Unas rosas y un abrazo 47 años después
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La delegada del Gobierno en Euskadi, Marisol Garmendia, visita en su casa a la viuda y la hija de Francisco Javier Núñez, que murió a manos de la Policía Armada en 1977Secciones
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La delegada del Gobierno en Euskadi, Marisol Garmendia, visita en su casa a la viuda y la hija de Francisco Javier Núñez, que murió a manos de la Policía Armada en 1977Pasan nueve minutos de las once de la mañana en un céntrico portal de la Gran Vía. Hace un rato que ha parado de llover en un Bilbao que se niega al verano. Entre los viandantes comienza a acercarse, con paso tranquilo, Marisol Garmendia, la ... delegada del Gobierno en el País Vasco. Lleva un ramo de rosas blancas entre las manos y un semblante afable, pero serio. Está a punto de visitar, en su propia casa, a la viuda y la hija de Francisco Javier Núñez Fernández, que murió en 1977 a manos de la Policía Armada, que pronto fue sustituida por la Policía Nacional. EL CORREO presencia su encuentro. Nunca han hablado previamente.
Al otro lado de la puerta de la casa, Inés Núñez de la Parte intenta convencer a su madre, Carmina, para que hoy se ponga un poco de pintalabios. Ella se niega quizá porque de joven fue monja misionera en Brasil -de la orden de los Franciscanos y con voto extremo de pobreza- y lleva por bandera la austeridad. Su hija es una de las principales altas directivas de Bizkaia. Es Inés quien abre la puerta de su casa y Marisol Garmendia se funde rápidamente en un abrazo con Carmina. «Mucho tiempo, tanto tiempo... Estoy muy emocionada», reconoce la viuda, que tiene 84 años. «Gracias por recibirme en su casa. Le he traído unas flores... con todo mi cariño, en mi nombre y en el del Gobierno de España», dice Garmendia.
Las tres buscan acomodo en los sofás mientras comparten confidencias sobre la longevidad en sus familias, donde hay incluso alguna centenaria. Recupera el asunto central Carmina, tras un resoplido de esos que dicen tanto o callan todo. «Han sido días de muchas emociones». Se refiere a la instalación de una placa en memoria de Francisco Javier Núñez, que fue inaugurada en los jardines de Albia hace dos semanas en un acto convocado por el Ayuntamiento de Bilbao y el Foro por la Paz y la Convivencia. Hubo ediles de todas las fuerzas. Garmendia explica que «al ver las fotos de aquel día me llevé un disgusto terrible. No fuimos invitados y no supimos del acto. ¿Cómo hemos podido no estar allí?, me dije. Tengo que expresar a esta familia mi cariño». Ese es el germen de esta visita, que se produjo pocos días después. «Es un bonito broche», apunta Carmina.
Esta historia comienza hace casi medio siglo. Aquel 30 de mayo de 1977 en que Francisco Javier Núñez Fernández caminaba por las calles de Indautxu con su hija Inés, de 3 años y se cruzaron con una manifestación en favor de la amnistía. Hubo una carga de los grises, en la que golpearon brutalmente al padre, al que confundieron con un manifestante, aunque «él no tenía nada que ver con la protesta y ni siquiera le interesaba la política». Lo que Paco -como le llamaba su esposa- siempre tuvo fue un concepto muy claro de la justicia. Así que dejó a la niña en casa y se plantó en el Palacio de Justicia para denunciar una paliza policial injustificada en plenos albores de la democracia. Un gesto lleno de valentía que le costaría la vida.
«Cuando estaba presentando la denuncia, alguien avisó a los mismos agentes que le habían dado la paliza y ellos acudieron de paisano y armados. Le metieron en una furgoneta y le obligaron a beber un litro de coñac y un litro de aceite de ricino, lo que le provocaría la muerte tras una larga agonía de 13 días», se duele su familia.
Después de darle el coñac y el aceite de ricino se deshicieron de él. Un coche pasó a toda velocidad por el portal de su casa y dejó allí a aquel hombre tirado en la acera tras hacer sonar el timbre. «Vomitaba sangre y me decía mi médico que no fuéramos al hospital que nos iba a traer más problemas y que nos quedáramos en casa, pero le llevamos a Basurto», recuerda su viuda. La agonía se alargó 13 días. «Lo que más duele es ese sufrimiento que pasó». En el hospital, Francisco Javier Núñez, grave pero consciente, pidió a su mujer «que escribiera un diario con todo lo que estaba pasando porque algún día, quizá, pudiera valer». Una mañana, muy temprano, pidió que le llevaran a su hija y recibir la confesión. «Se despidió de mí», confiesa su hija, que se emociona al decirlo. Murió aquel día.
«Desde que mi hija era pequeña intenté que el odio no permease en ella», se enorgullece Carmina. Inés no supo la verdad hasta el día en que celebró su 18 cumpleaños. «Le había hecho una sortija con la alianza de su padre que quedó muy bonita. Y le dije: 'ven aquí'. Y empecé por el principio. Allí salió todo». Carmina se emociona y tiene que parar.
Inés le observa y cuenta su parte. «Yo siempre he tenido pesadillas en que veía una paliza. Y siempre he sabido que pasaban cosas raras como que tenía que entrar al cole por la puerta de profesores porque vivíamos amenazadas. Yo pensaba que estaba sobreprotegida por ser huérfana. Cuando mi madre me lo contó, me encajaron muchas cosas». Hasta los 18 años, Inés creyó que su padre había muerto de un cáncer de hígado. Luego todo encajó de golpe. Cosas como que «el cura del colegio pedía todos los viernes por mi padre. Luego supe que fue quien le había escuchado su última confesión».
En un momento dado, la delegada del Gobierno explica su posición. «Para mí es muy importante construir el futuro de esta sociedad entre diferentes y teniendo en cuenta lo que este pueblo ha sufrido y teniendo presentes a todas las víctimas de todos los terrorismos y de todas las violencias, también la policial».
Hablan de gestos, del impulso de acercarse a colocar unas rosas en la placa. Y de que a la instalación acudieron también varias víctimas de ETA. «Tenemos un grupo que solemos reunirnos», cuenta Inés. Han recibido muchos apoyos al conocerse el caso aunque también hay quien no esconde su desagrado por una historia que levanta ampollas. «Si esto fuera EE UU nos hubieran hecho una película. Aquí parece que penaliza ser valiente y decir la verdad», admiten.
También hablan de gestos de ciudadanos, personas anónimas que de pronto ganan altura. «Llevé a hacer un montón de fotocopias del caso y la señora de la tienda se negó a cobrarme». Hace poco, Carmina regresó a aquella misma tienda de fotocopias para enseñarle la página del periódico donde se cuenta la instalación de la placa. «Quería darle las gracias y decirle que aquello que empezamos había acabo así, pero esa mujer había fallecido ya».
«Nosotros estamos en fase de verdad pero la reparación, por parte del Gobierno central, sigue pendiente», apunta Inés. Recoge el guante Marisol Garmendia, que se interesará por el asunto.
La visita va tocando a su fin dos horas después. Comparten antes la confidencia de cómo han sabido esta historia a los nietos. Uno de ellos se ha enterado de los detalles después de meter el QR que viene con la placa. A su hermana se lo tuvo que contar Inés un día que viajaban en coche y salió el caso en la radio. «Iba a esperar a que fueran un poco más mayores pero es muy importante que conozcan lo que pasó», admite.
Carmina confiesa de pronto que «no necesito que nadie me pida perdón porque lo que hacen malas personas no es cosa de otros. Y, si no tuviésemos capacidad de perdonar, mal iríamos». Luego hay promesas de echar un café y, antes del abrazo, todos regresan al pasado. A esa pareja que se conoció en Indautxu, ella de Pérez Galdós y él de General Eguia. Carmina y Paco. Aquel alumno aventajado de los Maristas que se hizo profesor de Matemáticas, un apasionado de la poesía y la filosofía. Un hombre que fue «siempre como un adolescente, con la idea de la justicia, j usticia y justicia». Y que habría sonreído con ganas de haber sabido de esta visita.
Hubo décadas de soledad y silencio antes de que los familiares comenzaran a ver un atisbo de luz. En aquel tiempo, escribieron a todas las autoridades del Estado, que le facilitaron a la viuda el acceso a un empleo para que pudiera sacar a su familia adelante. No hubo muchos más gestos. En 2008 Amnistía Internacional se entrevistó con ellos y preparó un informe para el director de Derechos Humanos, que era Jon Mirena Landa. En 2012 el Gobierno vasco reconoció como víctima a Francisco Javier Núñez Fernández siguiendo el dictamen de la Comisión de Valoración y les indemnizó. En 2021, casi 45 años después del crimen, el Gobierno central reconoció que había muerto a manos de dos policías después de ser maltratado. Nunca se pudo identificar a los responsables. «Todos estos hechos quedaron amnistiados», explica su hija.
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