

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
De entrada, dos precisiones con perspectiva en el tiempo reciente pasado. La primera es que desde la noche electoral del pasado 23 de julio, cuando ... se vio que las fuerzas que venían sosteniendo el gobierno de Pedro Sánchez sumaban también para conseguir una nueva legislatura, todo el mundo dio por hecho que eso significaba que Pedro Sánchez, contra todo pronóstico, había vuelto a ganar las elecciones y que, por tanto, era cuestión de tiempo llegar a la investidura que se está celebrando ahora. Con lo cual todo lo que anden ahora discutiendo, como lo han hecho en el debate, sobre qué significa ganar unas elecciones y quién ha ganado y quién ha perdido solo ha contribuido a alejarnos del tema mollar, que no era otro que el de la amnistía y el cuestionamiento del poder judicial. Y es que Sánchez ha procurado sacar todo lo que ha podido el tren del debate de esos carriles y hay que decir que por momentos lo ha conseguido. Y la segunda cuestión, consecuencia de la anterior, es que todo el mundo también sabía que, fueran las que fueran las condiciones que pusieran los nacionalistas, todas serían aceptadas por el líder del PSOE. Estaba tan cantado que lo raro hubiera sido que sucediera de otro modo.
Aquí de lo que se trataba, por parte de Feijóo, era poner de manifiesto el oportunismo y la irresponsabilidad de Pedro Sánchez. Y este lo que ha hecho, como se preveía, era embarrar el cuadrilátero todo lo que ha podido. Primero, intentando desprestigiar al líder del PP. Le ha sacado una vez más lo de las fotos con el narco Dorado (también Feijóo ha sacado lo de la tesis fraudulenta de Sánchez), le llamado falso en todo, en moderación (por las alianzas del PP con Vox en los gobiernos autónomos y municipales en que les daba la mayoría), en capacidad de gestión (por sus supuestos malos resultados económicos en Galicia), en transparencia (por su sobresueldo como presidente del PP) y frustrado ganador, por haber perdido las elecciones a la postre y no querer reconocerlo.
Creo que cualquiera que haya visto el debate, como casi siempre pasa cuando se enfrentan dos políticos bregados como estos dos, y ambos lo son, permite sacar argumentos a favor de uno o de otro en función de las preferencias de cada cual. Ambos sabían perfectamente cuál era su situación una vez llegados a este punto y solo se trataba de cumplir su papel de la mejor forma posible. Pienso que los dos lo han logrado, en función de sus respectivas expectativas. Pero puestos a dar una valoración, cada vez me llama más la atención la figura política de Pedro Sánchez. Representa la política salvaje en estado puro. La vive completamente al día, sin pensar en el más allá ni importarle el pasado, ni el más reciente siquiera, mucho menos el lejano. Es el interés político llevado a su máxima expresión. Tampoco pienso que se le pueda atribuir la virtud política que acuñó Maquiavelo y que decía que era bueno saber alcanzar el poder y sobre todo mantenerse en él, con cualquier medio posible, porque el poder en sí mismo es bueno para la sociedad: es mejor una sociedad con poder, aunque se sea corrupto y malvado, que una sin él. Pero es que en el caso de Pedro Sánchez no es aplicable la máxima del florentino, porque de hecho no es demostrable que sea mejor para España que él siga en el gobierno a cambio de los peajes que tiene que pagar. Aquí lo que se debatía era sobre la capacidad verdaderamente insólita de un líder del PSOE capaz de decir una cosa y la simétricamente contraria en función del resultado electoral, en particular respecto del tema de la amnistía, junto con la llamativa capacidad de sus más próximos, así como los comentaristas afectos, para acompañarle en esa contorsión con doble tirabuzón.
Pero es curiosa la única alternativa que Sánchez veía y que ha expresado en el debate, para haber evitado esta situación: que PP y Vox le hubieran dado los votos de Junts y ERC y así no tener que aceptar la ley de amnistía, sin tener en cuenta que el PSOE y Sumar tienen menos escaños que PP y Vox.
Lo más chusco, en este embarramiento, ha sido cuando Sánchez le ha atribuido a Feijóo el haber renunciado a ser presidente, algo inconcebible para él, atribuyéndole a Feijóo la frase de «no soy presidente porque no quiero», tras la cual ha soltado Sánchez una sonora y continuada carcajada. Feijóo le ha contestado en la réplica que lo que dijo era que prefería no ser presidente antes que venderse a sí mismo o vender a los españoles, a cambio de eso. Y diré que tras ese cruce de estocadas el ambiente en el hemiciclo se ha tornado denso y un punto triste, a mi juicio, por la representación que allí se estaba viviendo, de dos políticos con los papeles aprendidos y pugnando por escenificarlos de la mejor manera posible, por momentos como dos boxeadores sonados, que se trastabillaban a veces (les ha pasado a ambos, particularmente a Sánchez en un momento dado, que no era capaz de salir de una conjunción de eses y efes apresuradamente dispuestas).
Sánchez también ha intentado demostrar que Feijóo habría hecho lo mismo que él de haber podido. Y que de hecho hubo reuniones secretas del PP con Junts, de las que no sabríamos nada, ni quiénes las hicieron, ni dónde se hicieron, ni de lo que hablaron. Pero la capacidad de convicción de Sánchez en este punto disminuyó varios peldaños, porque nadie se imagina que un pacto del PP con el Junts de Puigdemont y Borrás hubiera sido nunca posible. Pero había que intentarlo todo y Sánchez lo ha intentado, la verdad que sí. Muchos habrán disfrutado con la pelea dialéctica, no digo que no. Pero a mí, sinceramente, me ha entristecido. Será el otoño.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La mejor hamburguesa de España está en León
Leonoticias
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.