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David Guadilla
Miércoles, 17 de mayo 2023, 00:34
Una mezcla de presión desde casi todos los frentes y el convencimiento de que se estaba abriendo una vía de agua que amenazaba con hacer naufragar toda su estrategia obligó ayer a EH Bildu a tomar una decisión con escasos precedentes. Los siete candidatos que ... la coalición había incluido en sus listas de cara al 28-M y que habían sido condenados por su participación en diversos atentados mortales de ETA presentaban su renuncia y anunciaban que «en ningún caso tomaremos el cargo de concejal».
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Paula De las Heras
La bola de nieve en la que se había convertido la denuncia presentada por Covite el martes de la semana pasada había cogido desprevenida a la izquierda abertzale. Lo que al principio parecía una simple marejada se estaba convirtiendo en un tsunami que amenazaba con desarbolar toda la campaña electoral. EH Bildu veía cómo el plan diseñado para centrar la carrera hacia las urnas en la gestión, en los logros arrancados a Pedro Sánchez y en mostrarse como un alternativa real al PNV, se hacía añicos. Tenían que pasar a la defensiva y, lo que es peor, hablar de su pasado.
A esto se añadía que el PSOE también se estaba viendo en una situación complicada. El PP ha convertido la cuestión en el principal ariete para desgastar alGobierno y buena parte de los barones socialistas estaban marcando distancias para evitar sufrir daños en las urnas. Y los problemas del PSOE se estaban convirtiendo en los de EH Bildu.
Entre los principales objetivos que tiene la coalición soberanista el 28-M está la Alcaldía de Pamplona. Para lograrla necesitará los votos del PSN. Hace cuatro años los socialistas no se atrevieron a dar el paso, pero ahora los de Arnaldo Otegi estaban convencidos de que tenían más fuerza para presionar. De partida se trataba de un gesto que para Pedro Sánchez resultaba arriesgado a medio año de las generales. Pero con la tormenta sobre las listas en el horizonte, recuperar Pamplona se convertía en imposible. A esto se sumaba que la imagen de la coalición volvía a ensuciarse y que resurgían conceptos como el de la ilegalización. El PSOE también necesitaba un gesto para aliviar la presión a la que le somete el PP y para poder mantener abierta la vía de los pactos con Bildu.
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Paula De las Heras
La gravedad de lo que estaba sucediendo se evidencia en la solución adoptada. Pocas veces la izquierda abertzale da un giro de estas dimensiones tan a corto plazo y empujada por las consecuencias de lo que estaba pasando. Apartar a los candidatos –la Junta Electoral ya ha dejado claro que no se les puede sacar a estas alturas de las listas– supone una vez más estirar las costuras internas. La inclusión de los siete exetarras se hizo sin valorar lo que podía pasar y en un clima en que se daba por hecho que todo lo relacionado con la violencia estaba amortizado, pero también como una demostración de los equilibrios que tiene que hacer la coalición en algunos municipios. Echar ahora marcha atrás supone levantar ampollas en los sectores más críticos.
De hecho, el anuncio se hizo de forma calculada. No lo realizó la dirección de EH Bildu, sino que llegó a través de un comunicado firmado por los siete exmiembros de la banda. En un texto muy medido, salían en defensa del proyecto de la coalición soberanista, trataban de salvarla de la polémica, recalcaban que no negaban «nuestra militancia del pasado ni la responsabilidad que asumimos» y se dirigían de forma expresa a las víctimas de ETA para dejar claro que no querían añadir «más padecimiento».
Horas después, el candidato de EH Bildu a diputado general de Bizkaia, Iker Casanova, se convertía en el primer dirigente de la coalición en tomar la palabra. En el debate electoral organizado por EL CORREO, admitía que la inclusión de exetarras era «hiriente», se comprometía a «aliviar el dolor» e incluso iba más allá al asegurar que, «si algunos no acertamos en la construcción de la convivencia, solo nos quedará resituarnos y corregir lo que no se ha hecho bien».
La declaración oficial de EH Bildu llegaba poco después. Otegi comparecía arropado por sus dos portavoces,Unai Urruzuno y Bakartxo Ruiz, y Arkaitz Rodríguez, una presencia significativa porque es el líder de Sortu, la formación que controla la coalición, que mantiene la ortodoxia de la izquierda abertzale y con la que, al menos teóricamente, simpatizan los siete expresos. En el habitual reparto de papeles, Otegi aseguraba que no querían generar «zozobra», pero ponían el foco en otra cuestión eludiendo en todo momento hacer la autocrítica que sí hizo Casanova. Otegi incidió en la «inaceptable campaña de acoso y derribo» que, a su juicio, se ha había abierto contra su formación. En una declaración sin preguntas, pidió sobre todo que las elecciones sirvan «para crear mayorías suficientes para encarar los grandes retos del país».
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