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david guadilla
Miércoles, 26 de febrero 2020, 00:59
La marcha de Alfonso Alonso como presidente del PP vasco tras su negativa a aceptar los términos del acuerdo firmado entre Génova y Ciudadanos, sus lágrimas y las de sus principales colaboradores, la sensación de que algo se ha roto internamente, no tiene precedentes. Sobre ... todo, porque nunca en la historia de los populares vascos la dirección nacional había intervenido de forma tan clara para desautorizar al presidente del partido en Euskadi y provocar un terremoto interno en una formación, en todo caso, acostumbrada a vivir en la inestabilidad. Porque si hay algo que empieza a convertirse en una peligrosa tradición en el PP vasco es su capacidad para devorar a sus líderes. En doce años lleva cinco, incluida Amaya Fernández, y es probable que a corto plazo llegue a la media docena. Por comparar, el PNV, el PSE y EH Bildu suman dos.
Quizás ahí está una de las claves de por qué un partido que en 2001 llegó a los 326.000 votos se quedó en 107.000 en 2016. En su incapacidad para fijar un proyecto claro con un equipo definido. Las guerras internas, las rencillas personales y por momentos las diferentes visiones de lo que tiene que representar el PP vasco se han convertido en un lastre peligroso. Por paradójico que sea, el partido que más sufrió la presión etarra y más afiliados ha visto asesinados es el que más se agrieta cuando la banda ha desaparecido.
De hecho, el origen de lo que ha sucedido estos días, vuelta de Carlos Iturgaiz incluida, hay que buscarlo, al menos en parte, en el pasado. En la primavera de 2008. Fue entonces cuando acabó la presidencia de María San Gil. Y lo hizo, como ahora, de manera traumática. Fue poco después de que Mariano Rajoy perdiese por segunda vez frente a José Luis Rodríguez Zapatero.
Aquella derrota dio alas a un grupo de dirigentes que apostaban por derrocar al entonces presidente del PP. Era el sector más próximo a José María Aznar, que quiso dar un golpe de efecto en el congreso celebrado en Valencia. Al frente de la rebelión se situó San Gil, quien renunció a redactar la ponencia política y expresó su falta de confianza en Rajoy. Meses después dejaba la vida política, por lo menos la primera línea, y era reemplazada por Antonio Basagoiti.
No era un simple relevo personal. Fue un viraje político emprendido por varios cargos que consideraban que el PP vasco tenía que ser algo más que un partido 'antiETA'. Que debía hacer política y ser útil. Sustentaban su argumento en un dato objetivo. En las elecciones de 2005 San Gil se había dejado 110.000 votos respecto a los 326.000 alcanzados por Jaime Mayor Oreja cuatro años antes. En ese proyecto renovador Basagoiti contaba con el apoyo de otros dirigentes como Borja Sémper y, sobre todo, el grupo alavés capitaneado por Alfonso Alonso e Iñaki Oyarzábal. Fue lo que se definió como «política pop», un intento por modernizar la imagen del PP vasco.
El punto de inflexión de aquella estrategia fue cuando los populares dieron su apoyo al Gobierno de Patxi López y su ocaso llegó solo cuatro años después de arrancar. Fue tras las elecciones de 2012, en las que Iñigo Urkullu recuperó la Lehendakaritza para el PNV. Con Rajoy en La Moncloa con mayoría absoluta, los dirigentes del PP vasco otearon un horizonte. Que la suma de sus escaños y los de los jeltzales alcanzasen la mayoría absoluta. Una forma de ser útil y ganar peso con un pacto inédito. Pero el objetivo no se alcanzó. PNV sacó 27 escaños y el PP, 10. Les faltó uno.
Basagoiti vio que su proyecto se diluía y diseñó su salida. Se marchó a México y designó a una sucesora: Arantza Quiroga. Lo hizo a pesar de que la entonces presidenta del Parlamento vasco generaba bastantes recelos internos, sobre todo en la dirección del PP alavés. Hubo quien intentó convencer a Basagoiti para que designase a Sémper, pero no les hizo caso. ¿Por qué tenía tanto poder Basagoiti? Porque contaba con el apoyo explícito de Rajoy.
Quiroga nunca se asentó en la dirección del partido. Prescindió de Oyarzábal y generó la ira del PP alavés. Se abrieron todo tipo de guerras cainitas y sufrió algunos desaires sonados. Fue nombrada en 2013 y en octubre de 2015 Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría impulsaron su salida tras presentar una polémica propuesta sobre la paz en Euskadi. Tal era el ambiente que cuando fue a dejar su acta en el Parlamento ni tan siquiera se reunió con sus compañeros. Desde ese momento se desvinculó de la vida interna del partido. Y llegó Alonso, dispuesto a modelar un nuevo proyecto, también basado en la utilidad, en el foralismo... Hasta que Casado le mandó parar.
Heredó el cargo de Mayor Oreja y se fue al reconocer que había perdido la confianza en Rajoy
Su objetivo era hacer del PP algo más que un partido 'antiETA'; diseñó la llamada 'política pop'
Su mandato fue el más convulso. Nunca tuvo el apoyo generalizado de sus compañeros de partido
Apostó por lograr una mayor autonomía para el PP vasco y por una defensa cerrada de la foralidad
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