El reto de consolidarse en un cargo convertido en un polvorín

Nadie lo ha conseguido en los últimos años. Peleas internas, rencillas personales, la tutela de Génova... En la primavera de 2008 María San Gil presentó su dimisión, le sucedió Antonio Basagoiti, luego Arantza Quiroga, Alfonso Alonso, Amaya Fernández de forma interina y ahora Iturgaiz. Y el problema no es tanto que el número de cambios sea excesivo –por comparar, desde 2008 el PNV y el PSE solo han tenido dos líderes–, sino que la mayoría de ellos han sido traumáticos y en lugar de impulsar las siglas lo único que han hecho ha sido reabrir heridas. El hartazgo suele llegar a tal punto que la mayoría optan por alejarse de la primera línea política. De ahí que el trabajo que tiene por delante Iturgaiz sea titánico.

Hay un dato que juega a su favor, aunque su valor sea más emocional que práctico. El que fuera candidato a lehendakari en las elecciones del pasado 12 de julio vuelve a la presidencia tras su salida en 2004. Fue ahí, posiblemente, cuando el PP vasco dio muestras por última vez de una unidad sin fisuras. Eran los tiempos de la estabilidad, cuando los populares eran la principal fuerza de la oposición en el Parlamento y cuando en las autonómicas el partido superaba los 300.000 votos. A partir de ese momento llegaron las guerras internas, los análisis opuestos y la sangría electoral.

La fractura se evidenció en la primavera de 2008 después de la segunda derrota de Mariano Rajoy frente a José Luis Rodríguez Zapatero. San Gil se convirtió en una de las principales abanderadas de los críticos. ETA seguía matando, pero un grupo importante de dirigentes vascos opinaba que el PP no podía ser solo un partido «resistente». Que sin olvidar su lucha y el componente ético de lo que significaba hacer política en Euskadi en los años de plomo había que hacer algo más. Ahí estaban Alonso, Borja Sémper, Iñaki Oyarzábal y Basagoiti.

Tirar la toalla

El concejal bilbaíno se convirtió en el rostro de un nuevo estilo que buscaba «modernizar» al PP. La «política pop» que pactó con Patxi López para desbancar al PNV de Ajuria Enea. Una alianza que, según recuerdan los dirigentes del PSE, hubiese sido imposible un año antes teniendo en la presidencia del PP vasco a San Gil, que ahora colabora de forma activa con fundaciones como la Villacisneros y Faes, vinculadas con José María Aznar, Jaime Mayor Oreja, Cayetana Álvarez de Toledo...

Pero aquel giro no agradó a parte del partido. Rajoy obtenía mayoría absoluta en el Congreso, pero los populares no frenaban su caída en Euskadi. Basagoiti también tiró la toalla, designó a su propia sucesora y se fue a México a trabajar con el Banco Santander. La elegida fue Arantza Quiroga. La política guipuzcoana nunca se consolidó al frente del partido. Intentó buscar un espacio propio, pero con escasos apoyos internos acabó dando un paso atrás en 2015. Terminó tan desencantada que dejó la política y no se ha vuelto a saber nada de ella.

Llegó Alonso. Era un salto natural. Considerado el hombre fuerte en el partido, buscó normalizar la relación con el PNV. Demostrar que el PP podía desempeñar un papel clave en la política vasca. Hasta que en febrero de este año Génova le impuso la alianza con Ciudadanos, se fue y fichó por una consultora. Fernández se hizo con el liderazgo de forma interna. Se ha movido para hacerlo perdurar pero no lo ha logrado. Iturgaiz le toma el relevo. La pregunta es hasta cuándo.