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Maider García posa en Irún, donde vive actualmente. f. de la hera
«No recuerdo nada de los tres años siguientes a que mataran a mi padre»

«No recuerdo nada de los tres años siguientes a que mataran a mi padre»

Víctima del gal ·

Maider García, la hija de Juan Carlos García Goena, sigue pidiendo «justicia y reconocimiento» 35 años después de su asesinato a manos del GAL

Sábado, 30 de julio 2022, 00:27

El 24 de julio de 1987, la pequeña Maider García, de cinco años, despertó en casa de los aitonas. Dormía en la cama con su amona y ella esperaba siempre a que la niña se desperezase para levantarse juntas. Aquella mañana, Maider abrió los ojos y vio que estaba sola pero todavía no sabía cuánto. «Algo va mal», pensó. Fue una certeza cuando, desde otra habitación, escuchó la voz de su tío llorando. La vida de toda la familia había cambiado para siempre. El padre de Maider, Juan Carlos García Goena, acababa de ser asesinado por el GAL con una bomba adosada a su coche. A ella le contaron que había muerto en un accidente de tráfico.

Es el último recuerdo, un fogonazo, antes de un vacío insondable. «No recuerdo nada de lo que sucedió en los siguientes tres años», confiesa Maider. No encuentra en su memoria un sólo amarre en 36 meses. Lo que pasó en el colegio, lo que vio en su casa, un cumpleaños, un paseo en bici, algún día de vacaciones. Nada. Con franqueza y el corazón en la mano, resume todo en una sola frase: «No recuerdo ni siquiera el día que nació mi hermana». Lo confiesa todavía sorprendida por ese baile imprevisible y misterioso entre el dolor y la memoria. «Me gustaría saber qué hay dentro de mi cabeza».

El domingo pasado se cumplieron 35 años de ese crimen que nunca fue resuelto. Nadie fue juzgado. «Se reabrió hace años de una forma bastante rara, pero no prosperó, y está otra vez en el paso anterior a ser archivado. No ha habido ningún interés por investigar. En nuestro caso y en el resto de los casos del GAL», lamenta Maider. Tres décadas y media lleva su madre, Laura Martín, pidiendo «reconocimiento y justicia». «Mi ama tuvo que investigar lo que no hizo la Justicia. Acabó sabiéndolo todo del GAL. Había recortes por toda la casa. Llegó a encontrar los teléfonos de mercenarios y, cuando vio que la Policía francesa no localizaba a uno, se fue allí y lo encontró en dos días», cuenta Maider, que alguna vez le llegó a echar en cara que solo le hablaba «todo el rato del GAL, GAL, GAL». Era «una obsesión» y la falta de respuestas, un martirio. «La he visto sufrir mucho. En su momento llegó a dormir con un martillo, un cuchillo y destornilladores debajo de la cama. El GAL había matado a su marido de un día para otro y tenía miedo».

Fue así hasta que, hace unos años, nació el hijo de Maider. Aquel fue el gran punto de inflexión para su madre. «Se volcó en su nieto». Las tres siglas malditas empezaron a quedar atrás. También fue entonces cuando Maider empezó a entender mejor a esa mujer que había vivido atrapada en el mundo de los que mataron a su marido, pero que sacó fuerzas y tiró adelante con tres hijas. La tercera estaba en su vientre cuando los sicarios mataron a García Goena, que murió sin saber que iba a volver a ser padre.

«Mi ama tuvo que investigar lo que no hizo la Justicia. Nunca han querido aclarar nada. Ni el nuestro, ni otros casos»

«Víctimas de segunda»

Que Juan Carlos García Goena no era miembro de ETA es algo que se supo desde el principio. Ni siquiera frecuentaba esos ambientes. Vivía en Hendaya porque se había marchado de España para evitar el servicio militar. «Era un pacifista total. No entraba en su cabeza tocar un arma, le revolvía las tripas la idea. Le llamaron para ir a la mili y se encontró con mi madre en un bar de Tolosa vestido ya para marcharse. Pero le dijo a mi ama que no podía ir, que se iba a Francia. Se cambió de ropa en el baño. Los dos tenían 18 años. Y ella se fue con él». Ya en Francia, algún tiempo después, nació Maider. «Trabajaban de lo que iba saliendo y mi padre encontró un empleo en una empresa que facilitaba los cambios de trenes entre España y Francia». Juan Carlos García Goena inició los trámites para regularizar su situación porque quería volver a España y vivir en su Tolosa de siempre. Recurrió a Joseba Azkarraga. «Días antes del asesinato, le llegó a Azkarraga la noticia de que ya podía volver. Aita nunca llegó a saberlo. Nos enteramos hace poco».

Ha habido muchas teorías sobre qué sucedió para que García Goena acabara en la lista de objetivos de los GAL. «Llevaban más de un año sin matar y parece que los que querían seguir buscaron a alguien al azar. También se dijo que apareció en una lista de refugiados y que le confundieron con un miembro de ETA». Él no tenía nada que ver con ese mundo. «Mis padres vivían en Hendaya cerca de la playa, donde había un bar de refugiados, y un día subió uno y le tocó la puerta a mi ama para saber quiénes eran. Pensaban que podían ser policías». Una anécdota que les sitúa donde siempre han estado, en tierra de nadie. «Todas las víctimas de otros terrorismos estamos en tierra de nadie. Somos víctimas de segunda».

Hoy Maider García cuenta su experiencia en las aulas. «Me voy conforme de que dos o tres alumnos sepan qué son los GAL y que hubo más terrorismos y más violencias. Les descoloca que un gobierno organizara una banda armada». García Goena está reconocido como víctima por el Gobierno vasco. Ella tiene claro qué pediría. «Nos hace falta un reconocimiento por parte del PSOE. Soy consciente de que los actuales no tienen nada que ver con el GAL. Pero, como partido, deberían reconocerlo y pedir perdón».

«Mi madre fue de las primeras en ir a las concentraciones de Gesto por la Paz»

«Doy gracias porque al menos, cuando me pasó esto, era una niña. Pienso en Naiara Zamarreño -ETA asesinó a su padre-, que era mayor y consciente, tiene que ser durísimo». Maider lo dice así, con naturalidad, porque «en casa siempre me explicaron que todas las víctimas somos iguales, da igual de quién: ETA, BVE, torturas, lo que sea».

Su madre entró en contacto con Gesto por la Paz muy temprano, en los 90. «Cristina Cuesta nos ayudó y mi madre entro allí en contacto con víctimas de ETA. Mi ama acudió a las primeras concentraciones de Gesto por la Paz, cuando iban muy pocos», valora. Ella recuerda cuando cortaban la emisión en la tele y anunciaban un avance informativo, el temido prefacio de cada atentado de ETA, que les devolvía «a la angustia».

A Maider le falta la memoria de tres años, pero atesora recuerdos anteriores cargados de luz: «Jugando al escondite con mi padre por los armarios, un día que abrió una olla y saltaron todas las palomitas por el suelo, mirarle tumbado en la cama mientras escribía en una libreta los gastos o acompañarle a hacer la compra y que buscara las galletas que gustaban tanto a mi ama». Ahí la memoria vence al dolor.

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