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Hace justo siete años, el 17 de julio de 2017, Cataluña vivió el último gran atentado yihadista en España. Dieciséis personas murieron arrolladas por una furgoneta en La Rambla de Barcelona y en el ataque posterior lanzado en Cambrils. Ocho terroristas fueron abatidos por la ... policía. Más de 300 personas resultaron heridas. Aquella tragedia fue investigada de forma exhaustiva por Anna Teixidor (Figueres, 1978). Escribió 'Los silencios del 17-A', que luego sirvió de base para el documental de Netflix '800 metros'. De forma meticulosa analizó el ambiente de Ripoll, la localidad de donde procedían varios de los terroristas y el imán que les instrumentalizó, viajó a Marruecos y trató de explicar las causas de aquel horror.
– Siete años después, ¿sigue viva la amenaza yihadista?
– Seguimos en un nivel de alerta cuatro sobre cinco. Y eso significa que un atentado es probable. La amenaza sigue ahí aunque no la veámos. El 27 de marzo un hombre entró con una hacha en un centro comercial de Cataluña y empezó a romper los escaparates, y ya se ha calificado como un atentado yihadista.
– ¿Se ha avanzado en prevención?
– Se tenía que trabajar mucho más en los planes de prevención de la radicalización. Los hay en escuelas, en institutos, en las cárceles, pero el problema es que, a día de hoy, si un padre, un amigo o un hermano ve que una persona se está radicalizando, una de las pocas opciones que tiene es ir a la policía. Y puede que se abra una investigación o una causa judicial, pero para los más jóvenes, sobre todo para los que tienen problemas de identidad, sería mejor que hubiera profesionales que pudieran revertir las narrativas yihadistas y dar a conocer testimonios de jóvenes decepcionados con lo que fue el Estado Islámico.
– En el caso de Ripoll se trataba de jóvenes con diferentes problemas que fueron instrumentalizados por un imán.
– En Ripoll no hay barrios gueto, estas personas no vivían marginadas, estaban aparentemente integradas y habían crecido en Cataluña. Había un problema de identidad, pero sobre todo de radicalización y de instrumentalización por parte del imán. Supo canalizar todas sus frustraciones, de cuando les llamaban moros, de cuando se sentían discriminados en una discoteca, para extraer ese odio.
– ¿Cuál era el problema de identidad?
– Tenían un pie en cada lado. Pero para ellos su patria no era ni Marruecos ni Cataluña, era el islam. Llegaron a expresar que sus padres no eran verdaderos musulmanes, que se habían humillado a Occidente.
– Usted misma habla de un poco de descontrol en los centros de oración.
– Una de las cosas que pasó en Ripoll fue que nadie denunció. Fallaron todos los mecanismos de detección. Es un trabajo a largo plazo, hay que generar confianza con las comunidades musulmanas.
– En su libro empieza y acaba con la historia de dos chavales, un testigo de los atentados y el hermano de uno de los terroristas, que acaban compartiendo clase en Ripoll.
– Sí, esos chicos se hicieron amigos durante el instituto, compartieron equipo de fútbol y mantienen una buena amistad. Es como un acto de resilencia después de los años, simbolizan que pudieron superar aquello.
Etapas de duelo
– ¿Cómo afectó todo a Ripoll?
– Todavía se tienen que cerrar heridas. Ha quedado un trauma difícil de llevar. En un primer momento más que convivencia había coexistencia. Pero a día de hoy todas las familias siguen viviendo en la localidad. La desconfianza sigue, y con el partido que está en el ayuntamiento, pues es más difícil que todo cicatrice. Ripoll ha pasado por diferentes etapas de duelo. Aún hay mucho dolor.
– ¿Lo sucedido en 2017 explica el triunfo de la formación ultraderechista Aliança Catalana en la municipales y su actual auge?
– Aliança Catalana supo aprovecharse del trauma de los atentados porque los instrumentalizó. ¿Cómo lo hizo? Con una crítica feroz a la gestión del posatentado con datos falsos e imprecisos. Por ejemplo, hizo correr el rumor de que el Consorcio de Bienestar Social solo atendía después de los ataques a las familias de los terroristas cuando hubo un servicio abierto a toda la ciudadanía para dar apoyo psicológico. Ha querido tensar las costuras sociales.
– ¿Se ha tratado bien a las víctimas de aquellos atentados?
– Una parte se ha sentido muy desamparada. Es verdad que la sentencia del Supremo fue inédita porque por primera vez se reconocía como víctimas a personas que no estaban en el lugar de los hechos. Había un mosso que cuando estalló la bomba en Alcanar resultó herido. Su hija, que estaba fuera de Cataluña, quedó con estrés postraumático porque no sabía cómo estaba su padre, y a esa chica la contemplan como víctima del terrorismo. Entre 300 y 400 personas fueron reconocidas, pero muchas se han visto desamparadas, han tenido que luchar para recibir esas ayudas.
– ¿Qué sabe de los terroristas en prisión?
– Hay dos. Están en régimen de aislamiento, solo salen una o dos horas al día al patio. Han recibido cartas de admiradores.
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