Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Sinceramente, cuesta imaginar qué espera Vox ganar exactamente con el esperpento puesto en escena en la sede de la soberanía nacional, convertida ayer en pasto de memes y chanzas y en impúdica exhibición de egos, encantados todos de conocerse mientras atizaban al personal con horas ... y horas de mítines sin fin. «El tiempo es un bien precioso», soltó el candidato de estrambote, un Tamames poseído por su propia noción de trascendencia y la vocación, seguramente genuina, de rendir un «último tributo» a España.
Edadismos al margen, no es seguro que lo lograra. Sus insinuaciones de que le habían hackeado el ordenador para filtrar el discurso, sus cíclicas regañinas a los intervinientes por alargarse, a su juicio, de forma innecesaria, el revisionismo histórico de ocasión y las correcciones sobre la marcha al negacionismo climático del partido que avalaba su candidatura desataron las carcajadas en el Congreso y, sobre todo, opacaron el intento del exdirigente del PCEpor lanzar alguna idea coherente. Es posible que el cachondeo que reinaba en el hemiciclo desde primera hora –un despliegue de muecas pocas veces visto en un pleno parlamentario– obedeciera a la vertiente terapéutica de la risa como mecanismo de defensa.
Tan corrosivo se preveía el debate que Feijóo ni apareció por la Cámara y se fue, en cambio, a un acto diplomático en la residencia del embajador de Suecia. «A hacerse el sueco e hincharse a canapés», según Vox, que puso en duda incluso su pedigrí de líder de la oposición. De eso se trataba en realidad, de recuperar el mantra de la derechita cobarde y ganar protagonismo, aunque fuera a costa de convertir el Congreso en un lugar sonrojante. Tanto, que resulta difícil justificar una abstención ante semejante colección de despropósitos, aunque solo sea porque, como reconoció Cuca Gamarra, la moción no favoreció en nada a la convivencia democrática.
No cabe despreciar la capacidad de Vox para retener el voto indignado con estos sainetes, aunque deberían tener en cuenta que España no es Francia. Ni la reforma de las pensiones de Escrivá ni siquiera las rebajas de penas a agresores sexuales por la ley del 'sí es sí' ni los retoques penales a la carta para no perder el favor de los independentistas catalanes han sacado un alma a la calle. Puede que haya pulsión de cambio, sí, pero no barricadas ardientes. Sánchez, ya se sabe, es un púgil correoso que siempre se levanta de la lona.
Pero, sin duda, si alguien salió victoriosa fue Yolanda Díaz, la gran tapada, a quien graciosamente el presidente cedió parte del protagonismo para dejarle claro a Pablo Iglesias quién manda aquí. Ella se metió encantada en el papel de presidenciable, hasta tal punto que repasó los logros de todos los ministros, mientras Belarra y Montero se revolvían incómodas para sacarse el puñal y Díaz les levantaba, disfrutando, la bandera del feminismo y se sacudía de un plumazo la imagen beatífica arreando de lo lindo a Tamames. Es posible, sí, que las risas fueran nerviosas ante el final de legislatura que se avecina.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.