al pacto educativo y hasta a los Presupuestos de Urkullu, los días pares, mientras los impares le llaman paracaidista. Y ya incluso dedican el Aberri Eguna a hablar de municipalismo y gestión. Más todavía habrá pesado facilitar a ERC el rasgado de vestiduras y la posibilidad de no flaquear ante las presiones de Puigdemont. Es mucho más sencillo si el decreto sale y tus electores de izquierdas no te piden cuentas.
Y, 'last but not least', a Bildu le puede su interés en que Sánchez dure esta legislatura entera y la siguiente, como ya se encargó Otegi de revelar en el estriptís estratégico de Eibar para que sus presos vayan saliendo a la calle. Si ayer hubieran girado el pulgar hacia abajo, no solo habrían asestado un duro golpe al presidente sino que habrían puesto en bandeja al PP de Feijóo ocupar el espacio de facilitador y dejado en papel mojado la estrategia de asimilarlo a Vox, a la que la izquierda fía su supervivencia en Moncloa. La única pega del plan la sufrirá Juan Espadas, que se va a hartar de escuchar en campaña lo de las amistades peligrosas de presidente. Para más de uno en el PSOE la jugada es más bien un sinsentido.
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