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No cometeré la osadía de adentrarme, dada mi ignorancia del Derecho, en los tecnicismos que traen de cabeza a los más sabios juristas a la hora de debatir y enmendar los desajustes penales de la ley del 'sólo sí es sí'. Si acaso, osaría decir ... que nunca una ley tan bienintencionada ha sido tan mal explicada. No debería haberse permitido -o incluso propiciado- que los indeseados efectos que se han producido en el ámbito punitivo coparan hasta tal punto el debate, que se hayan visto devaluados los otros positivos que la ley tiene para la defensa y promoción de los derechos de la mujer y para la digna convivencia en sociedad. Como no debió tampoco darse cabida, al elaborarla, a tanto nominalismo estéril como se oculta tras la pretensión de sustituir los hechos por palabras -fundiendo, por ejemplo, en un único tipo delictivo el abuso y la agresión que la dura realidad tan bien distingue-, así como de negar la inevitable afectación del consentimiento por la concurrencia de causas como la violencia y la intimidación.
Pero, dicho esto, que ya es, me temo, demasiado decir, mi atención se centra hoy en los efectos políticos que pueden derivarse de las discrepancias entre socios de Gobierno que la ley ha evidenciado y ahondado. De su existencia no puede haber mejor prueba, aparte de la tardanza en corregir los desajustes, que la mordaz virulencia con que se descalifican todos los intentos de enmienda. Pablo Iglesias, cuya autoridad en Podemos nadie puede negar, ha advertido que, «si Pedro Sánchez asume la propuesta de su ministra de Justicia, lo pagará». La amenaza -no cabe calificar de otro modo la advertencia- no debería disociarse de las veces -yo tengo contadas hasta tres- en que el mismo Iglesias ha sugerido que el presidente del Gobierno estaría pensando en adelantar los comicios generales a la primavera. Trátese de vaticinio, consejo, exhortación o 'wishful thinking', la idea, por repetida, delata un deseo de hacerse realidad. Tiene, al menos, vocación, si no fuerza, performativa, por decirlo de forma más pedante.
En tal supuesto, no resulta extravagante pensar que Podemos ha decidido elevar la ley del 'sólo sí es sí' a la categoría de 'casus belli'. La amenaza no sería una mera baladronada con que presionar en la negociación. Del desenlace de ésta dependería, más bien, la continuidad o ruptura de la coalición. La insistencia de Yolanda Díaz en que ella está, como solícita niñera, «empeñada en cuidarla» no hace sino confirmar el riesgo de su definitiva zozobra. Los motivos para elevar el asunto a esa categoría son palmarios. Ante todo, se trata de la ley que, de las que ha liderado Podemos, mejor expresa lo que ha devenido en la nota definitoria de la esencia de su partido: el feminismo rupturista y distinguible del que defiende el PSOE. De otro lado, la competición con Yolanda Díaz, tan recíproca como igualada en intereses, junto con el fundado temor de un pobre desempeño en los comicios autonómicos y municipales, aconseja un gesto de autoafirmación que revalorice la formación de cara al futuro y corte el paso al proyecto de la rival. No sería, así, un logro en el presente, sino una inversión de futuro, pensada para ganar en una eventual oposición lo que no ha podido ganarse en el poder. Se trata, en suma, de asegurar la supervivencia de una organización que, tras su exitosa irrupción, se encuentra hoy en declive, acorralada por el izquierdizado PSOE de Sánchez y el acogedor Sumar de Díaz. Perder para ganar ha sido una táctica seguida en política por numerosos desesperados.
De momento, el acuerdo sobre la reforma de la ley del 'sólo sí es sí' se mueve a trompicones. Para dificultarlo más, Podemos ha situado la solución, no en el grado de las penas, donde la transacción siempre puede presentarse como victoria, sino en el aspecto más cualitativo del consentimiento, en el que la cesión adquiere tintes de derrota. Pero, incluso si el horror al vacío templara los ímpetus rupturistas y el desenlace fuera el acuerdo, la relación entre los socios habría quedado tan deteriorada que el riesgo de quiebra volvería a hacerse presente, de aquí a los comicios generales, en cualquier otro momento y con cualquier otro motivo. La ayuda militar a Ucrania, la relación con Marruecos, la investigación de la masacre en las vallas de Melilla o -¡ay!- los perros de caza serían otras tantas ocasiones para volver a cuestionar la continuidad de la coalición. Será, pues, de aquí a las generales, un perpetuo sinvivir.
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