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Si algo extrañaba en los pasillos de Lakua en pleno incendio político en el Hospital Donostia, además del espeso silencio roto el lunes por la consejera Sagardui solo para enrocarse e ignorar el clamor de buena parte de los médicos del centro, era que el ... PNV, viejo zorro de la política, haya permitido que el fuego se propague de tal forma a seis meses de las elecciones municipales y forales de mayo y precisamente en el territorio donde, según las encuestas, se la juega de verdad: Gipuzkoa. «Es incomprensible».
Seguramente, hubo un error de cálculo del Departamento de Salud sobre el alcance público de las llamas aventadas por el malestar de los profesionales de la OSI Donostialdea, pero si algo da la medida de la inquietud generada es analizar quién se ha empleado más a fondo con el extintor. No ha sido, desde luego, la consejera, que optó por eludir las explicaciones a fondo sobre el origen de los ceses fulminantes de Itziar Pérez e Idoia Gurrutxaga, pese a que ya ayer el Gobierno apuntaba a las tres dimisiones previas en la cúpula directiva del hospital como la chispa que detonó el conflicto. Tampoco el lehendakari, que no se ha pronunciado aún -aunque tiene previsto hacerlo en los próximos días, en los que le espera una intensa agenda-, ni el PNV, que guarda también silencio.
Ha sido el alcalde jeltzale de San Sebastián, Eneko Goia, candidato a la reelección y siempre un paso por delante de su partido, el que ha dejado caer que no comparte las decisiones de Osakidetza y que incluso las interpreta en clave de agravio territorial, un extremo que el Gobierno vasco niega para enmarcar lo sucedido en una indisciplina de «una sola» de las trece organizaciones sanitarias vascas. «Me preocupa mucho que el Hospital Donostia deje de ser un referente». «Habrá que tomar las decisiones que haya que tomar para garantizar que el servicio de salud que existe en nuestro territorio y en nuestra ciudad siga siendo el mejor», dijo Goia a 'El Diario Vasco'.
¿Nacionalismo guipuzcoano? No necesariamente, pero sí una evidencia de que cuando la sigla se enfrenta a la pugna más abierta, junto a la de Vitoria, de las que se disputarán el 28-M no hay alineamiento partidista que valga. «Entendemos la preocupación del alcalde», se limitan a señalar en el Gobierno vasco. Y es lógico porque, quien más quien menos, ha intuido que el incendio en una Osakidetza con el prestigio ya tocado por la pandemia y las dificultades en Atención Primaria puede ser dinamita en las urnas. Así que toca levantar los cortafuegos. Lo ha hecho Goia, lo ha hecho la candidata rival del PSE, Marisol Garmendia, y los propios socialistas vascos que, pese a ser socios de gobierno, han exigido «transparencia».
Las espadas están en alto -el PNV, con una estimación de voto del 36,3%, le saca algo más de tres puntos a EH Bildu y la candidata de la coalición abertzale, Maddalen Iriarte, es la segunda mejor valorada solo por detrás del lehendakari- y no vale ponerse de perfil. Mientras tanto, Bildu se frota las manos. Ha pedido la dimisión de Sagardui pero sin sacar toda la artillería. En sus cálculos entra ganar en el territorio -gobernar es más difícil- pero evita pasarse de frenada con la polarización porque es consciente de que lo que pone techo a su crecimiento es el voto 'anti' de quienes desaprueban su gestión al frente de la Diputación entre 2011 y 2015.
Por eso, esperan que el PNV pinche mientras ellos no se desgastan. Y saben que el asunto es propicio: el último Sociómetro sitúa a Osakidetza y a la Sanidad como la tercera preocupación de los vascos. Basta remontarse al inicio de la serie, en 2004, para comprobar cómo ha escalado hasta situarse por delante de la situación política, la vivienda o la delincuencia. Se entiende que el Ejecutivo vasco quiera zanjar cuanto antes la crisis para taponar una vía de agua en el peor momento y el peor lugar.
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