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«¿Tú crees que mi obra tendrá algún valor?». «Claro que sí, deja de decir tonterías». Más de una vez tuvieron esta conversación la pintora guipuzcoana Menchu Gal (Irún, 1919-2008) y Edorta Kortadi, crítico de arte y persona cercana a la autora al final ... de su carrera. La «crisis» de una artista «vital» de la que la crítica llegó a decir como un halago que pintaba «como un hombre», tal era «la fortaleza» de sus lienzos, reconocida con el Premio Nacional de Pintura. Era 1959, la primera vez que entregaban este galardón a una mujer. De ese año es el cuadro 'Pintura de Arrayoz', la nueva obra que decora la sala del Consejo de Ministros. A la derecha de Pedro Sánchez, en sustitución de una pintura de José Guerrero.
El cambio es una petición del propio presidente del Gobierno, que al darse cuenta de que todos los cuadros que colgaban de las paredes de la sala estaban firmados por hombres pidió al Museo Reina Sofía referencias femeninas. «El museo mandó esta propuesta de Menchu Gal, que es ciertamente apropiada. No es la más representativa de su carrera pero es una magnífica elección», valora el especialista.
'Paisaje de Arrayoz' es una pintura muy personal que recrea un entorno muy querido para Menchu Gal, la zona del Baztán navarro fronteriza con Francia que conocía tan bien. «Ella iba mucho a ese lugar, que está lleno de cierto bucolismo». Uno paisaje «de corderos, pastores y caballos en el que ella se encontraba muy a gusto». Arrayoz y todo el valle del Baztán, explica Kortadi, «están llenos de poesía», como la que emana de este cuadro que representa «esa especie de anhelo por la naturaleza salvaje». Una propuesta romántica para compensar un espacio como la sala del Consejo de Ministros «donde se toman decisiones tan frías».
Esta obra, cedida por el Reina Sofía por un tiempo de cinco años prorrogables, pertenece a la etapa «más racional y tranquila» de una autora cuya pintura «evolucionó desde el realismo ingenuo pasando por una etapa cubista y de formas geométricas con menos color, como el de este cuadro, para desembocar en unos años más salvajes y llenos de color y acabar haciendo pintura abstracta que ella nunca sintió tanto», define el crítico de arte.
Por eso quizá muchos no reconozcan en esta imagen «pintada en marrones, grises y blancos» a una autora que se caracterizó «por el color» que imprimía a «paisajes, retratos y bodegones», que representan el grueso de una obra de la que hay catalogados 930 cuadros, repartidos entre el Reina Sofía de Madrid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Museo de San Telmo de San Sebastián...
- ¿Le habría gustado la elección a la autora?
- Le habría sorprendido y gustado que los políticos se preocuparan por cosas relacionadas con la cultura. A nadie le amarga un dulce. Y habría estado de acuerdo en la elección del lienzo.
La define Kortadi como una mujer «libre, vital, ácrata pero respetuosa con todo y coqueta hasta el punto de quitarse varios años». Menchu Gal, discípula del pintor Gaspar Montes Iturrioz, emigró a París en los años 30 y se matriculó en la academia del pintor Amédée Ozenfant. Tras su regreso a España entró en el círculo de paisajistas de la segunda Escuela de Vallecas, donde la apodaban 'Blancanieves y los siete enanitos' «porque era una mujer alta y huesuda que se relacionaba con pintores hombres más bajitos que ella».
Fue una referencia en la pintura contemporánea y una mujer adelantada a su época que «se codeó con Jorge Oteiza y Eduardo Chillida». También con Joan Miró y Antoni Tàpies (cuyo cuadro está a la izquierda de Pedro Sánchez), con quienes comparte ahora espacio en la sala del Consejo de Ministros, donde también hay hueco para un Miquel Barceló.
En otros recintos de Moncloa se han renovado también las pinturas para incorporar firmas femeninas, como es el caso de Tereasa Lanceta, Juana Francés y Soledad Sevilla.
En la Fundación Menchu Gal se enteraron de la inclusión del cuadro 'Paisaje de Arrayoz' en la sala del Consejo de Ministros «por televisión». Una sorpresa y una alegría. «Estamos encantados, ya es hora de que incluyan alguna mujer en ese espacio». Que la elección haya sido precisamente un cuadro de la pintora guipuzcoana es un honor. «Nos parece genial, es una manera de darle la proyección que merece», cuentan desde la Fundación.
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