El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

La noticia política más importante que se produjo ayer es, sin duda, la constatación de que Pedro Sánchez quiere agotar la legislatura. Como sea. A cualquier precio. Y sin sonrojo. Porque la destitución -sustitución, en argot monclovita- de la directora del CNI, Paz Esteban, no ... fue sino el corolario de la crónica de una muerte anunciada, que había ido anticipándose en la prensa con hilo directo con Presidencia y sin disimular un ápice el carácter político del sacrificio de la veterana funcionaria en el altar del independentismo.

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Es de suponer que el cálculo de Moncloa no difiere demasiado del que ya hizo cuando firmó los indultos a los líderes del procés, la otra gran cesión de la legislatura al soberanismo catalán, en aquella ocasión para garantizarse la aprobación de los Presupuestos vigentes. Entonces, se vendió como un paso audaz para desactivar el 'conflicto', un pulso victimista que, curiosamente, ha resucitado en cuanto sus instigadores han encontrado otro asidero para seguir armando el taco y movilizando, de paso, a un electorado cada vez más apático y perplejo.

Si entonces se hablaba de un antes y un después de los indultos, y no pasó nada, ahora tampoco pasará, habrán pensado en la 'war room' de Bolaños. El bochorno de un cese cuyas causas ni siquiera se apuntan en la agónica rueda de prensa del Consejo de Ministros se disipará; la entrevista de Junqueras enumerando sus condiciones en son de paz (ya le habían garantizado, lógicamente, la ansiada cabeza) se olvidará; el CNI, como no puede por definición salir a quejarse, se comerá con patatas el cabreo por verse ninguneado y a los pies de los caballos y aquí Paz -ejem- y después gloria.

Pero aunque entonces la desautorización al Supremo fue de campeonato, ahora concurre una imagen ya icónica y muy difícil de borrar del imaginario colectivo. La de Margarita Robles vocalizando excusas futiles para justificar que Sánchez haya decidido fulminar a una profesional que ella misma había defendido con uñas y dientes. Eso sí, en tono firme y hasta desabrido para intentar que las formas velen el fondo.

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¿Se fulmina a Esteban por el agujero de seguridad en los teléfonos de Sánchez, Robles y Marlaska? La ministra de Defensa, pese a los intentos de Isabel Rodríguez por insinuar que sí, no pudo afirmar semejante cosa: no en vano se ha enfrentado a Presidencia por negarlo. ¿Se la cesa entonces por el espionaje a los independentistas catalanes? Menos aún, porque la propia Esteban depositó en la Comisión de Gastos Reservados las autorizaciones judiciales para escuchar a Aragonès. Resultan enternecedoras las informaciones filtradas desde Moncloa que apuntaban a que la exdirectora del CNI perdió definitivamente la confianza de Sánchez al no argumentar por qué se intervinieron las comunicaciones del hoy president. Preparando el terreno a la segunda exigencia de Junqueras, la desclasificación de esos papeles en aras de la «transparencia». La «garantía de no repetición», tercera condición de ERC, es más peliaguda porque supone o bien aceptar el 'ho tornarem a fer' o asumir que existe el espionaje de motivación política.

Ante semejante aluvión de despropósitos, la única salida digna de Robles, en lugar de representar el papelón descacharrante que le tocó en suerte, jactándose de la pírrica victoria de nombrar como sucesora de Esteban a su 'número dos', habría sido dimitir. Hacerlo habría sumido en el descrédito al Gobierno en vísperas de la cumbre de la OTAN. El problema es que no hacerlo y pretender que nos creamos el cuento de la renovación en el CNI expone sus vergüenzas de manera todavía más cruda.

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