El exlehendakari Juan José Ibarretxe acuñó un mantra que hizo fortuna en la época: 'dialogar hasta el amanecer'. También usó y abusó de otras coletillas como 'qué hay de malo en ello', o 'se puede amar lo que se es sin odiar lo que no ... se es'. Ibarretxe tiene, sin duda, el copyright del discurso buenista con que se encubren los pecados del soberanismo rupturista, esencialmente la fractura social que acostumbra a promover. Vistos con la perspectiva que da el tiempo, aquellos intentos de Ibarretxe de justificar su insistencia en una apuesta, plasmada en sus sucesivos planes, que solo podía generar frustración en los nacionalistas y hartazgo en los que no lo son, no solo se antojan populistas sino que se revelan como parches más bien burdos para ocultar un vicio aún más desdeñable en todo gobernante, la tentación de ocultar una gestión descuidada o ineficiente con retórica lo suficientemente incendiaria como para generar conversación política en bucle con efecto adormidera.
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El 'raca raca', en preciso hallazgo lingüístico popularizado, entre otros, por Patxi López, deja así de ser lo accesorio para convertirse en lo central. Se deja de hablar de políticas económicas, de protección social o educativas porque la matraca soberanista lo tapa todo y sus efectos colaterales -broncas parlamentarias, salidas de tono, judicialización de la política, polarización, crispación social- se convierten en el problema y en consecuencia la acción de gobierno empieza a girar sobre ellos.
En Cataluña ha sucedido algo similar. La diferencia es que, mientras Ibarretxe fue 'in crescendo' hasta que su partido, las urnas y el pacto PSE-PP forzaron su retirada y el nuevo rumbo del PNV hacia la conquista de todo el poder por la autopista de la estabilidad, el independentismo catalán ya tocó techo con el referéndum ilegal de 2017 y el posterior encarcelamiento de sus líderes. Ninguna narrativa puede superar ese cénit, pero el elefante sigue en la habitación. Sucede, no obstante, que el 'madridcentrismo' se ha apoderado de la política española. Una vez cerradas las urnas el 14-F, las negociaciones para formar Govern se han visto opacadas por los fuegos de artificio de la capital que, admitámoslo, lo tiene todo para robar titulares en estos tiempos de política espectáculo.
Los últimos estertores de la mariposa murciana siguen dando que hablar. La convocatoria de elecciones anticipadas orquestada por Isabel Díaz Ayuso ha generado a su alrededor toda una cohorte de secundarios que resultan fascinantes como parte de ese entretenimiento ligero estilo Netflix en que ha degenerado el debate político. Algunos hasta son actores de verdad como el inefable Toni Cantó, un ejemplo irrefutable de metapolítica: la conversación deriva, huracanada, hacia las piruetas ¿ideológicas? del intérprete. De 'Vecinos por Torrelodones' al PP, pasando por UPyD y Cs. Se glosa su puesto en las listas de Ayuso, el quinto, las supuestas tensiones con Génova, si suma o resta votos a la 'supercandidata'. A su izquierda, Moncloa -que es quien lleva la campaña de Ángel Gabilondo, en contraste con la histórica fama de indómita de la federación madrileña- busca sus minutos de gloria con una plancha bien aliñadita con la misma épica de videoclip. Hana Jalloul, secretaria de Estado de Migraciones, desembarca con el sambenito de ser «la Kamala Harris» española. Paradójico, como mínimo, justo cuando Joe Biden encarga a su vicepresidenta frenar la crisis migratoria en la frontera sur. Y todo así.
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Pero esta sobredosis de cine palomitero no sirve para velar la que sigue siendo la gran cinta de suspense en España: el fracaso de la política antiinflamatoria de Moncloa para dividir al soberanismo catalán y apaciguar a una de sus patas. Todavía hay que escuchar a Salvador Illa hablar del posibilismo de ERC, ese partido al que se presume impredecible y escasamente fiable cuando, en el fondo, quizás sea más previsible de lo que parece. Sigue erre que erre en el 'procesismo'. La neutralización pactista del soberanismo de izquierdas no solo no ha llegado sino que Aragonès mantiene intacta su agenda soberanista, aunque tenga más de 'raca raca' que de desafío real. El problema es que Cataluña, uno de los motores económicos del país, sigue en manos de un expresident prófugo que ha usurpado el papel de los antisistema de la CUP a la hora de vender caras las investiduras. Puigdemont quiere tener la manija desde su torre de marfil. La mesa de diálogo sigue siendo una entelequia. Aunque la alarguen hasta el amanecer. Y Pedro Sánchez, pese al triunfo de su exministro de Sanidad en las urnas, sigue teniendo en Cataluña un problemón.
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