«Jon pasó todo el dolor que se puede sufrir y más. La herida aún duele, pero ha sabido reinventarse»
Ana Arregi Larrazabal | Esposa de Jon Ruiz Sagarna, ertzaina que resultó herido muy grave en un atentado con cócteles en Rentería hace ahora 25 años ·
Ana relata los terribles momentos que vivieron después de que Jon sufriera quemaduras en el 70% de su cuerpo
a. gonzález peña
Domingo, 15 de marzo 2020, 03:56
«Jon conducía la furgoneta. No sabe ni cómo le sacaron de allí. No recuerda casi nada. Encapuchados rompieron con piedras las lunas y los cócteles entraron por la ventanilla del conductor. Todo el lado izquierdo de su cuerpo quedó abrasado, el casco se le ... pegó a la cabeza, tenía quemado el pecho, las manos, las piernas...». Ana Arregi Larrazabal (Portugalete, 1966) relata la emboscada que sufrió el 24 de marzo de 1995, en Rentería, su marido, el ertzaina bilbaíno Jon Ruiz Sagarna. El agente conducía la furgoneta y se llevó la peor parte. Los otros cuatro miembros de la patrulla también tuvieron graves quemaduras. Vestían pantalón de tergal y jersey de punto. La Ertzaintza aún tardó tiempo en dotar a sus agentes de trajes ignífugos y de proteger los vehículos.
- ¿Qué le ha dicho Jon por el hecho de acceder a la entrevista?
- A él le gustaría vivir en el anonimato total. Aún duele, es una herida que duele lo suficiente como para no querer hablar de ello. Es muy difícil. Él lo tiene continuamente presente, tiene cicatrices que se lo recuerdan de viva voz. Su cuerpo habla todos los días. No tiene más que mirarse al espejo.
- En unos días se cumplen 25 años de la emboscada de Renteria, ¿cómo está ahora Jon?
- Es una persona tan fuerte, tan vital y con una fuerza de voluntad tan increíble... De cuando salió del hospital en silla de ruedas, era dependiente absolutamente, hoy es un hombre que se ha sabido reinventar, reconstruir y ha sabido sacar lo bueno de esta vida. Ha conseguido suplir muchas carencias físicas y salir adelante. En eso ha sido un campeón. Es un superviviente. Posee una fortaleza y un coraje que me llama la atención.
- ¿Cómo se conocieron?
- Coincidimos de voluntarios en la DYA. Él era conductor de ambulancia y yo ayudante de socorrista. Dos años después sacó la oposición de ertzaina y nos casamos, con 24 y 26 años.
- Eran los años 90. ¿Vivía con temor su profesión de ertzaina?
- Eran años muy duros. Yo tenía miedo, pero me callaba. Mi miedo me lo comía yo. Había sacado plaza de 'beltza' pero nunca ejerció, y en ese momento era ertzaina de Seguridad Ciudadana en Rentería. Ya habían tenido sus sustos, había habido por lo menos una emboscada gorda y otro intento fallido. Esa misma mañana antes de marcharse me dijo: «Yo es que lo veo venir. Algún día vamos a tener un disgusto porque cada vez está todo más virulento». Ya era algo serio, no era que quemaran unos contenedores. Iban a por ellos. Lo que estaban intentando hacía tiempo, pasó.
-¿Ese día se despidieron con ese pálpito?
- Sí. Se marchó muy pronto porque había 'borroka eguna' y tenían que doblar turno. Entró a media tarde del viernes y ya no volvió.
- ¿Cómo se enteró del atentado?
- Tuve la suerte de no ver el Teleberri de la noche porque me acompañaron a casa unas amigas con el bebé y nos entretuvimos. Iñigo tenía dos meses y medio. A eso de las doce de la noche, me tocaron al portero automático. Pensé: «¡Qué raro!». Era mi hermana y deduje que había salido a celebrar que había aprobado teoría del carné de conducir y que venía a decirme algo. Me asomé al hueco de la escalera y vi que venía con mi padre. «Esto no pinta bien, ha pasado algo fijo», deduje. Vi sus caras seria. Pensé que lo habían matado. Directamente. Al llegar arriba, me dijeron que habían sido cócteles, que lo traían a Cruces. Sentí hasta alivio.
- ¿Le contaron el alcance de las heridas?
- En ese momento solo sabían que había habido una emboscada. Le metieron en la UCI. Allí estuvo dos días y luego le pasaron a grandes quemados porque lo más grave de todo, aparte de que no podía respirar por sí solo, era que estaba achicharrado. Tenía casi el 70% del cuerpo quemado. No se quemó los pies, que era por lo único que yo le reconocía.
- ¿Qué recuerda Jon del ataque?
- Se acuerda de los ruidos de las piedras contra los cristales, del fuego, de la sensación de no poder respirar, de poco más. Jon conducía la furgoneta. No sabe ni cómo salió de allí. No recuerda casi nada. Encapuchados rompieron con piedras las lunas y los cócteles entraron por la ventanilla del conductor. Todo el lado izquierdo del cuerpo quedó abrasado, el casco se le pegó a la cabeza, tenía quemado el pecho, las manos, las piernas. Con los injertos, el resto del cuerpo también se vio afectado al tener que utilizar la escasa piel sana que le quedaba. Al final es como si tuviera afectado más de un 90%. Estuvo dos meses en coma barbitúrico. Pasó todo el dolor que se puede sufrir, y más. Cuando salió del hospital, seis meses y medio después del atentado, vino a casa en silla de ruedas, no podía andar. Tuvo que someterse a operaciones durante años.
- ¿Quién le ayudó ese tiempo?
- Mis hermanos y mis padres. Había que ayudarle a todo, había que vestirle, ducharle, darle de comer... Para las curas íbamos al hospital. Salió de allí con heridas abiertas porque cogió la típica bacteria de hospital y no se le cerraban.
- ¿Cuándo pudo verle?
- Al principio todo el mundo intentaba protegerme para que no le viera en ese estado. Hasta que una amiga de mi madre que era médico en Cruces le dijo: «Tiene que verle porque tiene que ser consciente de qué ha pasado» y efectivamente ese sábado a la tarde fui a Cruces y le vi en la UCI.
- ¿Cómo fue ese momento?
- Fue horrible verle de arriba abajo vendado, con todo tipo de máquinas, respiración asistida... Jon era como una momia. No me lo creía, era como una pesadilla. Cuando le pasaron a grandes quemados, le hablaba por un intercomunicador. No está demostrado que una persona en coma puedan escuchar la voz, pero le hablaba todos los días. Impresionaba mucho la situación, ni se movía, claro... Cuando salía de allí, lloraba como una loca.
«Yo veía lo que se le venía encima: la pelea con la vida, aceptar lo que le había pasado y que aquello no le destrozara»
- ¿Qué le decían los médicos?
- La primera pelea fue si vivía. Durante dos meses no daban nada por él, pero nada. Luego me iban anunciando poco a poco que mi vida iba a ser terriblemente dura. Yo veía la que le venía encima: la pelea con la vida, aceptar lo que le había pasado y que aquello no le destrozara. El reto que se nos ponía por delante nos venía grande. Mi familia hizo mucha piña alrededor. Mi madre, que ha muerto recientemente, siempre me decía: «Calma, calma, calma». Seguí su consejo y me sirvió.
- ¿De dónde se sacan las fuerzas en una situación así?
- Yo miraba a mi bebé y decía: «¿Este niño se merece que yo pierda el pie? ¿Mi marido se merece, con lo que está pasando, que no le ayude?». He llorado mucho, porque hay cosas que te vienen muy grandes y son muy fuertes, como cuando se despertó a los dos meses del coma barbitúrico y me dijo: «¿Qué ha pasado...?».
- ¿Cómo lo recuerda?
- Un día me dijeron los médicos que le iban a intentar despertar poco a poco. Le iban bajando la dosis del coma. Y cuando empezó a despertar, no se acordaba de nada. «¿Dónde estoy, qué hago aquí...?», decía. Mi táctica fue prepararme cada día lo que le iba a contar, como si fuera una clase. Después empezó a preguntarme, «¿qué había pasado?» y recortaba noticias del periódico, le limaba las noticias, pero le iba situando en la realidad. Fuimos dando pasos y cada vez preguntaba más. Logró superar grandes quemados, pasó a planta, pero cogió un virus de hospital y no dejaban entrar a nadie en la habitación. Entre medio le seguían operando y haciéndole unas curas terribles. Jon tiene una barba que en realidad es un trozo de la parte del pelo de la cabeza. Le pusieron un expansor y le iban inflando la cabeza para estirar la piel. En ese proceso, casualidad Iñigo, con un año y medio, le pegó la varicela y hubo un gabinete de crisis, un drama.
- ¿Cuándo pudo ver a su hijo?
- Preguntaba mucho por Iñigo, le quería ver a toda costa. Un día, cuando tenía ya ocho meses y medio, preparamos el encuentro, Jon llevaba un traje que solo dejaba ver sus ojos y a todos nos preocupaba cómo reaccionaría. Pero resultó que el niño estuvo feliz con su padre. Jon lloraba, el pobre...
«Cuando vi a mi hermana y a mi padre pensé que le habían matado. Me dijeron que habían sido cócteles y sentí hasta alivio»
-¿Cuándo salió del hospital?
-Pidió el alta voluntaria después de seis meses y pico. Querían trasladarle a Gorliz y dijo que si le llevaban a otro hospital, se moría. Las enfermeras me decían que estaba loca, pero yo no podía hacer otra cosa. Nos fuimos a casa. Y otra vez mis padres nos ayudaron bastante. Vivíamos en cuarto piso sin ascensor, subía como podía y bajaba cada día las escaleras para ir a rehabilitación acompañado de un ayudante de la ambulancia. Así estuvimos un año hasta que nos mudamos a otra casa con ascensor. Iba a un taller ocupacional para intentar mover las manos. Ha pasado por verdaderas perrerías. Lo que pasa es que gracias a Dios se nos olvida, tenemos esa suerte. Al de unos años llegó un momento en que dijo: «Hasta aquí». No quería más operaciones, era una tortura, cada vez que entraba a quirófano empezaba con fiebre del miedo que tenía.
- Su hijo Iñigo iba creciendo al tiempo que Jon iba superando fases de recuperación.
- Iñigo estaba súper empadrado. Cada vez que su padre desaparecía para una operación y se iba a Cruces, era un drama. Era como un trozo de Jon. Intentábamos que fuera el niño más normal del mundo, que su vida fuera lo más normal posible dentro de la anormalidad. En el colegio fue cuando le empezaron a preguntar: «¿Oye, tu aita era ertzaina? Pues no sé, ni idea», les decía al principio. Tenía poquísima curiosidad.
- ¿En qué ocupa ahora su tiempo?
- En atender a sus cuatro hijos y a sus aitas que andan pachuchos. La verdad es que es una persona que lleva 25 años jubilado y que ha ocupado su tiempo perfectamente con libros de historia, cine, informática... No se aburre. Pasaron muchos años hasta que venció el miedo a salir a la calle. Aún hoy cuando sale por Las Arenas, la gente le mira. Yo le suelo tomar el pelo, le digo de broma: «Si es la única manera de que me miren a mí, si no soy invisible...».
- ¿Alguna vez habla de los autores del atentado?
- Procura no decir mucho. Alguna vez, pero es que le destrozaron la vida...
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