«No tengo opinión sobre Puigdemont». La frase, extraída de las respuestas que Iñigo Urkullu dio ayer al director de EL CORREO en el Foro Expectativas Económicas, es anecdótica pero refleja bien el espíritu de su intervención ante un nutridísimo auditorio representativo de la sociedad ... vasca que, además, le despidió con un elocuente y largo aplauso. Cuesta creer que el lehendakari no tenga opinión sobre el líder que se la jugó en 2017, pero la respuesta vadea el fondo de la cuestión -la foto de Ortuzar con el «expresident en el exilio», que conoció a la vez que el resto de los mortales- y evita así exhibir los roces entre Ajuria Enea y Sabin Etxea que han acabado saliendo a la superficie.
Publicidad
Como «hombre de partido» que lleva a gala ser, Urkullu midió al milímetro sus palabras para que nada sonara a queja o a reproche, ni siquiera a un desahogo para sacar pecho, sino a continuación lógica de su ejecutoria durante tres legislaturas y del carácter que ha imprimido a su mandato, incluyendo la etapa previa como presidente del EBB. Elegancia obliga, aunque para ello incurriera en una benévola lectura de la bicefalia jeltzale que pasó por alto los chispazos del final de la etapa de Ardanza y las llamas que desató la fricción que el mismo Urkullu mantuvo con Ibarretxe.
Todo o casi todo lo que dijo ayer el lehendakari encerraba una reivindicación de una forma de hacer, de un sello personal, que, once años después de que jurara por primera vez el cargo en Gernika, ha ido sedimentando en una imagen de líder previsible y moderado que le ha hecho acreedor de importantes bolsas de voto no ideologizado y transversal.
Buena parte de esos apoyos se quedaron en casa en las últimas dos citas electorales. Urkullu no ocultó que las sucesivas crisis, pandemia global incluida, han cronificado una desafección hacia la política y hacia las instituciones que no siempre se ha sabido capear. Sin señalar culpables pero sin dejar de incidir en factores no sólo económicos sino en otros menos obvios como la resiliencia o la mejora en la convivencia que, a su juicio, hacen de Euskadi un país más habitable tras su mandato.
Publicidad
Los mensajes fueron claros para quien leyera entre líneas: la reivindicación de la estabilidad pero también la necesidad de mantenerse neutral en la polarizada pelea entre la izquierda y la derecha españolas. El aviso sobre las transferencias que deben llegar en menos de tres meses para que el pacto con Sánchez sea creíble. La defensa de una fidelidad a su equipo que a veces se ha interpretado como falta de cintura política pero que él defendió como una forma de no «hincar la rodilla». La resistencia al derrotismo, aunque, como parece, acabe por disolver el Parlamento en enero. La insistencia en denunciar la «inducida» conflictividad social. Una forma de reivindicar no sólo su legado sino la vigencia de su oferta política. Aunque no lo pareciera. Siendo él mismo, como no por casualidad aconsejó a Imanol Pradales, su previsible sucesor.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.