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Es ya casi un tópico recordar la ocurrencia de la líder de Podemos, Ione Belarra, cuando quiso zaherir al PNV comparando a sus dirigentes con « ... cachorritos de Repsol», poco menos que marionetas a las órdenes de las grandes empresas vascas. Pero es oportuno hacerlo porque explica, sin duda, los esfuerzos que Sabin Etxea hace para desembarazarse del sambenito de partido 'viejuno', escorado a la derecha y defensor de los intereses de los poderosos, que diría Pedro Sánchez.
En un coloquio organizado este pasado fin de semana por el PP vasco con politólogos de distintas tendencias para encontrar respuestas al sorprendente hecho de que la sociedad vasca se autoperciba como la más a la izquierda de toda Europa, se apuntaron algunas ideas interesantes, por ejemplo la «estigmatización» de la iniciativa privada aquilatada durante décadas de terrorismo de ETA. Una especie de nacionalismo obligatorio aderezado indisolublemente con la inquina al empresario, que habría acabado por contaminar la orientación política de los distintos actores vascos. Se apuntó, igualmente, la estrategia del PNV de legitimarse a través de la gestión de lo público, lo que explicaría en parte la compleja relación que Sabin Etxea mantiene no ya con el empresariado vasco, sino con su representación en las distintas patronales.
Obviamente, los reproches a Confebask que han dejado los burukides salientes del EBB, con Andoni Ortuzar a la cabeza, beben de ese clima social, perpetuado hasta hoy, pero obedecen, sobre todo, a un evidente cálculo político. Competir a cara de perro con EH Bildu obliga a exacerbar la crítica a la patronal -o así lo ve el PNV- para no desconectarse de una Euskadi social íntimamente ligada a los sindicatos, a las reivindicaciones laborales y, por qué no decirlo, a una combatividad histórica que se traduce hoy en el porcentaje de huelgas más alto de España.
No en vano, Ortuzar, que se definía en su entrevista de despedida este domingo en el Grupo Noticias como un «ciudadano que ha defendido y defenderá toda la vida la libertad de mercado», es a la vez un «sindicalista», como le echan en cara sus detractores, que nunca ha roto el carné de ELA. Contradicciones que el PNV se ve obligado a salvar con votos, y que explican sus recados a Confebask, a quienes venía a reprochar que se estén «desdibujando» no tanto por defender sus legítimos intereses sino por haber perdido el label vasco por el camino. «Hasta en los peores momentos, con ETA zumbando a los empresarios, Confebask ha sabido mantener el ámbito vasco, no hacer seguidismo de cosas que suceden 300 y pico kilómetros más abajo».
Ortuzar venía así a cubrir el flanco abertzale, toda vez que uno de sus colaboradores más estrechos, Koldo Mediavilla, ya había hecho lo propio con la izquierda, al echar en falta un núcleo dirigente empresarial capaz de mirar más allá «de sus ganancias de clase». El burukide reaccionó así a la negativa de la organización liderada por Tamara Yagüe a sentarse en la mesa con los sindicatos para negociar un SMI vasco, un choque ahondado después tras negociar el PNV la reforma fiscal con Podemos.
En definitiva, una confrontación planteada mucho más como batalla ideológica y de posicionamiento electoral, distinta a la nula sintonía que el exlehendakari Urkullu, también muy enfrentado a los sindicatos, mantuvo con la cúpula de Confebask. Una relación que se enfrió sin remedio ya en 2013, al dar preferencia entonces las patronales vascas a los convenios de ámbito nacional en lugar de prorrogar la ultraactividad como exigía el Gobierno.
Ahora, frente a Sabin Etxea, y a la espera de la impronta que vaya a imprimir Aitor Esteban -a quien muchos sitúan menos a la izquierda que sus predecesores-, hay un lehendakari, Imanol Pradales, que, como antiguo responsable de Promoción Económica en la Diputación vizcaína, ha permanecido siempre cercano al mundo empresarial, en el que se siente cómodo. Lo mismo puede decirse de su consejero de Industria, Mikel Jauregi, que no esconde su familiaridad o incluso su admiración por empresarios de larga trayectoria en Euskadi, a su vez los mayores contribuyentes a las arcas públicas.
En esa clave, Pradales mantiene -por ahora- una relación dulce con los empresarios, encantados con la apuesta por la industria y con la inyección de millones del fondo soberano. En cualquier caso, el lehendakari ya les lanzó un aviso a finales de febrero, al poner deberes a los sindicatos para abordar el absentismo, pero también a los empresarios para no seguir eludiendo la cuestión salarial o la salud laboral. Así las cosas, cabe preguntarse si la luna de miel durará a medio plazo o se verá arrastrada por las urgencias electorales de Sabin Etxea y por la preeminencia del partido sobre el Gobierno en una bicefalia Esteban-Pradales que se prevé movida.
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