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Alfredo Pérez Rubalcaba lo anunció hace una semana: «Lo que quieren los independentistas es que el Estado les quite a Puigdemont de enmedio». Y remachó: «Nadie le quiere. Tampoco ellos». El exsecretario general del PSOE no suele dar puntada sin hilo. Esas palabras, ... casi proféticas, las pronunció apenas unos días después de entrevistarse en secreto (hasta que se supo, claro) con Marta Pascal, coordinadora general del PdeCAT, cuyas diferencias con la estrategia radical del expresident son de dominio público pese a militar ambos en el mismo partido. Es inevitable vincular tales manifestaciones con la cruda confesión de derrota que contienen los mensajes de Puigdemont a su exconsejero de ERC Toni Comin: «Esto ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado».
Mientras tecleaba esa asunción de fracaso, que ha desencadenado un cataclismo en las filas ‘indepes’, el todavía candidato a la Generalitat llamaba a sus huestes a la resistencia, a ser «firmes» y «dignos» para alcanzar el imposible Eldorado que les había prometido. Carles Puigdemont se siente ahora traicionado. También pueden hacerlo legítimamente los cientos de miles de catalanes que le han acompañado de buena fe en su insensata aventura al comprobar el abismo existente entre sus bravatas para la galería y lo que en realidad piensa (o, al menos, lo que dice en privado). Sus mentiras han quedado al desnudo por mucho que haya intentado cubrirlas durante meses con el ropaje de una pretendida dignidad y entre llamamientos a la rebeldía.
¿Quién ha traicionado a Puigdemont? ¿Quiénes son «los nuestros» a los que alude y que le empujan al ‘matadero’ político? El expresident piensa, seguramente, en dirigentes de su propio partido para los que, aunque guarden silencio público, no es más que una pesada carga a la que no controlan y que retrasa la recuperación de la Generalitat. En el diputado de Joan Tardá, quien el pasado domingo desataba las hostilidades al hablar sin tapujos de la disposición de Esquerra a «sacrificar» al fugado mesías del independentismo. Y, por supuesto, en el presidente del Parlamento catalán. Pese a sus encendidas proclamas secesionistas, Roger Torrent -también de ERC- se plegó de facto al Tribunal Constitucional al aplazar el pleno de investidura del pasado martes para no incurrir en un posible delito de desobediencia. La decisión de Torrent, quien apeló ayer a la «generosidad» de Puigdemont para «poder avanzar» -blanco y en botella-, le ha valido duras críticas de los ‘indepes’ que siguen erre que erre pese a todo.
Este escenario se asemeja mucho, aunque con los papeles cambiados, al que vivió Cataluña en las horas previas a la declaración unilateral de independencia el pasado 26 de septiembre. Cuando Puigdemont hizo saber a sus personas de confianza que renunciaba a dar ese paso hacia el precipicio y se disponía a adelantar las elecciones para proteger el autogobierno y evitar la aplicación del 155, le llovió el peor insulto que puede recibir un soberanista de cuna como él: ¡botifler! O sea, traidor. Así le llamaron inflamados secenionistas en las redes sociales. Su nombre aparecía ligado a esa palabra en los carteles de los manifestantes que rodearon la plaza de Sant Jaume, convocados por ERC y la CUP. La guinda la puso el inolvidable tuit de Gabriel Rufián: «155 monedas de plata». O sea, el entonces presidente de la Generalitat era un vulgar Judas, insinuaba el diputado de Esquerra adicto al histrionismo dialéctico. ERC era en aquellas fechas el guardián de las esencias independentistas.
Puigdemont se arrugó, dio marcha atrás para contentar a los más radicales entre los radicales y sacrificó tanto el autogobierno de Cataluña (intervenido horas después por Rajoy) como su futuro personal. La salida que había tejido con la paciente mediación del lehendakari, Iñigo Urkullu, era arrojada así al cubo de la basura. Es evidente que midió mal sus pasos hacia el martirologio. Esa misma ERC -con su líder, Oriol Junqueras, en la cárcel desde hace tres meses y varios dirigentes con un sombrío horizonte penal- empieza a dejar solo al expresident al que condujo hacia el abismo. Lo mismo que su propio partido, el PDeCAT. Ahora necesitan deshacerse de él. Es un estorbo. Así se escribe la historia.
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