Sentido pésame
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El Reino Unido es el arca en que pervive el acervo de ritos y usos que en tiempos nos fueron comunes y que hoy rescatamos fugazmente gracias a la pompa británicaSecciones
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Análisis ·
El Reino Unido es el arca en que pervive el acervo de ritos y usos que en tiempos nos fueron comunes y que hoy rescatamos fugazmente gracias a la pompa británicaLa repercusión que está teniendo la muerte de 'la Reina' -la antonomasia no precisa especificación- ha desbordado todos los límites. En lo mediático, no desmerece de la que suelen alcanzar eventos del más amplio reclamo popular, como las exequias de un Papa o, en otro ... orden, la inauguración de unos Juegos Olímpicos. Además, los múltiples actos que están sucediéndose, a falta aún de su culminación en el funeral que se celebrará mañana en la abadía de Westminster, sostienen la atención sin, al parecer, desfallecimiento. La que está teniendo en España no desentona de la general, si no la sobrepasa. No podrá, pues, considerarse intrusión la presencia de estas líneas en las páginas que este medio dedica, de ordinario, a la política interior.
La conmoción que la desaparición de su soberana ha causado en el Reino Unido se explica por sí sola. Si acaso, la incertidumbre que vive la política británica a raíz, sobre todo, del brexit y su errática gestión ha engrandecido la figura pública de la reina y ahondado el sentimiento de orfandad que su muerte ha causado. Pero, más allá de las razones coyunturales, han sido el ejemplar comportamiento y la distante cercanía de quien ha ocupado el trono durante las últimas siete complejas décadas lo que da razón cabal de la sensación de abandono y el profundo afecto personal que tan abiertamente está exteriorizando estos días un pueblo poco dado a la exhibición de sus sentimientos. La imagen de un país echado, día y noche, a la calle, en toda su variedad multiétnica, plurinacional, transclasista e intergeneracional, no puede ser más expresiva.
Ahora bien, si ninguna explicación requiere la espontánea reacción popular en el Reino Unido, sí precisa una la que tan intensamente se ha dado en España. Incontables son las horas que nuestras televisiones están dedicando a mostrar, sin respetar horarios ni programas, los rituales y ceremonias funerarias que se multiplican estos días en aquel país. Sus más destacados presentadores han sido desplazados a Edimburgo, Cardiff, Belfast y Londres para dar cuenta in situ de lo que en cada instante estuviera ocurriendo. Y no habrá sido en vano el esfuerzo, pues las audiencias habrán rozado el récord. Nunca más apropiada, por tanto, la pregunta sobre qué se nos ha perdido a nosotros en este entierro.
Muy poco, creo yo, aparte de la natural y, por supuesto, legítima curiosidad que despierta el espectáculo que nos muestran las imágenes televisivas. Pero todo tiene su premio. Nunca habíamos tenido semejante ocasión de dejarnos cautivar y hechizar por la visión de ceremonias tan añejas, tan ancestrales y, para la modernidad, incluso tan extravagantes -conducidas además con tanto rigor y exactitud, tanto ritmo y puntualidad, tanta 'sense and sensibility'-, como las que estamos contemplando estos días en torno a las exequias de la reina. El Reino Unido ha vuelto a revelarse como el arca en que mejor se conserva y pervive lo que en gran parte de la otra Europa ha quedado reducido a ajados recuerdos, casi olvidados, del acervo de ritos y usos que en tiempos nos fueron comunes y que hoy, asombrados, rescatamos, aunque sólo sea fugazmente, gracias al tesón de un pueblo que, pese a los disruptivos sucesos de los últimos años, nunca podrá sernos ajeno. Gratitud, pues, y respeto acaba suscitándonos la curiosidad por lo que al Reino Unido tanto ha entristecido. Bendita sea.
Gratitud, respeto y, también, nostalgia. Pese a que a algunos les consuele el recuerdo de que la británica y la española cuentan entre las monarquías más antiguas del mundo, no ha conseguido esta última suscitar y mantener en la población la misma adhesión que aquella, creadora y símbolo de tanta continuidad, cohesión e identidad. Y, así, falta de demasiados eslabones en una cadena a menudo interrumpida e incapaz de ganarse el afecto generalizado de su gente, lamenta y añora los tiempos culposamente perdidos, mientras trata de recuperarlos con tanto empeño como incierto desenlace.
Con todo, está fuera de lugar, en estos días de duelo, que haya quienes, quién sabe si por resentimiento patrio o para salvar quizá, entre tanto elogio inevitable, su impostado republicanismo, no atreviéndose con el intocable nombre de la reina, la tomen con el de su sucesor, a quien han tachado, en medios que se llaman serios, de «déspota» (sic) y «blasfemo» (sic) por su ligera intemperancia tras el percance de la pluma y la tinta, y los inofensivos 'Oh, God!' y 'Damn it!' que inoportunamente salieron de su boca. En sus buenos tiempos, por cosas como ésas, al emérito le habrían llamado campechano '¿Por qué no te callas?'.
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