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«Claro que hubiera seguido, cuatro años más o veinticinco si se lo piden». La frase, pronunciada por quienes mejor le conocen, describe a la perfección el estado de ánimo con el que Iñigo Urkullu ha encarado estos últimos coletazos de su mandato, para sorpresa ... o, directamente, estupor de sus adversarios, a los que les cuesta entender que quisiera seguir en la cresta de la ola con 62 años cumplidos y tres legislaturas a sus espaldas, o incluso el fervor con el que ahora defiende su legado político, en contraste con el perfil más discreto que sigue manteniendo Imanol Pradales, el candidato designado para sucederle.
En realidad, cunde la impresión de que a Urkullu le habría gustado en este caso ejercer el derecho a decidir, pero en lo personal, en lugar de que los atribulados renglones con los que se escribió su relevo –desvelado en exclusiva por EL CORREO el viernes 24 de noviembre, lo que forzó al partido a adelantar a ese sábado la designación de Pradales– enviaran al mundo el mensaje de que su partido había preferido prescindir de su bagaje en un momento crítico. La tormenta va amainando, al menos de cara a la galería, pero el período de cohabitación entre lehendakari y candidato está resultando curioso por el protagonismo político, en cotas máximas, de quien está ya de salida. «Ha tenido el que le corresponde como lehendakari, ni más ni menos», defienden en la Presidencia vasca.
El énfasis con el que Urkullu ha querido ceñirse al cumplimiento de sus compromisos de legislatura «hasta el último día» ha ido más allá, en todo caso, de la mera reivindicación de su legado. El jefe del Ejecutivo de Vitoria –que en este final de trayecto ha perdido también a su madre, fallecida a los 88 años–, ha querido exprimir al máximo la ventana de apenas tres meses hasta la disolución del Parlamento comunicada ayer para dejar marcada su impronta y su forma de entender la política.
Basta repasar los titulares de alcance que ha brindado Urkullu desde que se supo que no repetiría como candidato. El cierre de la legislatura con el 75% de las leyes aprobadas con el consenso de alguno de los grupos de la oposición. El viaje a Bruselas y la fotografía con Pere Aragonès para reivindicar la «estabilidad» frente a los devaneos de Puigdemont. El paréntesis de dos años para estudiar la «viabilidad» del Guggenheim de Urdaibai, contra el que se ha rebelado la Diputación de Bizkaia, que llegó a reunirse con la futura cúpula de Nueva York sin la presencia del lehendakari, que es el presidente del Patronato. El decreto que aumentará el peso del euskera en los puestos públicos sin perfil lingüístico. La 'minicumbre' en Ajuria Enea con los socios de gobierno.
Y, sobre todo, la andanada contra EH Bildu que Urkullu quiso que se recordase para la posteridad como su última intervención en la tribuna del Parlamento vasco. «Reparten carnés de con quién se puede gobernar, como antes apoyaban una estrategia de violencia que dictaba quién sobraba y quién no», se despachó el lehendakari, que acusó a la izquierda abertzale de no aceptar la pluralidad del país ni estar capacitada para gobernar para todos.
El 'repaso' ha marcado un antes y un después y ha consagrado a Urkullu como la 'bestia negra' de los de Arnaldo Otegi, que quieren a toda costa eludir la confrontación en esta campaña para no asustar al electorado y no movilizar a las bolsas de votantes jeltzales que se quedaron en casa en mayo y julio. En definitiva para que, como le sucedió a Ana Pontón en Galicia, su éxito electoral impida a la vez la posibilidad real de una alternancia. Esa intervención, muy comentada, ha «gustado» a las bases del PNV, según las fuentes consultadas, y también a los estrategas de la campaña de Pradales, que pueden seguir cultivando un perfil amable del candidato, mientras Urkullu, que no se presenta a las elecciones, se bate el cobre y logra que Bildu abandone su zona de confort y critique su «falta de decoro» o el recurso a «una colección de tópicos del Ebro para abajo».
Así las cosas, nadie descarta en el PNV que Urkullu tenga un papel más o menos estelar en la próxima campaña, eso sí, muy medido y «a cuentagotas» para no eclipsar a Pradales, que no ha tenido tiempo material para impulsarse como candidato. El alto grado de aprobación de su Gobierno que dibujan las encuestas –la de Ikerfel para ELCORREO reveleba que ocho de cada diez vascos avalan su trabajo esta legislatura, mientras él mismo presumió de que la sociedad vasca es la que más confianza muestra (73%) en su Ejecutivo de toda Europa, según el Sociómetro– corrobora esa tesis.
En Lehendakaritza se limitan a apuntar que el jefe del Ejecutivo vasco mantendrá su «agenda institucional» mientras lo siga siendo pero ya sin perfil político, aunque estará en campaña «a lo que diga el partido». Sabin Etxea, a su vez, aunque asegura no tener diseñados aún los actos, recalca que el «tratamiento» al lehendakari en campaña y después «estará a la altura de su enorme legado». Un claro cierre de filas que ya se escenificó en Landako para taponar una herida aún no cicatrizada del todo y que sigue supurando por choques soterrados como el de Urdaibai.
¿Y después de la formación del próximo gobierno? Urkullu, abuelo de cuatro nietos y hombre no solo «de partido» sino también de familia, sigue meditando sobre sus opciones de futuro, aunque hay una que tiene descartada del todo, el salto, en cualquiera de sus formas, a la empresa privada.
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