La resaca de una campaña hiperventilada
Pongamos que hablo de Madrid ·
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Pongamos que hablo de Madrid ·
La polarización extrema de las elecciones del 4-M abre incógnitas sobre el futuro político de los implicadosHa sido la madrileña -lo es todavía- una campaña extraña. Errática, polarizada hasta la náusea y a ratos surrealista. Uno de los momentos más impagables es ese en que Isabel Díaz Ayuso, que ya no sabía cómo zafarse de las insistentes preguntas de Carlos Alsina ... sobre las razones por las que, según ella, un madrileño es más libre que cualquier otro español, sale por la tangente y celebra que Madrid es tan grande que no te encuentras con tu ex. Todo ventajas. Sé de gente que se ha topado con compañeros de trabajo en la otra punta del mundo, pero en el Madrid de Ayuso, al contrario que en el bar de 'Cheers', nadie sabe tu nombre y puedes tomar cañas hasta las once. Sin avistamientos indeseados. No como las amigas abulenses de la presidenta, que en Ávila se conoce todo el mundo.
El chascarrillo da la medida del tono de una campaña que se ha ido embarrando conforme se acercaba la cita con las urnas y ha derivado, en su tramo final, en lo sencillamente delirante y, por qué no decirlo, peligroso. El navajeo, ya no en sentido figurado, que se ha apoderado del relato electoral, con la exhibición impúdica de cartas amenazantes ha desvirtuado lo que debe ser el legítimo contraste de propuestas que más tarde deben dirimir las urnas.
Algo que, en circunstancias normales, no tiene trascendencia pública se ha convertido, por decisión de los gurús de turno, en uno de los elementos centrales de una campaña sucia y desquiciada en la que se ha llegado a decir que la democracia estaba en peligro. Se han cruzado líneas rojas para activar a la desesperada el voto de izquierdas en el sur de la Comunidad. Unos han entonado el 'no pasarán' ante el supuesto advenimiento de hordas fascistas que iban a acabar con la convivencia -obviando que en la anterior investidura el PP ya necesitó del apoyo externo de Vox- y han exigido a voz en cuello cordones sanitarios contra la extrema derecha que en ningún caso demandan para aislar a quienes todavía no han condenado casi medio siglo de terrorismo etarra. Otros se han arrogado la causa de la libertad, en abstracto, como si en otras tierras de España no existiera. Y los de siempre, en fin, han hecho lo mismo que ha catapultado a los extremismos populistas de todo el mundo, azuzar irresponsablemente el miedo al diferente para rascar votos.
La gran pregunta es cómo se despertarán Madrid y España el 5-M. De resaca, sin duda, tras semanas de excesos verbales. La campaña, de hecho, ha sido un 'sujétame el cubata' en bucle. ¿Nadie ve posible que, cerradas las urnas, se suavice la política de bloques que opera también en el Congreso Yo contraataco con fascismo o democracia. ¿Qué tú me mentas Venezuela? Pues yo atizo al Rey, que tiene su público. La extrema polarización del 4-M dejará huella en una política española que hace ya tiempo que es de exabrupto y trinchera. Y no parece que el clavo se vaya a aliviar con ibuprofeno, sino que es más probable que ganadores y perdedores recurran al castizo método de perseverar en el lingotazo para afrontar lo que viene, que no es poco.
Nadie ve la posibilidad de que, cerradas las urnas, se suavice la política de bloques que opera igualmente en el Congreso, sino todo lo contrario. Difícilmente podrán PP y PSOE reanudar las conversaciones para renovar los órganos constitucionales y, singularmente, el Poder Judicial, una vez retirada la reforma que hizo arrugar la nariz a Europa. Difícil que se puedan retomar los consensos, a pesar de que en la recta final de la pandemia, con un importante porcentaje de la población aún por vacunar, reformas pendientes de hondo calado -la laboral y la del sistema de pensiones, sobre todo-, y la incógnita sobre el estado de alarma, lo menos aconsejable parece seguir hablando de abstracciones estilo 'régimen del 78'.
El Eurobarómetro publicado esta semana decía que solo siete de cada cien ciudadanos confían en esta clase política y la cosa solo puede empeorar. Entre otras cosas, porque las incógnitas que se abrirán tras el 4-M empujan a su vez al mantenimiento del clima de tensión como norma, pese a la previsible salida de escena de Pablo Iglesias. Una victoria a lo grande de Ayuso diluiría el 'hasta aquí hemos llegado' que Pablo Casado espetó a Santiago Abascal en su histórico discurso de la moción de censura de Vox, a pesar de que el 'ayusismo', un hallazgo de Miguel Ángel Rodríguez con efluvios de nacionalismo madrileño, es tan particular que nadie se atreve a augurarle éxito fuera de la Comunidad. Aun así, la autoridad moral de la lideresa condicionará la trayectoria popular. Lo mismo podría decirse de un sanchismo lanzado a consolidar parcelas de poder y presumiblemente herido en la derrota. Descontadas Madrid y Andalucía, y con el rival fuerte, Moncloa seguirá a lo suyo, preparar el terreno para repetir victoria en unas generales que nadie descarta que se adelanten a 2022. Más de lo mismo.
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