Igual que Vargas Llosa se preguntaba en 'Conversación en la catedral' en qué momento se jodió el Perú, seguramente la cúpula de Podemos se cuestione también sobre la línea temporal que separa su eclosión en las elecciones europeas de 2014 y la ilusión que su ... sigla generó en la «gente» a la que le gustaba apelar del calvario que vive hoy.
Publicidad
Un vía crucis del que la última y penosa estación es la investigación de sus cuentas por orden de un juez, pero que arrancó seguramente cuando la coalición morada dejó de ser el partido de los círculos, de los indignados y del 15-M, una estructura nacida con vocación asamblearia y horizontal, y se transformó en una fuerza al uso. En un partido como los demás. «Llevan camino de convertirse en una sigla residual de la izquierda, como le sucedió a IU», analizan sus rivales, incluso a pesar de compartir con los de Pablo Iglesias reuniones semanales en el Consejo de Ministros.
La entrada en el Gobierno de coalición con el PSOE no marca, sin embargo, la asimilación de Unidas Podemos a los usos, costumbres y peajes de la vieja política, que comenzó mucho antes. La llegada de Iglesias a la vicepresidencia segunda, rodeado de su núcleo duro -la ministra de Igualdad, Irene Montero y el ahora investigado Juanma del Olmo- ha sido, en todo caso, el corolario de esa transformación, un epílogo que se escribe también con las decisiones que adoptó la tercera asamblea ciudadana en mayo pasado, cuando decidió anular el límite de mandatos y los topes salariales que regían hasta entonces, y limitar el poder decisorio de los llamados 'inscritos' para potenciar las estructuras territoriales, la militancia con cuota y, en definitiva, el estilo de funcionamiento de las organizaciones políticas clásicas.
los hitos más polémicos
«Hay elementos de los partidos tradicionales que no hay que despreciar», decía Iglesias en una entrevista con este periódico en junio, convencido de que Podemos debía 'aggiornarse' si quería competir con los buques insignia del bipartidismo, pese a que, recalcaba, sus cargos seguirían donando parte del sueldo, incluso más que antes. Esa 'caja B' en el punto de mira de los tribunales que reivindican ahora como una «caja de solidaridad» destinada a «proyectos sociales». «Podemos ha superado una fase de adolescencia que nos hizo mucho daño como formación política y creo que no es malo que se nos note más maduros», argumentaba.
Publicidad
Un mes después, en la doble cita electoral del 12-J, la sigla sufría un severísimo correctivo, tanto en Euskadi, donde vio reducidos sus apoyos a prácticamente la mitad, como, sobre todo, en Galicia, donde quedó barrida del Parlamento. Fue el culmen de una tendencia a la baja que, según todos los pronósticos, les hará aferrarse ahora «con pegamento» al Gobierno de Sánchez, pese a los aspavientos con que ha recibido la salida de España del rey emérito o las advertencias que lanza al socio mayoritario para que no caiga en la tentación de pactar los Presupuestos con Cs. Nadie veía hace solo unos días a Iglesias forzando unas elecciones de resultado incierto. Mucho menos se vislumbra ahora, con la sombra de la financiación ilegal planeando sobre el partido, lo que podría abocarle a un desastre aún mayor.
Podemos tiene la baza del poder, un arma de doble filo, para tratar de dar la vuelta a una situación que, efectivamente, se remonta tiempo atrás del 'Pacto del Abrazo', seguramente al momento en que los chanchullos internos se convirtieron en norma y no en excepción en la formación morada. A medida que crecía el poder omnímodo de Iglesias, consolidado en 2017 en Vistalegre II, menudeaban las salidas forzosas de quienes habían sido puntales de Podemos (Carolina Bescansa, Luis Alegre, Ramón Espinar y, por supuesto, Iñigo Errejón). Lo mismo se hizo aplicable a las organizaciones territoriales, donde los críticos y los últimos bastiones del errejonismo fueron claudicando invariablemente en las primarias.
Publicidad
partido clásico
No obstante, la absorción de Podemos en el sistema tiene como hito más reconocible el 'affaire Galapagar'. La decisión de la pareja Iglesias-Montero de trasladar su residencia a una vivienda de lujo en la sierra madrileña, lejos de permanecer en la esfera privada, se convirtió casi en asunto de Estado y obligó al líder a convocar un referéndum interno, que ganó.
No obstante, aquel episodio, en contraste con el famoso tuit en el que Pablo Iglesias afeaba años atrás a Luis de Guindos la compra de un ático, se vio como la pérdida definitiva de la inocencia. La cúpula reaccionó entonces con una carta interna, en tono victimista, en la que lamentaba que quienes eligen militar en Podemos se enfrentan «al acoso y la destrucción reputacional» mientras otros acceden a «jubilaciones doradas» y «al palco del Bernabéu». Muy en la línea, por cierto, de las conspiraciones de los «poderes fácticos» que ha denunciado ahora el partido tras su imputación.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.