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Una vez más, la aritmética de las urnas ha vuelto a entreabrir las puertas que la estrategia de campaña, con sus vetos y líneas rojas, había tratado de cerrar. No es que se hayan abierto para dar paso a una avenida a recorrer sin obstáculos, ... pero sí a un estrecho sendero que tendría al menos la virtud de obligar a dar razones más robustas que la mera inercia de por qué no se recorre. Y es que el triunfo del PSC, en el cómputo general de votos, y el de ERC, en su competición con el independentismo disruptivo de JxCat, ponen a los republicanos en una disyuntiva -transversalidad u homogeneidad- en la que tendrán que dar razón de su opción ante propios y extraños.
La llave está de entrada en manos de los republicanos. El PSC, aunque vencedor en votos, sólo cuenta con la opción de la alianza con aquellos para liderar o, al menos, compartir un eventual gobierno en Cataluña. ERC, en cambio, tiene la posibilidad de inclinar la balanza hacia el irredentismo o el pactismo. El pacto con los posconvergentes o con los socialistas, completado, según el caso, con la ayuda de la CUP o de En Comú Podem, es la disyuntiva frente a la que, por encima de los vetos proclamados en el fragor de la campaña, las urnas los ha colocado. De momento, la opción anunciada ha sido clara y tajante: haremos lo que hicimos. El hecho de que, por primera vez, los votos independentistas hayan superado el 50% de los votantes efectivos, por pocos que éstos hayan sido, les da la razón añadida que siempre, por cierto, se les había demandado.
En cualquier caso, las razones para la inercia son más fáciles de entender que las que puedan esgrimirse en favor del cambio. Pero éstas también existen. Entre ellas, el riesgo cierto de volver a caer en la inoperancia y el estancamiento que durante años han tenido paralizada la Generalitat. Otra, las notables diferencias estratégicas entre los eventuales aliados, ERC y JxCat, que, compartiendo objetivos, defienden medios de acceso enfrentados: acumulación de fuerzas, los republicanos, y confrontación abierta, los posconvergentes. Por no hablar de las que tocan al orden económico y social. Todas ellas se disuelven, sin embargo, en una solución común: el miedo que roza el pánico.
Tanto ERC como JxCat, pero, por la responsabilidad que hoy le corresponde, más el primero que el segundo, se han hecho rehenes de su propio entorno. Han perdido autonomía de decisión y dependen, para adoptarlas, de las presiones que sobre ellos ejercen aquellos a quienes ellos mismos dieron alas para llevarlos en volandas hasta donde hoy se encuentran. Los Puigdemont con sus estructuras fantasma, los presos con su legión de agitadores, las turbas mil veces enardecidas, la militancia hostilizada frente al ayer adversario y hoy posible aliado, todo mantiene atenazado a un partido que, como ERC, ha dado sobradas muestras de un asamblearismo que es eufemismo de desestructuración y acracia. Enfrentarse a todo esto hace temblar los cimientos de la organización y el temple de los líderes. ¡Aprisa, aprisa, que no se alborote el gallinero!
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